Para cuando salgo del hospital, el aire me golpea creándome esa sensación de irrealidad que acostumbro a abrazar cuando pinto pero que ahora mismo rechazo. Es una irrealidad falsa, creada por mi mente con el fin de tranquilizarme, de hacerme olvidar por segundos, tal vez minutos, incluso horas, que acabo de ser sentenciada de por vida. Que estoy condenada a un futuro de incertidumbre y dulce degeneración nerviosa.
Elevo la vista al cielo; el Goya de su época oscura, el que creó Saturno, estaría encantado con el paraje que se presenta. La negrura embadurna el firmamento de Madrid, los relámpagos interrumpen de vez en cuando mezclándose con los truenos, la lluvia no tarda en hacerse oír, sentir y oler. Inclino la cabeza esperando con ansia el petricor. Inevitablemente, sonrío. Con apenas doce años yo ya era una aficionada a la lectura y, por ende, una fanática de cualquier tipo de literatura. Me fascinaba descubrir nuevos mundos, nuevos conceptos de percibir la vida y plasmarla en un montón de papeles en blanco sin ton ni son. Entre ello destacaba mi ansia por saber más, por conocer palabras raras, palabras con significado oculto, palabras mágicas que podrían guardarse en cofres y tirarlas al mar con todo lo teatral que podía llegar a ser eso. Así fue como hallé el concepto petricor, siendo este el elemento perfecto para describir ese aroma húmedo que poseen las calles cuando las tormentas deciden hacer acto de presencia.
Suspiro con incredulidad, quizás con algo de pena. Autocompasión. Me esfuerzo por no derramar ninguna lágrima más, centrarme en la seriedad que me ha caracterizado desde bien pequeña. La vida me ha cambiado de un momento a otro, los fallos de mi pierna que achacaba a un incipiente estrés han resultado ser síntomas de una enfermedad neurodegenerativa que, probablemente, me consumirá hasta ser un rastro de cenizas óseas, grises. Me esfumaré del mundo sin haber dejado impacto personal, sin haber alcanzado esos pequeños deseos que relegué por trabajo.
Podría hacer una lista, anotar todo aquello que me gustaría hacer antes de convertirme en un ser dependiente hasta para hacer mis necesidades. Es una buena idea que, al llegar a casa, empezaré a poner en práctica.
Las gotas de lluvia humedecen mi rostro resbalando desde mis pestañas hasta la comisura de mis labios. La gente corre de un lado para otro, unos buscan taxis, otros buscan refugio bajo las repisas de los edificios. Están ociosos, llenos de vida. Huyen de la tormenta como cualquier persona haría por mero instinto, pero Ada Lagos, no es alguien impulsivo. O al menos no lo era hasta que conoció a Lucas. La imagen del joven de cabello rizado, mirada caramelizada y labios carnosos se hace eco por encima de todos los pensamientos negativos que podrían cruzar mi mente.
Me veo obligada a descansar sobre un banco por el agotamiento que acontece a mis músculos. Probablemente coja un resfriado, pero eso no es lo que me matará.
Permito a mi mente que continúe el hilo de los pensamientos que se esparcían por mis conexiones neurológicas de forma totalmente espontánea. Lucas me besó, eso es un hecho. Yo le devolví el beso, lo cual es una increíble estupidez. Mi primer beso regalado a un extraño con el que apenas he cruzado palabra. Buscando una lógica me encuentro de pleno con un muro lleno de carteles de peligro y, siendo franca, eso me asusta. Hay algo que ha cambiado en mí, algo que empezó con la muerte de mis padres y en la sensación de reconfortante calor que me acogió cuando abracé a aquel desconocido apellidado Arias.
Estornudo con los dedos de las manos insensibilizados por la humedad de la lluvia y el frío desolador propio de esta época del año. Lo más sensato sería levantarme, coger un autobús y refugiarme en casa bajo una manta de lana y la compañía de Polo. Pero esa estúpida vena artística, claramente influenciada por la corriente del romanticismo, me suplica que necesito este momento de dramatismo para encontrar alguna especie de deducción sobre el rumbo que va a tomar mi día a día de ahora en adelante. Lo cual es absurdo y va a conseguir que acabe en el hospital con una pulmonía.
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Un instante
RomanceDespués de una ruptura de corazón tan brutal como la que sufrió Lucas Arias, el mundo se vuelve un lugar frío e inhóspito del que se protege con una barrera insondable. A excepción de su mejor amigo Álex, aparta a toda persona de su vida y se aleja...