Primera Parte - ELLA

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Se despertó temprano esa mañana. Aún llovía y se preguntó por qué estaba despierta a esa hora. Llegar tarde a todas partes estaba en su ADN, pero dormir durante veintisiete de las veinticuatro horas del día era su sello personal. Y aunque era viernes, se iba a tomar el día libre para poder celebrar su cumpleaños como era debido.

A su lado estaba Felipe. Hoy ella cumplía 40 años. "¡Hace diez años tenía treinta!" pensó, burlándose con ironía ella misma de su avanzada capacidad de hacer cálculos matemáticos. Lo miró, dormido, y recordó que hacía ya diez años también que había empezado su aventura con él. Una aventura demasiado llena de inestabilidades e inseguridades, pero todo eso pasaba a un segundo plano cuando lo veía. Según ella era una obra de arte hecha hombre. Muchas veces había querido que él le aportara algo de seguridad y tranquilidad a su vida, pero sabía que eso era como pedirle peras a un olmo. Lo importante es el empaque, decía ella, ya el contenido uno lo arregla de acuerdo con el gusto. Y era curioso que siempre que pensaba o decía eso, aparecía una sonrisa triste en su rostro.

Se levantó, fue a la cocina y se preparó un jugo verde. Volvió a mirar por la ventana y seguía lloviendo Levantó su celular, cargó su aplicación de música y dejó que el algoritmo de la máquina escogiera la música por ella. Años y años de estar en segundo plano habían hecho que esa aplicación supiera más de sus gustos que ella misma. Jugó un poco con el celular, los actuales se doblaban y quedaban del tamaño de una tarjeta de crédito (de las antiguas, claro. Hoy día ya no existían en forma física). Abrió su celular y revisó sus redes sociales. Diez años atrás hacer eso era parte de su rutina diaria. Era feliz mostrando lo popular que era, al fin de cuentas para algo tenía que servir ser una mujer atractiva. Eso le había conseguido buenos trabajos al principio, pero luego ella se encargaba de demostrar que era una mente disciplinada en un cuerpo hermoso.

Se terminó el jugo, volvió a su habitación, saludó con un beso a Felipe, él sonrió y siguió durmiendo. Volvió a mirar por la ventana. La llovizna y la neblina eran constantes y a pesar de eso había gente en la calle. El señor del 206 con su perro tomando aire fresco, eso decía él, los drones entregando mercancías a domicilio. Era un mundo que había empezado a formarse de nuevo hacía ya diez años debido a la pandemia. Ella había logrado adaptarse al aislamiento social propio de la época y nunca dejó de estar en fiestas y reuniones a pesar de las restricciones. Ese era su mundo. Si no se sentía parte de una comunidad o si era parte de una comunidad y ella no era el centro de atención, era presa fácil de la depresión. La soledad nunca fue una buena compañía para ella.

Abrió el vestier y buscó la ropa del gimnasio. Sabía que los años pasaban cuenta de cobro, pero ella había hecho todo lo posible porque esa factura se retrasara en llegar. Y hasta ahora, esa labor la había cumplido a la perfección. Seguía siendo Pocahontas, así le decían todos desde épocas universitarias, y estaba segura de que lo seguiría siendo por mucho tiempo más.

Escogió sus leggins obscuros, ajustados, con una raya blanca a cada lado de las piernas, una camiseta gris no tan ajustada y sus zapatillas deportivas con cámara de aire para amortiguar el impacto propio del ejercicio. En eso estaba, acomodando tanto desorden después de escoger la ropa deportiva del día, cuando cayó al suelo una tarjeta de regalo, olvidada al interior de un libro. "Sabes que mis mejores deseos son para ti" decía la tarjeta. Ella sonrió al leerla y también al ver la firma de quien se la había regalado. Siguió sonriendo mientras recordaba esas épocas ya lejanas de hace diez años. Abrió su celular, buscó las fotos que tenía donde aparecía ella con quien le había regalado no solo una orquídea acompañada de esa tarjeta, sino 18 meses llenos de madurez y aprendizaje. Se preguntó qué sería de la vida de Gabriel. Cualquiera de sus amigos (en realidad la mayoría solo eran conocidos, pero para ella, cualquier persona que la saludara era casi su hermano de sangre) habría seguido en contacto con ella, con la esperanza de algún día llevársela a la cama. Gabriel no. Él era distinto. Si daba por terminado algo, era de forma definitiva. Y hacía ya diez años también que él había dado por terminado cualquier vínculo con ella.

PocahontasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora