Capítulo 9: Soy genial

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La tensión entre Jon y yo era palpable, y aunque intentaba no mostrarlo, mi incomodidad se apoderaba de mí en cada palabra que él pronunciaba. Era como si su simple presencia estuviera diseñada para irritarme, y por más que lo intentaba ocultar, no podía evitar sentirme molesto.

— ¿Dami, puedo ir a tu casa? — preguntó Jon con esa voz inocente, como si fuera algo tan sencillo de resolver.

— No. — Contesté sin pensarlo, ya harto de que insistiera. — Ya te dije que no, no vas a ir a mi casa, no voy a ir a la tuya, y nada me va a hacer cambiar de opinión. ¿Entendido?

Lo que siguió fue un suspiro resignado de Jon, y ese maldito brillo de siempre en su rostro que no hacía más que incrementar mi frustración.

No lo logre, no fui fiel a mi palabra y ahora este niño estaba en mi habitación, preguntándome solo como sacar la X. Estaba tratando de que le explicara de nuevo algo que ya había explicado veinte veces, me sentí como si estuviera perdiendo el control. Estaba rodeado por ese aura de... felicidad, y eso solo aumentaba mi irritación.

— Ya te lo dije más de 20 veces, Jon, ¿cómo es que eres tan tonto? — le solté, mientras me sobaba la cara, como si de alguna manera eso fuera a calmarme.

— No soy tonto, tú explicas muy mal — dijo, inflando los cachetes, imitando el comportamiento de un niño pequeño, lo que solo me exasperaba más.

Intenté no dejar que eso me afectara, pero era difícil. Era como si Jon, sin quererlo, estuviera haciendo todo lo posible por sacarme de mis casillas.

De repente, alguien tocó la puerta, y al menos eso me dio un respiro de la situación.

— Amo Damian, amo Jon, les traje una merienda ¿puedo pasar? — preguntó Penyword.

— Adelante — respondí, con un tono casi seco.

Penyword entró, dejó la bandeja con comida y se fue, dejándonos a Jon y a mí en ese silencio incómodo que siempre parecía seguirnos. Pero Jon, como siempre, rompió el silencio con una sonrisa, mientras devoraba una galleta de Alfred.

— Me encanta la comida de Alfred — dijo entre bocados.

— Te has acostumbrado rápido, ¿no crees? — le respondí, con una ceja alzada, claramente irritado.

— Pues gue se — dijo, con la boca llena, mientras intentaba masticar rápidamente.

— Te vas a atorar— le advertí, aunque sabía que no me escucharía.

— Ya lo pasé — respondió sin darle importancia.

El ambiente entre nosotros no mejoraba, y aunque intentaba seguir con lo que estábamos haciendo, Jon, como siempre, comenzó a molestarse por cosas sin importancia.

— Continuemos estudiando, baby boy — le dije, con un tono burlón, aunque en el fondo también me estaba sintiendo incómodo por toda la situación.

— No me llames así, no soy ningún niño — respondió, inflando nuevamente sus cachetes.

¿En serio? No podía dejar de sentir que todo lo que Jon hacía me ponía aún más tenso, como si estuviera jugando con mis nervios. Decidí seguirle el juego, acercándome más a su cara, retándolo.

— ¿Seguro? — le dije, con una sonrisa maliciosa. — ¿No eres un niño, baby boy?

La respuesta fue inmediata: Jon se puso más rojo que un tomate, y antes de que pudiera reaccionar, me empujó con tanta fuerza que la silla en la que estaba sentado se volcó, y terminé en el suelo.

— ¡DAMI! — exclamó, y de inmediato trató de ayudarme, aunque su gesto solo sirvió para aumentar mi frustración.

— ¡Maldito, no tenías que hacer eso! — le grité, mientras veía cómo extendía su mano para ayudarme a levantarme.

A Tu Lado (editando) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora