52 "Misión suicida"

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Vicenta:
Sé que está de más preguntarle eso a mi madre porque casi puedo escuchar su respuesta. Sé que ella seguiría luchando por que sus hijos fueran felices. Lo sé mejor que nadie porque lo viví. Ella vivió años aguantando horrores en manos de un desgraciado todo para que nadie me dañara y aún así, me quebraron por dentro.

—¿Ya ves, mami? No se puede proteger a los hijos para siempre―le digo entre lágrimas―y eso es lo que me da miedo. Me da pánico que a Danielito y Carolina les pase algo cuando yo ya no esté.

Pero, a diferencia de mí, mis hijos sí tienen un padre que los ama y los protege. No sé si elegí al mejor marido, pero sí al mejor padre para mis hijos. Daniel no es un desgraciado. Cometió un error, sí. Fue demasiado grave, sí, pero la pregunta del millón de dólares es ¿debería o no perdonarlo? ¿Quién me garantiza que en el futuro no me hará lo mismo en una situación parecida? Todo el amor que siento por él me quema. No puedo odiarlo, no puedo olvidarlo. Hay noches en las que tengo que contenerme para no tocar a su puerta y hablar con él, tratar de arreglar todo pero no, no quiero. Mi corazón contradice a mi cabeza pero ¿a cual de los dos escucho? ¿Debo ser racional o sentimental? ¿Qué debo elegir? ¿Cuál será la decisión correcta? ¿Qué será mejor para mis hijos? ¿Qué será mejor para mí? Siento que mi corazón atraviesa una enorme y fuerte tormenta de emociones. Por un lado, están los vientos del perdón, el amor y las ganas de empezar de cero, pero por otro lado, está la incesante lluvia de dolor, tristeza y rencor, junto a los fríos granizos de mi orgullo, mi llanto y del olvido. Y así me acuesto en la cama y me quedo dormida, envuelta en todas mis dudas. Me despierta la alarma del despertador que tengo en mi mesita de noche. Aún es extraño despertar sola pero debo acostumbrarme. Me preparo para el operativo que vamos a hacer hoy. Bajo a la sala, en donde ya están todos listos para que Chava arme los grupos, reparta el armamento y le de a cada grupo su misión. No tengo miedo, estoy lista para acabar con el asecino de mi bebé, y quien amenaza con quitarle la vida a mis dos tesoros. Escucho a mi hermano decirme:

―Carnala, no te va a gustar esto pero te vas a tener que ir en el grupo del gringo―me dice de una y sin pausas y siento como un cubo de hielo cae sobe mí, figurativamente.

―¿Qué? No, no quiero―digo molesta, moviendo mis brazos a los lados y luego cruzándolos.

―Escúchame, mi grupo y el del Gallo son más pequeños y vamos a hacer el trabajo más peligroso. Vamos a despejar la zona para que ustedes entren y vayan por Romero―me explica Chava pero yo sigo sin entender, ¿por qué me tengo que ir con mi ex?

―Es la misión más importante, Vicenta―me dice Daniel, y la pregunta es, ¿quién chingados lo metió en la conversación?

―Tú, cállate, que nadie pidió tu opinión―le digo molesta y señalándolo con mi dedo.

―¿Por qué eres así?―me pregunta subiendo sus manos y hombros.

―Todavía lo pregunta. ¡Ay, Dios! ¡PACIENCIA!―digo pateando el suelo y mirando el tacho mientras respiro profundo.

―Carnala, seamos maduros―me dice Chava serio y sonó como mi mamá.

¿Esta es la señal, jefecita?

―¿No te lo puedes llevar en tu grupo? ¿O tú, Gallo?―les digo inconforme porque sé que si estoy cerca de Daniel, va a terminar convenciéndome y no quiero que de nuevo me vea la cara de pendeja.

―¡Vicenta, basta! Necesito que alguien te proteja y el Gringo es el más indicado para hacerlo―me dice Chava molesto.

―Pero―sigo replicando.

―¡Pero nada! Te vas en el grupo del gringo o no vas―me dice mi hermano señalándome con su dedo.

―Está bueno pues... Muchas gracias, carnal, con hermanos como tú pa que quiere uno enemigos ¿no?―le digo sarcásticamente y dejándole saber que no me gustó para nada lo que hizo.

―Vicenta...―me dice Daniel con voz suave. ¡Ay paciencia!

―A ti te dije que te callaras. Trata de no hablarme―le digo señalándolo de nuevo y sin mirarlo a los ojos.

―Pero―me dice de nuevo.

―Shhh. Déjame en paz. ¿No lo entiendes? ¡Me haces daño!―le digo con los ojos llorosos, pero no dejo que lo note.

―Dejen las discusiones maritales para después del operativo―nos dice el Gallo.

¡Ay, Gallo! ¡Como te gusta fastidiar con lo mismo! Debo tomar en cuenta que el Gallo, ni nadie en esta casa, excepto Chayo, saben aún la verdadera razón de mi separación con Daniel.

―Son discusiones pero no maritales. Ella ya me lo dejó claro―dice Daniel algo molesto y sale de la sala.

Cuando llego a la troka, veo que él va a manejar y todos los asientos de atrás están ocupados con el armamento y todas las municiones del equipo, así que me toca ir en el asiento del copiloto. ¡Mierda! Es como si hoy el mundo estuviese conspirando en mi contra. Miro de reojo a Daniel y lo veo limpiándose los ojos como si hubiese estado llorando. No me atrevo a preguntarle porque fui demasiado ruda con él y lo admito, no debí hablarle así pero es que no estoy lista para volver a hacer un operativo juntos, pero separados. Se queda callado durante todo el viaje hasta que llegamos. Los grupos de Chava y el Gallo nos abren paso hasta el escondite de Romero. Ese desgraciado ¡al fin va a pagar por la muerte de mi bebé! Una muerte que aún no logro superar, junto con el recuerdo de un abuso que no me deja dormir en las noches, más una ausencia que me quema y un rencor que me oprime el pecho y no me deja respirar. ¡Ya, Vicenta, concéntrate! Enfócate en la misión. De repente, Daniel sugiere:

―Hay dos caminos, somos diez, nos dividiremos en grupos de a cinco.

―Ok, ¿en cuál voy yo?―pregunto, ya resignada.

―No te voy a obligar a venir conmigo, si no quieres, así que te vas con Bebote―me dice Daniel tratando de ocultar sus ojos llorosos pero lo conozco bien y sé cuando quiere llorar, pero se hace el macho alfa de acero.

―Gracias―le digo, sintiéndome un poco mal por su sentir.

De hecho, tengo sentimientos encontrados sobre este momento.

―No me agradezcas, solo no quiero lastimarte más. Ahora ve, venga la muerte de nuestro bebé―me besa la frente y se va. ¿Qué rayos fue eso?

Lo que me dice me deja con un hueco en el pecho. ¿Qué me pasa? Siento ganas de abrazarlo pero algo me lo impide. Siento una barrera entre los dos, una enorme barrera de rencor, desilusión y dolor. ¿En qué momento llegamos a esto? Lo veo seguir su camino y yo decido seguir el mío. Voy caminando por el rancho pero no encuentro rastros de Romero. Sigo caminando y veo desde lejos una habitación con un cuerpo que ve desde la puerta. Puedo reconocer el uniforme y le pregunto a Bebote:

―¿Ese es uno de los nuestros?

―Sí, pero ya no podemos hacer nada por él. No podemos arriesgarnos a entrar ¡no sabemos lo que nos espera ahí! ¿Y si nos matan?―me dice agarrando mi hombro para que yo no cometa ningún imprudencia.

―Tienes razón―le digo usando mi cabeza, aunque mi corazón me grita que haga algo.

―Pasemos de largo pero sin entrar a esa habitación y estate bien alerta―me dive precavido.

―Esta bien―le digo resignada.

Me quedé con una mala sensación en el pecho. No me gusta dejar personas atrás. Paso por la puerta de la habitación y miro con detenimiento. Logro distinguir un anillo en el dedo de la víctima, un anillo que conozco muy bien, un anillo que me unió al hombre que amo por más de seis años. Me quedo paralizada e inmediatamente un escalofrío invade todo mi cuerpo mientras las lágrimas se me escapan de los ojos.

Entre el Caos y tu Iris [Señora Acero: La Coyote]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora