—Y qué ¿Es divertido ser rico?
Vale, no quería preguntar eso, pero cuando te están enseñando una casa superrecargada, incluida una lámpara de araña en lo alto de la escalera, cuesta mucho no decir algo así.
—Tiene sus ventajas.
Spencer señaló con un gesto el gran surtido del bar de sus padres mientras Postiza y Cobriza nos abandonaban para echar un trago con sus novios, que en aquel momento bebían cerveza barata.
—Me lo imagino.
—Y bien ¿Quieres ver los dormitorios?
Lo dijo en un tono tan sugerente que me eché a reír con ganas.
—Siempre vas de farol, ¿verdad? —le pregunté, aunque sabía que no me lo confirmaría—. Te van los juegos y las insinuaciones.
—Acabas de herir mis sentimientos —supe, por su sonrisa condescendiente, que había dado en el clavo. De repente cambió de expresión—. Aunque hay juegos a los que prefiero no jugar. Espero que Logan sepa lo que está haciendo esta vez.
—¿Esta vez? —repetí, al advertir un deje de preocupación en la voz de Spencer. Nunca antes lo había visto tan serio. No parecía que le hiciera gracia la historia de Logan y Chelsea. Se encogió de hombros, pero lo hizo con un movimiento crispado.
—Algunos chicos caen una y otra vez en las mismas trampas, por más que la treta sea evidente — intentó aligerar el ambiente—. Es la maldición masculina, sucumbir por siempre al hechizo de las mujeres —dijo en plan filosófico—. Y hablando de eso...
Spencer señaló con un gesto a Patrick, que caminaba decidido hacia nosotros.
Vale, reconozco que, en mi fuero interno, fantaseaba con que Patrick me besara hasta quitarme el sentido; como si participara en un videoclip de Taylor Swift en el que una chica encantadora pero patosa (yo) estuviese a punto de ser redimida por el amor. Ojalá la vida real funcionase así.
En lugar de eso, Patrick se quedó delante de nosotros, como si quisiera decir algo pero no supiera por dónde empezar. Tras un largo instante, retiré la mano del brazo de Spencer (volviendo a correr peligro de perder mi precario equilibrio).
—Luego nos vemos —se despidió Spencer por fin con un guiño cómplice. Se acercó a un grupo de chicas entre las que me pareció ver unos tejanos ceñidos de color gris.
—Te he estado buscando.
¿Por qué tenía que derretirme por cuatro palabras de nada? Fue tan bonito De repente pensé: A lo mejor Corey y Melanie tenían razón sobre el vestido.
—¿De verdad?
Ya veis, cuando un chico supermono me dice que me ha estado buscando, no se me ocurre una respuesta más brillante que esa. Tierra, trágame.
—Sí. ¿Por qué no vamos a hablar a un sitio más tranquilo?
Y antes de que yo pudiera meter la pata, me cogió de la mano y me llevó hacia la puerta principal, tal como había imaginado infinidad de veces.
Solo que en mis fantasías no llevaba tacones que me cortaban la circulación. Tampoco Patrick me arrastraba hacia la puerta, sino que paseábamos juntos o algo así. Y en aquellas ensoñaciones, no chocaba con alguien cada dos por tres ni tenía que disculparme a cada paso.
Pese a todo, fue genial. De verdad.Entendí por qué había querido cambiar de ambiente. El aire fresco resultaba agradable tras el calor asfixiante de aquella casa atestada. Allí fuera podíamos hablar sin tener que gritar para hacernos oír por encima de la música. Por desgracia, no estábamos solos. Muchos chicos y chicas disfrutaban en aquel momento del jardín, que debía de haber costado una pequeña fortuna a los padres de Spencer.
Tenía una fuente. No os tomo el pelo, una fuente de verdad que brillaba y gorgoteaba como en un sueño. Una balaustrada perfecta enmarcaba el porche, el apoyo ideal para que una chica descansara el peso en vez de quitarse los zapatos. De modo que me apoyé y miré a Patrick.
Algunas personas han nacido para ser contempladas a la luz de la luna. Los rayos nocturnos realzaban la oscuridad de sus ojos castaños. Aunque no llevaba chaqueta, un calorcillo me recorrió el cuerpo.
—Hola —dije sencillamente. Todo era perfecto. Incluso el olor a hierba que flotaba en el aire me parecía ideal—. ¿En qué estás pensando?
—En ti.
Se acercó y el corazón me empezó a latir a toda velocidad. Solo podía pensar: ¡Está a punto de suceder! ¡Va a besarme! En cualquier momento.
—¿Y qué piensas de mí?
¿Por qué no podía callarme y dejar que él tomara la iniciativa?
—Pues que estoy enamorado de ti.
Me aparté de él, rompiendo así el hechizo de luna. Me cogí a la barandilla para no perder el equilibrio. Las piernas apenas me sostenían.
—Que estás ¿qué? —exclamé con incredulidad y quizás una pizca horrorizada. Fue como si me hubiera dicho: «Soy medio cocodrilo» o «Soy un agente secreto de narcóticos».
—He dicho que estoy enamorado de ti —repitió a la defensiva.
