Capítulo 51

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Era mucho mas de la una y Damián no aparecía, algunos se habían marchado ya,  pensé en hacer lo mismo pero me sentía muy inquieta. Algo no andaba bien.

La puerta se abrió por fin; sin embargo no fue Damián quien entró.  La directora del colegio se paró frente a nosotros. Su rostro pálido y tenso era augurio de malas noticias. Suspiró profundamente antes de hablar.

—Debo darles una mala noticia, chicos. El profesor Bertolucci no podrá dar clases en un buen tiempo.

—¿Por qué?  —preguntó alguien.

—A eso voy —respondió la directora, desviando la mirada hacia esa chica —. El profesor Bertolucci  tuvo un accidente anoche y esta grave en el hospital.

Mis compañeros intercambiaron cuchicheos y miradas confusas.

—Por favor guarden silencio —volvió a hablar la directora —, los mantendremos informados de su estado de salud, por lo pronto no hagan alboroto ni chismorreo.

—¿Que fue lo que le pasó?  —preguntó otra chica.

—Chocó con un camión de carga a las afueras de la ciudad. Espero que esto les sirva de lección y manejen con cuidado... Bueno, los que tengan licencia.

—¿Y que pasará con el taller? ¿Se suspenderá?

—El taller continua, estamos al final del semestre y no podemos darnos el lujo de suspender las clases. El remplazo del profesor estará aquí el viernes —explicó la directora —, pueden irse, solo por esta vez —concluyó y salió del salón.

Mis compañeros continuaron hablando de lo que había pasado mientras guardaban sus cosas y se iban. Yo me quedé sentada en mi banco, con la cabeza dándome vueltas y el corazón latiéndome a su máxima capacidad. Las lágrimas brotaron de mis ojos una vez que me quedé sola.

Damián no... No podía ser cierto.

Las palabras de la directora se repetían en mi mente como disco rayado. Me aclaré la garganta, me limpié las lágrimas y tome mis cosa con brusquedad.

« Tengo que saber como esta, tengo que saber como esta» me repetía sin dejar de caminar como una loca, empujando a las personas que se cruzaban en mi canino.  «Tienes que ponerte bien. Tienes que estar bien»

Me escondí detrás de las escaleras y sin poder contenerme mas me eché a llorar allí. Me senté sobre el suelo y oculté el rostro entre las rodillas.

Sentí una mano tocándome la espalda.

—¿Que pasa, Aranza? ¿Estas bien?

—Ahora no, Nate, por favor vete.

—No puedo dejarte así, levántate, te llevaré a tu casa.

—¿Que le hiciste? —le gritó Yamileth a Nathan.

—¿Por qué piensas que fui yo?

—Aranza, ¿que pasa?  —preguntó Yami, sentándose junto a mi.

Sin decirle nada le eché los brazos al cuello, mi llanto se volvió mas fuerte.

—¿Por qué lloras así? ¿Que pasa?

—Hay que sacarla de aquí —dijo Nathan —,  estamos llamando la atención.

—Tienes razón —concedió Yami —, vamos.

Acepté la ayuda que ambos me ofrecían para incorporarme. Fuimos al estacionamiento. Nate sacó unas llaves de su mochila y las introdujo en la cerradura de un coche blanco.

—¿Desde cuando tienes carro? —preguntó Yamileth.

—Me lo regalaron la semana pasada.

Nathan nos llevó al departamento de mi tía. Le agradecí y baje del coche, Yamileth  fue detrás de mí.

—Cuéntame que paso —me pidió cuando entramos al departamento.

—Una tontería.

—Una tontería no te haría llorar así —insistió —. ¿Tiene algo que ver lo que le pasó al profesor  Bertolucci?

Volví a llorar.

—¿Como sabes lo que le pasó?

—Todo el colegio está hablando de eso. Lo que no entiendo es porque lloras así, ni siquiera lo conoces bien.

—Pues... Le tengo aprecio. No quiero que le pase nada, ¿crees que haya alguna forma de saber como esta?

—Puede ser... ¡Ya se como podemos averiguar! Su cuñada es medio influencer, publica  todo en Instagram. ¿Quieres que chequemos?

—Por favor hazlo.

Yamileth sacó su celular.

—Están buscando donadores de sangre del topo A negativo  —exclamó sin apartar los ojos de la pantalla. Yo le pedí que me mostrara la publicación.

En síntesis explicaba su accidente. Había chocado con un tráiler en la autopista y había salido disparado por la ventana. Su estado era critico y necesitaba una transfusión.

—Yo tengo ese tipo de sangre —dije —. ¿Me acompañas al hospital?

—¿Así nada mas?  A lo mejor ni te dejan donar porque eres menor de edad.

—Puede ser —admití —, le pediré a mi ría que me lleve.

La llamé y le expliqué lo que pasaba,  a ella le pareció muy raro mi interés, pero accedió a llevarme, solo que se iba a tardar porque tenia mucho trabajo.

La esperé  por dos largas horas, caminaba de un lado a otro muerta de los nervios, ignorando por completo a Yamileth.

Cuando mi tía finalmente llegó la tomé de la mano y la jalé hacía la puerta.

—Tranquila,  nena —me dijo —, deja que por lo menos me de un baño.

—Tía,  el profesor Bertolucci esta muy grave, no puede esperar —exclamé impaciente.

Mi tía enarcó una ceja y se cruzó de brazos.

—¿Por qué tanta urgencia?

—No es momento de preguntar eso, tía. ¿Nos vamos?

—Después de que me bañe,  cielo. Tendrás que esperar.

Frustrada me eché al sillón.

— ¿Por qué te pones así por un profesor? —preguntó Yamileth, de quien me había olvidado por completo —. Es muy feo lo que le pasó pero estas exagerando.

—¿Exagerando? —repliqué molesta —¡Se puede morir!

—Esperemos que no, por favor ya cálmate.

Por suerte mi tía se bañó rápido y nos llevó a mi y a Yamileth al hospital donde estaba Damián. Pedimos informes en la recepción, la enfermera nos dijo donde podíamos encontrar a su familia.

Estaban en la sala de espera, reconocí a su cuñada, una mujer alta y rubia, sentada al lado de un hombre muy parecido a Damián, aunque un poco mas gordito. Al lado de ellos había una elegante pareja de mediana edad, supuse que eran sus padres.

Nos acercamos a ellos,  mi tía se presentó y explicó el motivo por el que estábamos allí, todos le prestaban atención, excepto el padre,  que lo me quitaba los ojos de encima.

—Agradecemos mucho su gesto —dijo la madre con voz cansada —, gracias a Dios mi hijo ya no necesita la sangre, muchos de sus amigos vinieron a donar.

—¿Cómo está?  —pregunté.

Mi interés los desconcertó un poco.

—Estable, aunque todavía lo tienen en terapia intensiva —respondió la madre.

—En ese caso, nos vamos —dijo mi tía —, esperamos que el profesor se mejore.

La familia de Damián volvió a agradecernos.

—Aranza, vamos —dijo mi tía.

—¿Podrían decirle al profesor Damián que  sus alumnos esperamos que se mejore?

Intercambiaron miradas entre ellos.

—Claro, linda,  yo se lo diré —respondió la madre.

Comenzamos a alejarnos, volví el rostro un par de veces antes de perderlos de vista y noté que el padre se Damián no dejaba de mirarme.

La Musa  (En edición)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora