Día del Titán Eros IV - Temor

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El sol empezaba a ponerse, y toda preocupación se disminuía mientras nos distraíamos en las preparaciones para la fiesta. Aunque no sin dejarlo de lado, pues busqué a Rozen en privado para contarle sobre lo sucedido.

—¡Señorita! Lo sabía... Esto es mi culpa, no debí ayudarte... —empezó a decir, aunque la saqué de su idea rápidamente al señalarle el peligro que podíamos correr—. Me pides que modifique la memoria de alguien, pero no sabes quién es ni qué o cuánto vió. No puedo ayudaros señorita, más que rezar porque nadie se entere.

—Has logrado que nadie en esta casa se entere, todo por tí misma. Creí que podías hacer algo con la memoria —le señalé, a lo que ella se negó.

—Hablas de una magia muy poderosa... No soy una archimaga, sólo puedo ayudar aquí porque cada uno de los sirvientes es leal a usted y su padre. Cada persona fue tratada individualmente y los recuerdos de su madre inspiran su lealtad, y quien no, siempre puede ser comprado —explicó, simplificando la situación de lo que yo pensé era un recurso mágico—. Nadie está de acuerdo, pero nadie va a acusar a dos niños de una curiosidad de adolescente.

—¡Sabes que es más que eso! —le dije en reclamo, suspirando para que las emociones no controlasen la mayor parte de mí— es demasiado conveniente que nunca pase nada...

—Porque su padre y yo nos aseguramos de que no pase nada. Pero no puedes controlar otros nobles, u otras personas —dijo, tomándome de los hombros—. Señorita, no se preocupe, pues pase lo que pase, nada le hará daño.

Agradecí sus palabras, aunque por dentro, una sensación de decepción e intranquilidad me llenaba. Quizá sólo fue una persona aleatoria, quizá sólo se alejaron por la escena que hacíamos y no por reconocernos como hermanos. Estábamos jugando a la paranoia y el miedo nos consumía. Era sólo una persona, de cientos que antes habrán sospechado algo. Teníamos algo más importante entre manos, una fiesta a la que asistir, y luego enfrentarnos a nuestro padre, antes que perseguir enemigos imaginarios.

Tomé de entre mis ropas el vestido que pocas horas atrás preparé con Beck, y todo lo necesario para cargarlo puesto. Sólo faltaba pedir a los sirvientes preparar el baño y estar lista y perfumada para la ocasión. Caminando al lugar, tropecé con mi hermano, que aún mantenía la angustia en su mirada, y ni si quiera tenía preparado algo que no fuese su armadura diaria.

—Chris, ¿no piensas ir a la fiesta? —le pregunté, pero su mirada parecía juzgarme severamente.

—Tenemos cosas más importantes...

Antes de que continuase con palabras que yo ya conocía, llevé mis manos a su cabeza, cerrando mis ojos para hacer ese conjuro de calma y tranquilidad que él necesitaba. Sabía que me cargaría con sus sentimientos, pero no me importó con tal de verlo tranquilo.

A cada momento, sentía en mi pecho una presión, como si una espada se clavara sobre mí una y otra vez, viniendo de personas en las que confiaba. Me sentí desolada, expuesta, con cada soplido del viento destruyendo la casa que se había construido. Quise gritar, pero tenía un collar... No, una cadena en mi cuello. Y sólo sentía el peso de diez mil miradas que esperaban algo de mí, con apenas un leve rayo de luz. Cuatro manos que estaban dispuestas a protegerme, pero poco a poco se alejaban y desmoronaban. Luego de ello, una fuerte corriente golpeó mi pecho e hizo que soltara a mi hermano de golpe, sacando todos esos sentimientos de mi cabeza.

El dolor del pecho se sentía real, aún apretaba, y mi corazón palpitaba con fuerza. ¿Qué era eso que a él le pesaba tanto? Tenía su cabeza llena de problemas e ideas que sólo le dolían, al punto que mi magia fue incapaz de curar todo. Respiraba con fuerza y lo ví acercarse a mí con cuidado.

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