Capitulo 10

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Estar encerrada fue peor de lo que imagine, la soledad era tenebrosa, cruel, desesperante, aún así nunca me importo mucho, me había sentido aislada toda mi vida, de no ser por mi familia quizá nunca habría aprendido a hablar, ellos fueron mi puente entre la realidad y lo espiritual, y los demás solo un eco a la distancia. En el fondo sabían, percibían el olor a muerte que arrastraba bajo mis pies y escapaban como animales asustados, no había manera de culparlos por ello, pero esa soledad tan conocida, tan familia, junto con el encierro se volvió intolerable, fue como si hubiese dejado de existir por completo, aunque en realidad nunca lo había existido.

Las personas rodeaban la barrera como si mi casa fuese invisible, en cuanto se acercaban demasiado, por alguna razón, simplemente daban media vuelta y tomaban otra dirección. Los primeros días creí que era impresión mía, el aislamiento quizá me estaba afectando, pero con Gyan y mi tía paso exactamente lo mismo, estaban frente a mi, divididos solo por la barrera que se alzaba autoritaria entre nosotros, y aturdidos, sin entender como habían llegado hasta ahí, fueron rechazados y regresaron por dónde habían venido.

Ese día se cumplía una semana y comenzaba a creer que moriría ahí dentro, estaba asustada, nunca le había hecho daño a nadie, al menos no a propósito y siempre intente minimizar los daños colaterales de mi existencia, aún si había nacido maldita como ese hombre había dicho, no merecía eso, eso creía, aunque con el pasar de los días, comenzaba a a cuestionármelo.

Estaba sentada en el pórtico, con la mirada perdida en algún lugar fuera de la barrera, una mano herida, vendada y contraída para evitar lastimarla más de lo que ya lo había hecho yo misma, y la otra acariciando suavemente mi pierna derecha, siguiendo con la punta de mis dedos a los casi imperceptibles caminos de las cicatrices. En un inicio no podía percibirlas, eran tan delgadas que me dolía intentar verlas, pero me fui acostumbrando, a contra luz brillaban como hilos de oro enredados en mi piel, mi costado también se veía así y justo como él había dicho, la marca en mi frente cambio, su color oscuro se diluyo y adquirió el mismo tono dorado que lucían las demás cicatrices.

—¿Aun nada?—pregunte al viento.

—No puedo encontrarla—respondió una voz acogedora cerca de mi—es posible que cruzará.

—Es muy pronto, el abuelo tardo un par de meses.

—Tu abuelo siempre fue un poco desgraciado, sabía que si cruzaba no le esperaba nada bueno—una cálida risa se escucho cerca, pero lejana al mismo tiempo, haciendo que mi corazón se estrujara con melancolía.

Suspire y desvíe la mirada para verlo mejor, su imagen estaba perdiendo color y forma, como pintura fresca bajo la lluvia, su rostro era tan transparente que apenas podía distinguir sus facciones dulces que se movían como humo contra el viento.

—Aun así se fue—le mostré una triste sonrisa y apreté los labios, sabia bien que pronto él también se iría.

—Era un espíritu débil, se aferró a ti tanto como pudo, la transición es inevitable, lo sabes mejor que yo—su voz resonaban débil y distorsionada, un vestigio de lo que alguna vez fue.

—El punto es, que mamá ya debería haber venido—deje escapar otro suspiro y me masajee el entrecejo—se que pude sentirla en el funeral—apreté mi mano derecha enterrándome las uñas en la palma—soy una idiota, no estaba preparada para llamarla y ahora no sé si podré verla otra vez.

—Ella fue una mujer muy buena, es posible que no tuviera nada que la retuviera—explico intentando tranquilizarme sin llegar a lograrlo.

La imagen de él hombre de ojos azules, de pie a un lado del féretro de mi mamá invadió mi mente.

FragmentosWhere stories live. Discover now