102 - Dar a la oscuridad

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Faltaban pocas semanas para que terminara el invierno, pero aún así las temperaturas eran gélidas y las ráfagas de viento las intensificaban. No era agradable salir a la calle, pero había necesitado hacerlo para despejar el dolor de cabeza que me llevaba atacando durante horas. Me pasé por nuestra pequeña granja y comprobé que los esclavos se habían ocupado de alimentar a los animales adecuadamente. Odín vino conmigo y se puso a olisquear el recinto mientras yo me ocupaba de algunos arreglos.

No me quedaba mucho para dar a luz, por lo que estaba emocionada y asustada en la misma proporción. Einar no dejaba de preguntar cuándo nacería su primer hermano y Ivar ya había mandando construir una cuna nueva. Esta vez volvía a estar seguro de que sería un varón y yo le aseguraba de que sería un niño mucho más tranquilo que Einar, pues el embarazo estaba siendo mucho más calmado y prácticamente ausente de patadas. A veces me tenía que concentrar para sentirle, porque era extremadamente sereno, como si no tuviera ganas de salir al mundo.

Estaba desatando unos nudos cuando sentí un fuerte pinchazo en el estómago, seguido por dolores intensos en el cuello uterino. El malestar fue tan fuerte y tan repentino que me caí al suelo de la pequeña finca. Odín corrió a mi lado y yo le acaricié el lomo.

—Estoy bien, estoy bien...— Cerré los ojos con fuerza y me apoyé contra la puerta que daba al cobertizo.

Llevaba un par de días con síntomas extraños, pero no me podía imaginar que el niño fuese a salir tan pronto. Especialmente porque aún quedaba más de un mes para que naciera. El hecho de que el niño pudiera nacer prematuro me agobiaba, ya que muchos no llegaban a sobrevivir, y por esa misma razón no le hablé a Ivar sobre mis específicos síntomas. No quería añadir preocupaciones a las que ya tenía de forma constante.

Me intenté levantar del suelo pero los dolores se intensificaron, haciéndome gruñir y apretar las piernas con fuerza. El dolor punzante en el vientre era nuevo para mí, aunque las contracciones las recordaba perfectamente. Eran incapacitantes.

—Ve a casa, Odín. Llama a alguien. Vamos.

El perro, que era más listo que el hambre, salió corriendo y se perdió de mi vista, la cual empezaba a nublarse. Me quedé ahí sentada durante un largo tiempo, lo que pareció una hora entera, hasta que alguien vino a buscarme.

—Ya estamos aquí, vamos a llevarte a casa.— Escuché la voz de Hvitserk, quien me levantó con la ayuda de Viggo y entre los dos me sujetaron al caminar.

—Parece que alguien se ha adelantado eh.— Bromeó Viggo.

Me llevaron directamente hasta nuestra habitación, donde estaban esperando una comadrona y varias esclavas. Pero ni siquiera al sentir la suavidad de las sábanas bajo mi cuerpo pude sentir un mínimo alivio. El dolor me estaba matando. Lo único que hacía era sudar y gritar y luchar contra aquella sensación que parecía partirme en dos.

Por las voces intuí que a Ivar no le estaban dejando pasar y que lo estaban reteniendo fuera para tranquilizarle. Sinceramente me parecía lo mejor, Ivar era muy excitable. Aunque en lo más profundo de mi ser deseaba que estuviera conmigo agarrándome de la mano, pues el dolor que estaba sufriendo ahora era el peor que había tenido jamás.

[Narrador Externo]

—¡Es mi hijo! ¡Déjame pasar!— Gritó el rey, cuyo hermano le estaba reteniendo fuera de la habitación donde ella daba a luz.

—No vas a pasar así, tienes que tranquilizarte.

—¡Estoy tranquilo!— Volvió a decir y su hermano alzó una ceja con incredulidad. Ivar gruñó y apoyó la frente contra la pared fría que tenía al lado. No se podía tranquilizar si la escuchaba gritar así. Ya había pasado por esto antes, pero todo parecía diferente. Estaba jodidamente asustado.— Necesito verla.