No debería haber abierto la boca. Tendría que haber asentido primero, para luego ronronear: «¿Sí? ¿Y por qué no me lo demuestras?». Tras eso, nos habríamos besado. Pero no pude hacerlo.
—No —negué con la cabeza, segura de que en cualquier instante me despertaría y él no estaría allí, asesinándome con la mirada—. No, no lo estás.
—¿De qué hablas? ¡Yo sé lo que siento, Mackenzie!
Oh, sí, no hay nadie mejor que yo para mandar a paseo un momento romántico.
—Tú tú no puedes estar enamorado de mí porque ¡ni siquiera me conoces!
Había dado en el clavo. Advertí que me miraba con frialdad. Patrick jamás había demostrado el menor interés en mí hasta hacía una semana. ¿Una conversación en la cafetería y ya se suponía que me amaba?
Lo dudaba mucho.
Se hizo un silencio mientras Patrick meditaba lo que acababa de oír. Luego su expresión se fue suavizando, y yo pensé: A lo mejor lo ha pillado. Quizás ha comprendido que para amar a alguien tienes que aceptarlo; rarezas incluidas. Esperé que dijera: «Eso se puede arreglar. ¿Por qué no nos conocemos mejor?». Luego me daría la mano con amabilidad como si acabaran de presentarnos formalmente: «Soy Patrick y me gustaría contártelo todo de mí, pero primero me gustaría que me hablases de ti».Me habría rendido. Habría hecho conmigo lo que hubiera querido, maldita sea. En cambio, me miró a los ojos con ternura.
—Te conozco, Mackenzie.
Por desgracia, tuvo que decir precisamente eso.
—Eso es una falacia del razonamiento lógico. Se llama «petición de principio». No has refutado la premisa de que no me conoces. En cambio, te has limitado a reafirmar que sí —intenté sonreír, pero no tenía ganas—. Es así como pienso siempre. ¿Aún me amas?
Tome su gélido silencio como una negativa en toda regla.—Me lo temía.
Me dolió. No habría debido dolerme, puesto que era yo la que me estaba echando atrás, pero me escoció como una medusa. Supongo que eso es lo que pasa cuando descubres que has estado obsesionada por un chico que no existe en realidad durante años.
—Lo siento —me disculpé, y lo decía en serio. Lo sentía por los dos—. Ojalá fuera la chica que estás buscando. Pero yo no lo soy.
Patrick no se limitó a encogerse de hombros diciendo: «Bueno, podemos ser amigos». No, se dejó llevar por la rabia.
—No te creo. Piensas que puedes aspirar a algo mejor que yo, ¿verdad?
El asco que delataba su voz me habría hecho retroceder de haber tenido sitio.
—¿Qué? ¡No!
—Te crees que, como te has hecho famosa, mereces algo más que un alumno de instituto —su manera de mirar mi vestido me hizo sentir expuesta—. O puede que yo no sea lo bastante rico. ¿Por eso te has dedicado a tontear con Logan y con Spencer?
Una bofetada en la cara no me habría dolido más.
—Bravo —por un momento, no atiné a decir nada más, porque, ¿qué otra cosa cabía expresar?—. Has pasado de declararme tu amor a llamarme cazafortunas en menos de treinta segundos. O sea bravo. Supongo que si de verdad me amases me habrías llamado puta.
Me erguí y solté la barandilla. Había llegado el momento de plantarme sobre los dos pies.
—Si crees que persigo a los chicos pensando en su cuenta bancaria, no me conoces en absoluto — lo observé atentamente—. Ese es más tu estilo, ¿no? Empezaste a derrochar encanto cuando Tim dijo que me encontraba interesante. Habrías pasado de mí si no hubieras pensado que, estando conmigo, tu foto saldría en los periódicos —tenía un horrible nudo en el estómago—. Y yo he sido tan tonta como para tragarme el cuento. Creo que deberías marcharte.
—Lo lamentarás, Mackenzie —dijo en un tono frío y firme.
—Tal vez no ahora, tal vez ni hoy ni mañana, pero más tarde, toda la vida —cité Casablanca, aunque mi frase contenía mucha más ironía que la de Humphrey Bogart.
—¿Qué? —su rabia se tiñó de confusión.
—Nada. Una cita de una película famosa. Olvídalo.
—Tú, Mackenzie —dijo despacio—, tienes un diccionario en vez de corazón.
Y dicho eso, se metió en la casa.
—Enciclopedia —lo corregí mientras contemplaba la noche. Era hermosa y solitaria al mismo tiempo, rota por el brillo de las pequeñas luces que iluminaban el camino a la glorieta, y si no hubiera dirigido la vista hacia allí, intentando no llorar por Patrick, jamás habría visto a Chelsea levantar la cabeza, coger la cara de Logan entre las manos y besarlo.
De modo que el fin había pasado a ser un principio. Y supe que Patrick estaba muy equivocado acerca de mi corazón, porque si de verdad hubiera tenido una enciclopedia en el pecho, lo habría observado todo sin perder la compostura. En cambio, me di media vuelta y regresé a la fiesta.
Supuse que si el alcohol se asociaba siempre con la rebeldía juvenil y con los corazones rotos, debía de ser por algo. Había llegado el momento de averiguar por qué. Resultó ser el peor plan de futuro inmediato que había concebido nunca.