Capítulo 2 : La evasión.

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CAPÍTULO 2 : La evasión.

Eran las 2 de la tarde cuando el chico llegó al establecimiento. Rápidamente fue a colocarse el uniforme detrás de la cocina. El lugar era tranquilo, pero con la algarabía de un pequeño negocio donde se ofertaban comidas, fundamentalmente pastas, pizzas y algún que otro elemento de la cocina italiana, que si bien no estaba ubicada en una plaza siciliana, si se degustaban mucho por su calidad y gusto al paladar. Durante el día el local funcionaba como cafetería, que era atendida por el dueño y un sobrino, y durante la tarde y parte de la noche abría como Restaurante-Pizzería. El dueño era un holguinero que desde los años ochenta residía en la capital cuando llegó a estudiar farmacología, allí formó varios negocios y se casó. Roberto, que era el nombre del pequeño empresario, era un hombre de muy buenos sentimientos, leal, respetuoso, como se caracterizan por ser la gente del campo en Cuba. En la plantilla de ese turno en la tarde, daba trabajo a 4 chicos incluido Raudel, con quien siempre tuvo gran cariño y respeto, pues decía que era de campo y trabajaba al mismo tiempo que estudiaba, como en un pasado había hecho él. Es por ello que las tardes de trabajo de Raudel se hacían más cortas en los tiempos de exámenes.
Los otros tres compañeros de turno de trabajo del estudiante eran: Mariana, una chica habanera de 25 años, de mediana estatura, labios finísimos, introvertida y que siempre andaba con una cantidad excesiva de pulseras, collares y adornos en su cabello, un poco bohemia o hippie, pero lo cierto es que era una buena amiga de todos, y siempre daba buenos consejos a Raudel o a Raudeliño, como cariñosamente le llamaba a éste, Mariana servía de lavaplatos y de cocinera al mismo tiempo. El segundo era Adrián, un joven de 22 años, del Cerro, muy alto y delgado, en el día trabajaba como ayudante en una carpintería y en las tardes llegaba hasta el establecimiento para servir como cocinero, montador de pizzas, parrillero y en alguna que otra ocasión como electricista; y como diría Sonia, la mujer de Roberto, el dueño, Adrián servía hasta para remedios. Y el tercer compañero de Raudel, era un chico habanero, de un pelo negro increíble sedoso, elegante, delgado, con voz muy fina y unos ojos que impactaban a Raudel, cada vez que lo miraba. No tenían nada de extraño, no eran azules, ni grises, ni verdes, mucho menos violetas, rojos o amarillos; pero tampoco tenían nada de común. Eran pardos oscuros, en ellos se reflejaban muchos sentimientos, quizás dolor, angustia, felicidad, mentira, verdad; pero eran únicos, eran maravillosamente hermosos, brillaban siempre, y más cuando reía. Su nombre era Carlos y se puede decir que su risa y sus ojos eran la mayor de debilidad de Raudel. El chico de 23 años, era tierno, tranquilo, pasivo y muy sensible, le temía a las ranas, a las arañas, a las cucarachas, gusanos y a la oscuridad, servía junto a Raudel de camarero.
Aunque Raudel, hacía lo posible y hasta lo imposible porque tan solo Carlos lo viera como más que a un buen amigo, este nunca le había hecho caso en este sentido, e ignorar los intentos de seducción del chico era su especialidad . Cada tarde Raudel llegaba con un detalle para Carlos, éste lo recibía, le daba un beso y luego ignoraba todo como si nada. Así había pasado por mucho tiempo, y nunca encontraba el joven estudiante, una consolación o comprensión.
Los cuatro chicos, tenían mucha confianza entre sí, pero también guardaban grandes secretos los unos de los otros. Salían juntos de copas y a conciertos, a menudo y cuando aún después de un día de trabajo y estudio, tenían tiempo para despejar sus mentes y compartir entre amigos.
Raudel entró a la cocina luego de vestirse con el traje marrón que usaban como uniforme, y esta vez entre sus manos traía una rosa; ¿para quién?, pues la respuesta ya se sabía, y más por la sonrisa de Carlos, que secando sus manos la tomó y dio un beso en la mejilla al chico, para culminar el saludo con un abrazo.
_ ¿Te gustó la rosa Carli? - preguntó el chico.
_ No dejas de sorprenderme nunca Rau, ¡por supuesto que me encantó! - en una sonrisa que le salía de sus gruesos labios, respondió Carlos.
_ Tú ya lo sabes, te lo he dicho, yo no me rindo, no me doy tan fácil por vencido, y mucho menos ante algo que tanto quiero. A propósito. ¿Cuándo me vas a aceptar una salidita? - preguntó el chico.
_ Ehhhh, tengo que llevar estos platos a una mesa, después hablamos Rau. - evadiendo la pregunta y escabulléndose con la excusa se fue el chico de los ojos de estrellas.
Raudel saludó a los demás compañeros y se colocó el delantal que permanecía en su hombro. Comenzó a trabajar como si nada, no era la primera vez que su amor platónico le dejaba ese sabor de evasión, no era la primera vez que Carlos no le respondía esa pregunta, no sería la primera escena de esa tan larga película de suspenso, que una y otra vez había visto el chico, en fin, ya estaba acostumbrado a ello.

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