—La verás cuando termine.

—No puedo esperar...— Cerró los ojos, quejidos escapando de su boca. Pareciera que él mismo era el que estuviese dando a luz. Pero de pronto, los gritos cesaron y se escuchó silencio al otro lado de la puerta. Demasiado silencio. Ivar miró a su hermano y le suplicó con la mirada que no le detuviera antes de agarrar el pomo de la puerta y abrirla de par en par.

Astryr tenía los ojos cerrados y el cuerpo desvalido, totalmente inerte. Una gran capa de sudor cubría todo su cuerpo, desde sus cejas hasta sus piernas abiertas. Unos momentos después volvió en sí y se retomaron los quejidos, alaridos y gritos de profundo dolor. Ivar no pudo evitar pensar en su madre y en lo mucho que había sufrido cuando él nació, tanto que se desmayaba a cada rato a causa del dolor.

—Vamos, Ivar.— Le dijo Hvitserk, agarrándole del hombro. Su hermano se sacudió de su agarre y se sentó en el borde de la cama, dejando patente que no se iba a ir a ningún lado. Por el contrario, se quedó ahí escuchando sus gritos y sus silencios durante más de dos horas. Un tiempo en el que se encontró en el mismísimo inferno, compungiendo el rostro de forma constante y rezando a todos los dioses para que les ayudaran durante el parto.

—Ya está, ya va a salir.— Habló la comadrona y Astryr, quien acababa de volver a la consciencia, empujó con todas sus fuerzas para dejar salir a un pequeño cuerpo acompañado de sangre.

La madre se sorbió la nariz y sollozó del dolor, pero no bajó la cabeza ni un momento. Quería ver a su hijo antes de volver a desmayarse, quería saber que estaba bien. Pero el único llanto que se escuchaba en la sala era el suyo propio.

—Mi hijo... ¿está bien?— Balbució.

La comadrona lo envolvió en una manta con cuidado y le dio varios golpecitos en la espalda para animarle a respirar. Pero toda la sangre que rodeaba a la madre hablaba por si sola. El niño había nacido muerto.

—Dame a mi hijo...— Sollozó ella estirando los brazos. Ivar drapeó el entrecejo y se levantó para ver a la criatura sin vida. Al destapar su cuerpo de las mantas observó la deformidad en sus piernas, la misma que él tenía. Sin embargo, su hijo ni siquiera había tenido la oportunidad de respirar.— Ivar, ¡Ivar, dámelo!

Él la miró y se hundió de la pena. Astryr tenía la cara empapada de lágrimas, las piernas ensangrentadas y los brazos extendidos hacia su hijo muerto. Parecía tan mareada que probablemente no era consciente de lo que realmente estaba pasando, solo quería sujetar entre sus brazos al bebé que durante tantos meses había cargado en el vientre.

—Ivar...— Su voz era un hilo roto, lacerante y aquejado. Por fin dejó caer la cabeza en la almohada y su expresión encontró la calma en la inconsciencia.

Ivar bajó la mirada a sus brazos y besó a su hijo en la frente. Tenía un mar de sentimientos por dentro que no conseguía entender ni organizar. Por un lado sentía una desazón profunda, como si le acabaran de quitar una parte de él, algo que amaba demasiado. Pero por otro lado se sentía aliviado de que el niño hubiese nacido muerto, pues la decisión que tendría que tomar en el caso contrario sería desafiante. Al fin y al cabo era un tullido, un niño deforme. Estaba mejor así.

Al salir de la habitación muchos le miraron consternados, especialmente Margreth, quien no podía creerse lo que acababa de suceder. Pero él caminó sin preocuparse por los demás hasta la playa, y cavó una tumba y lo enterró. Y sintió el dolor de un padre que entierra a un hijo y se prometió a sí mismo que era lo mejor. Que con un tullido era suficiente para ella, que mejor era superar la muerte de un bebé muerto a lidiar con el desafío de un niño tan deforme como él.

El palacio del sufrimiento // Ivar The BonelessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora