El Narciso

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Año 1630 d.C.

El ángel y el demonio llevaban mas de treinta años en una relación informal, juntos para donde sea que fueran pero jamás asegurando el hecho de que se tenían afecto. Por parte del guerrero, sus hermanos estaban hartos de sus mentiras y excusas, tenía al príncipe en la palma de su mano y aun así no era capaz de acabar con él, tantos años entrenando para que Isaac solamente agregara a su colección al lindo ángel que le hacía el amor como nadie. 

La paz que tenían era difícil de explicar, parecía hasta ficticia. Tanto así que hasta Felipe había podido bajar la guardia y dedicarse a un pasatiempo justo como su 'enemigo', y se trataba de la música. Todo tipo de instrumento de cuerdas era dominado por el astuto ángel, el cual tenía en la sangre la armonía  angelical y el equilibrio. Y aunque toda esta tranquilidad estaba atravesada por alguna que otra tarde de sustancias estupefacientes y descontrol, ambos siempre terminaban abrazados, observándose mutuamente o experimentando nuevas sensaciones. 

Sin embargo una helada noche de invierno, casi negra por las nubes y la ausencia del sol que se negaba a quedarse mas tiempo, los problemas tocaron la puerta de la casa del príncipe encubierto. El semi reptil moría de frio al tener que abrir su casa con semejante clima, y si bien su suelo era de tierra y rocas, su hogar y el guerrero le generaban una pequeña parte del calor que necesitaba, estaba débil. Era la Iglesia Católica, un censo se estaba dando en las ciudades  que obedecían, y aunque los Medici, básicamente dueños de Florencia, mantenían tranquilo al Papa y sus lacayos, era imposible evitar encontrarse con ellos.

A lo largo de los años, había habido incidentes con respecto a criaturas no humanas habitando la tierra, y los poderosos de la Iglesia eran conocedores de la existencia de seres malignos que vivían en la tierra atormentando humanos e interfiriendo. Este día llegaría en algún momento.

— Buenas noches. — Un hombre tras la puerta golpeaba la madera porosa debido al paso del tiempo, esa casa tenía más de cien años.

— Es tarde ya... — Felipe se ponía de pie y se cubría con algunas colchas rellenas de paja a las que podía acceder el demonio, mientras este se acurrucaba mas en la cama. — Diga. — Atendió a la puerta con ligera molestia.

— Censo. — El ángel miró al demonio, no esperaba aquello.

— ¡Un segundo! Permitidnos abrigarnos.

— Mierda. — Murmuró el demonio, se puso de pie temblando y se arrodilló a un lado de su cama para buscar sus papeles falsificados.

Los mantenía en casos de este tipo, en esa sociedad donde era difícil mantener registros, él los tenía. Tomó unos papeles arrugados y los intentó emparejar mientras Felipe quitaba los cerrojos.

— Buenas noches. — Con una farola de mano se encontraban cuatro hombres vestidos claramente en nombre de la Iglesia católica. Los delataban las telas finas y blancas. Allí es cuando Felipe se aterró.

— ¿Cuántos convivientes hay en la casa?

— Dos, señor. Mi primo y yo.

— Eres castellano, ¿Verdad? — Iba a ser imposible encubrir los orígenes tan divididos.

— Si, señor. — La tensión era palpable, Isaac asomó su rostro por la puerta, muerto de frio. — Este es Isaac, he venido desde lejos a cuidarlo, podrá notar que está enfermo.

— Claro... Usted joven, ¿Ha nacido en Florencia? Parece tener antecedentes orientales...

— Si. — Tiritando contestaba. — Hace cinco generaciones parte de la familia llegó a buscar trabajo aquí. En España no progresaba los artistas. — Una suave risa de las suyas intentaba disimular la enorme mentira y el terrible frio.

          

— Sus padres han fallecido, creería.

— Si. Hace ya cuatro años.

Hicieron una pausa mientras uno de los hombres anotaba, por si acaso Isaac no le extendió los papeles hasta que los requirieran, no debía presionar en ningún lado ya que el suelo no era firme bajo sus pies.

— Desde la asunción del Papa Urbano VIII se ha estado haciendo un censo. Asumo que conocen los rumores de criaturas malignas rondando en las tierras que le pertenecen a los Estados Pontificios.

— Uhm... — El ángel quería tomar el mando de la conversación, pero estaba comenzando a ponerse nervioso. El viento soplaba helado y el demonio se estaba desesperando por estar cálido abrazado a su amado. — Por supuesto, familias han huido del miedo. No se sabe lo que esas criaturas pueden hacer. — Por dentro el guerrero pensaba en sus hermanos, solo ellos podrían sacarlo de esa situación si la cosa se ponía fea, pero ellos ya no estaban cerca tan seguido.

— ¿Podemos revisarlos?

— ¿Cómo dice?

— Revísenlos.

Invasivamente los hombres silenciosos que lo acompañaban ingresaron a la cabaña con sus farolas. Comenzaron con el pelinegro, lo despojaron de sus colchas y los papeles que traía en mano que fueron alcanzados al sacerdote principal que esperaba en el lumbral de la puerta. Dos revisaban al mas bajo de los dos, y otro analizaba al rubio ángel que cumplía con todos los estándares. Los ojos amarillos de Isaac generaban una cierta incomodidad, no era común, pero era lo de menos, hasta que decidieron levantar sus prendas de ropa.

Los tatuajes, extraños de por si. Las cicatrices, se suponía que eran civiles, no guerreros. Pequeñas escamas en las piernas del demonio y los inconfundibles colmillos. Los dientes del ángel también resaltaban, sus pupilas comenzaban a alargarse por la molestia.

— Si bien aquí dice que usted es Isaac Adam Di Aamon... — El sacerdote se acercaba lentamente haciendo crujir las pequeñas piedras que rellenaba una parte de la entrada. Isaac estaba aterrado, observaba encorvado al hombre humano. — Aamon... Muchos demonios que capturamos hablan de un tal Aamon.

— No tenía idea... — No mentía, tantos años y se seguía hablando de él.

— Vaya que no... — Rápidamente salpicó con sus manos unas gotas de agua bendita al rostro del maligno, sacándole un alarido a este y quemando su blanca piel. — Lo sabía.

— ¡VOY A MATARLOS! ¡LO JURO!

— ¡Isaac, no lo empeores!

— Y tú. — El sacerdote se volteó y salpicó al ángel, pero este se quedó en su lugar firme observando al humano bastardo. — Por Dios...

— No usarás la palabra de Dios en vano, humano. — Tomó el cuello del sacerdote y este aún sorprendido soltó su farola comenzando a combustionar una mesa de madera. — Soltadlo. Ya.

Los acompañantes dejaron al demonio en el suelo terroso.

— No le hagan daño. — Murmuró el sacerdote, siendo sujetado por el rubio. — Es un ángel. Nunca habíamos visto uno.

— Que pena que sea la última.

— ¡No! Por favor. Llevaremos al demonio y lo dejaremos en paz.

— No quiere irse.

— ¿Y si le damos techo a ambos? Se trata de un príncipe de una u otra forma.

— ¡Van a entregarme!

— No sabemos cómo, no tenemos que hacerlo.

Isaac se detuvo a pensar, recuperaba sus heridas y miraba a Felipe. Tenía frío, pasaba mucho frío. Con los labios morados y temblando contemplaba el fuego que se había formado en su casa. ¿Por qué? Hacía años que no dañaba a nadie.

• °. Humana Vastum° • .◓حيث تعيش القصص. اكتشف الآن