CAPÍTULO 7

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Hola mis lectores.  Aquí les dejo otro capítulo más.  Espero sea de su agrado.

—Llegamos —escuchó la voz de Arezzo.

Abrió la puerta y aceptó la ayuda de su amigo. El mundo le daba vueltas y parecía ir en un barco bajo una fuerte tormenta que lo movía violentamente. El piso no se estaba quieto.

Sintió a su amigo quitarle las llaves de su habitación. Entraron y lo sentó en un sofá que había en la pequeña sala que tenía su habitación.

—Espera aquí. Te prepararé un café cargado —le oyó decir.

Pero no quería que se alejara de él. Sabía que debía dejarlo ir. Por desgracia, su cuerpo no pensaba lo mismo. Sin darse cuenta, su mano voló agarrándolo con fuerza por la muñeca.

—No te vayas —escuchó su voz extraña. Tenía la lengua dormida.

—Estás demasiado borracho y mañana tenemos una carrera. No quisiera ganarte en tan malas condiciones.

Franco le haló tan fuerte que cayó encima suyo. Le asió por la cintura inmovilizándole. Sabía que no estaba bien, pero en nivel de alcohol en sus venas aún era alto y no lo dejaba pensar con claridad.

—Precioso. Se necesita más que esto para ganarme —notó cómo abría esos pozos esmeralda y se perdió en ellos.

Llevó su mano a su nuca acercándolo a él y se apoderó de su boca hasta dejarlo sin aliento. Cuando se separó lo abrazó fuerte impidiendo que pudiera moverse de encima suyo.

Milán no podía deshacerse de su ceño fruncido intentando comprender lo que había sucedido.

Bien. Está borracho, eso explica el beso. Quiso convencerse. Y su comportamiento... bueno, eso no lo entendía. Además tenía mucho cansancio y quería su cama. Resopló. No le quedaba más que esperar a que se durmiera para poder zafarse.

Sintió los párpados pesados. Miró la hora. Diez y cuarenta. Cerró los ojos. —Unos minutos —dijo—. Sólo unos minutos...

Soñaba. Estaba en el pub gay. Al lado suyo se encontraba Arezzo. De pronto besó a su amigo y éste lo empujó.

—¿Qué te pasa, Franco? démons —le gritó.

—Me pasa que me gustas, y qué.

Luego escuchó detrás suyo: —¿Cómo dijiste?

Se giró y se vio a sí mismo recriminándose.

Abrió los ojos respirando con dificultad y miró la hora en su reloj de pulso. Dos y treinta y cinco de la madrugada. Lanzó un suspiro.

Sintió un cuerpo suave encima suyo y supuso que era una de las chicas con las que había intentado flirtear. Acarició su cintura recordando que las mujeres con las que habló, ya tenían parejas o no querían nada con él. Detuvo su mano quedando totalmente inmóvil.

Bajó lentamente la cabeza y su corazón se aceleró. Encima de su hombro reposaba la cabeza de Arezzo con el rostro levantado hacia el suyo. Sus narices se tocaban. Podía respirar su repiración y sus bocas estaban peligrosamente cerca.

Retiró rápidamente su mano. Lo agarró por los brazos y lo empujó con fuerza tirándolo de espaldas al suelo. —¿Qué te pasa imbécile? —gritó levantándose del sofá.

—¿Qué me pasa? ¿Qué te pasa a ti? ¿Te has vuelto loco? —contestó Milán levantándose con dificultad.

—¿Loco? ¿Qué hacías encima mío? —reclamó acercándose con rabia y puños apretados.

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