Cinco años atrás.

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Cinco años atrás.

Sora Takenouchi

Sora limpiaba las lágrimas que silenciosas y abundantes salían de sus ojos. Estaba asustada, con muy poco dinero en el bolcillo y un niño en brazos.

El hospital la daría de alta mañana por la tarde y entonces ¿A dónde iría? El lugar en donde vivía con su madre y en el que había pasado su embarazo tenía una estricta política de no niños, no mascotas, pues se trataba de una pensión para adultos mayores en donde ella ya no encajaba por más que su madre se empeñara en decir lo contrario; así que debía buscar donde quedarse. Miraba a su pequeño bebito que dormía en la cuna cerca de la cama, parecía tan tranquilo, como un ángel. Uno que tenía por madre a una mujer incapaz de protegerlo, de darle lo que se merecía.

En más de una ocasión se preguntó, ¿Qué hubiera pasado si en lugar de salir de ahí corriendo tras la ruptura, le hubiera gritado a Matt que estaba embarazada?

Pero ahora era demasiado tarde. No podía sólo presentarse frente a Yamato y decirle, este es tu hijo, porque en primer lugar llevaban mucho sin verse casi un año y... y no estaba segura de tener el valor de ver el desprecio en aquellos ojos azules que tanto amaba. Porque aún lo amaba.

No quería escucharlo repudiar a su hijo, o que la amenazara para que no dijera nada porque podría afectar su carrera en ascenso.

—Tal vez fue mejor así —se dijo para acallar el tumulto de ideas que su cabeza se empecinaba en arrojar.

Durante toda la tarde intento pensar, buscar solución a sus problemas sin hallar una que realmente la convenciera, y para cuando la noche cayó se encontraba demasiado nerviosa como para conciliar el sueño.

A la una de madrugada, y después de haber estado dando vueltas en la cama, tomó a su hijo para alimentarlo, agradeciendo que a esa edad debía alimentarlo cada dos horas, pues tenerlo entre sus brazos y mirarlo, la hacía olvidar temporalmente la pesadilla en que vivía. Acomodo con dulzura su cabecita sobre su brazo procurando darle la inclinación adecuada que la enfermera le indico, como una preciosa pieza de porcelana.

Era un niño tan bello.

Sora lo apretó contra su regazo, y mientras el bebé comía ella lo paseaba por la habitación arrullándolo, cantando las mismas nanas que su madre tanto tiempo atrás entono para ella.

Un rayo atravesó el cielo anunciando que caería una tormenta. El cielo encapotado lucia amenazador e intimidante, justo como su futuro.

Sora miro por la ventana, atraída por el brillo de aquel fenómeno natural, tan poderoso, tan sublime y destructor. Ella beso a su hijo, porque a los niños siempre les da miedo los truenos y deseaba que su pequeño se sintiera protegido. Y mientras murmuraba dulces palabras sus ojos se encontraron con una silueta algo difusa de lo que parecía ser un hombre que caminaba por el borde la azotea.

—Va a brincar —gimió ella asustada cuando creyó verlo detenerse en una de las esquinas, era hasta cierto punto fácil leer sus intenciones.

En un dos por tres dejo a su pequeño niño en la cuna y comenzó a gritar para que alguien acudiera a la ayuda de la persona en el techo. Pero todos la miraban confundidos, como si ella se hubiera vuelto loca.

Era como sin nadie entendiera lo que ella vociferaba desesperada.

Desesperada empujo a las dos enfermeras que intentaban tranquilizarla y regresarla a la habitación. Sora no lo podía creer.

—Hay un nombre a punto de saltar de la azotea —insistió sin lograr ser escuchada.

Entonces comenzó a correr. No conocía el edificio, pero sí donde estaba el ascensor.

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