Aceleró el paso para situarse delante del granjero y fue caminando hacia atrás mientras empezaba su discurso:
— Verá, el motivo de mi visita es hacerle una oferta por sus inmensos terrenos, puesto que el Ayuntamiento ha pensado que podría construir aquí un edificio lúdico para los ciudadanos. Además, ust...—
— ¿Y cuál es la oferta? — interrumpió el granjero.
El mensajero del Ayuntamiento se sorprendió. Esperaba una respuesta tajantemente negativa y que no le dejasen hablar.
— Verá, caballero, la oferta consis... —
— Granjero. Soy granjero. Que tenga caballos no me hace caballero, ¡por el amor de Dios! — volvió a interrumpir.
— Sí...Sí, cierto. Como le decía, la oferta es la siguiente: usted recibirá una compensación económica por metros cuadrados de terreno, siéndole pagados a 1,5 veces más precio que su precio actual. Es decir, si un metro cuadrado tiene un valor de 5, nosotros le ofrecemos 7,5... ¿Entiende?
— Entiendo. — dijo, sin detener sus pasos y llegando ya al establo. Abrió el candado, tiró fuerte de la puerta y se dispuso a trabajar. Estuvo así varios minutos, en silencio, a veces tarareando una canción. El señor que le había hecho la oferta estaba a un lado, observando, esperando respuesta. Se impacientó un poco pues tenía otros granjeros en la lista a los que debía convencer y estaban a bastante distancia de dónde se hallaba ahora mismo.
— ¿Y bien? — inquirió con urgencia. — ¿Qué le parece?
— ¿Ahora me pide opinión? Usted me decía que venía a hacerme una oferta, no que yo debiera opinar sobre ella — respondió sin dejar de lado sus quehaceres. — Por lo tanto, creo que su trabajo ya ha concluido, y el mío acaba de empezar.
— Bueno, señor, pero — aquí adquirió un falso tono de jovialidad y cercanía para hacer la conversación más amena. — era de entender que usted debía decirme qué le parece, ¿no cree?
— Pues me parece que usted me viene a comprar algo que yo no he puesto en venta. Eso es lo que me parece. Cuidado. — añadió al arrojarle un puñado de paja prácticamente a la cara, dado que estaba de espaldas y no miraba dónde estaba acumulándola.
Con un gesto por acto reflejo evitó ese desenlace, y siguió como si nada:
— Bien, pero entenderá que la cantidad de dinero que usted recibiría sería suficiente para que usted deje de trabajar; se podría comprar una casa nueva y le sobraría dinero, muchísimo. — activó sus malas artes de vendedor, pues veía venir que acabaría sepultado bajo varios kilos de paja si no agilizaba esa compra.
— Yo lo que entiendo, si no es que soy demasiado cazurro para entenderlo, es que usted viene a mi casa a apropiarse de ella, derruirla, dejar a mis animales sin techo, y darme una miserable cantidad de din...
— ¡No tan miserable! — interrumpió.
— De dinero a cambio de lo que llevo levantando toda una vida — concluyó. — Gracias, pero no. Buenos días.
Se giró hacia él con algo de enfado en su rostro.
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Pequeñas y grandes historias
Short StoryPequeñas lecciones que nos harán ser grandes.