Jadeo y observo las fauces del animal. El tiburón no puede acercarse más porque no hay agua, y a pesar de todo muerde el aire como si me estuviese recordando que si el agua le concedía la posibilidad de llegar a mí, sería presa de sus fauces.
Me sorprende lo feos que pueden llegar a ser los animales en esos momentos de instinto suyo. Seguramente es cuando nosotros mismos estamos igual de feos. Sedientos o hambrientos de alimento, de seres muertos que llevarnos a la boca tan solo para calmar nuestro propio apetito que en unas horas volvería a gritar como loco para ser saciado nuevamente.
Frunzo mi ceño y me incorporo. Sin darme cuenta me he caído hacia atrás sobre la arena. Todo mi pelo está empapado y pesa el doble de lo normal. Me olvido de la herida por un momento y hago lo posible porque el exceso de agua desaparezca antes de girarme hacia la costa. Desde esta posición es más fácil comprobar lo que antes era una simple suposición. Estoy en un islote. Espero haber nadado hasta la isla correcta.
Busco a mi alrededor observando como hay un pequeño e irregular charco de agua que parece esconder algo dentro de la arena, a varios metros de quien seguramente fue la fuente de su creación. Meto mi mano dentro y saco de su interior algo que no sé al principio qué es. Observo ese aparato durante mucho tiempo. Poco a poco me percato que es el color y la textura de una tela mojada. La desenrollo y descubro en su interior un dardo y una especie de canuto para lanzarlo. Imagino que está envenenado, porque así solo un dardo dudo que pueda hacer mucho para darme la victoria o la muerte de mi enemigo. No sé si voy a poder ser tan precisa como para lanzarlo exactamente donde debo para permitirme tener el placer de una muerte fácil, a la distancia.
Dejo el dardo y el canuto sobre la arena, al lado de ese charco y mido la tela húmeda tan solo con la mirada. Finalmente, haciendo un gran esfuerzo, consigo atarla alrededor de mi cuerpo, ahí donde está la herida del costado. Grito en el momento que hago fuerza manteniéndolo más prieto en busca de que la sangre deje de fluir de mi interior. Por eso caigo ligeramente hacia delante. Mi mano izquierda se apoya en la orilla de ese charco y mis ojos cerrados aún suplican por unos segundos más para dejar de sentir tanto dolor en esa parte de mi cuerpo. Ni tan siquiera la frialdad del agua ha logrado entumecer esa zona.
Respiro profundamente, lo más profundo que me permiten mis pulmones antes de abrir los ojos. Puedo ver mi reflejo en ese pequeño charco. Mis facciones están demacradas. Tengo sangre en el rostro que no sabía que había terminado ahí y el pelo está indescriptible, pero no es en nada de todo eso en lo que me fijo al principio. Lo que me sorprende de ese reflejo está en mi mirada. Puedo ver mis ojos y como alrededor del iris palpita un círculo verde que juega en ocasiones a comerse el verdadero color de ellos, pero nunca consigue aferrarse a la pupila lo suficiente como para tomar el control.
Llevo una de mis manos a mi rostro e intento recordar si es posible que aquello estuviese allí antes. Es entonces cuando mi mente me recuerda que no puedo creer nada de lo que vea, no puedo fiarme de absolutamente nada.
Me incorporo y cojo el dardo. Debo explorar este islote para intentar encontrar más armas y también para ver si alguna de mis compañeras Griegas también ha terminado aquí mismo. Lo lamentaría por esa mala suerte del que pisase esta isla, sin embargo, cuanto antes empiece el trabajo antes lo habré acabado.
Estoy frente a una pared rocosa. Es la primera vez que estoy en una playa que se haya creado justo debajo de un acantilado. Desde luego es el lugar perfecto para que cualquiera se esconda, cierto, quizá para unas vacaciones, pero el peor lugar al que podía haber llegado porque soy yo quien tengo que escalar esa maldita pared si lo que quiero es encontrar algo o esperar a que me quiten la posibilidad de vengarme de Ben.
Observo el dardo. Decido que lo mejor es que lo meta en el canuto y que éste a su vez lo lleve entre los dientes para evitar gritar demasiado durante el ascenso pues algo me dice que no será fácil para esa herida abierta.
Prisionero entre mis dientes, colocado en el lugar adecuado, comienzo a escalar. Sé que si me caigo es probable que no haya una segunda oportunidad por lo que intento ir tan deprisa como puedo sin olvidar la prudencia asegurándome de que mi siguiente punto de apoyo es fuerte para sostener mi peso.
Las rocas arañan de una manera poco agradable la piel de las palmas de mis manos. Al tener que jugar con la dureza del terreno, en busca de algún saliente o de un pequeño agujero, me golpeo los dedos y noto cómo se me abren algunas heridas preguntándome si alguna parte de mi ser terminará sana después de este primer reto.
Los metros ascendidos van notándose en mis extremidades y mi respiración trabajosa maldice la hora en la que se me ocurrió ponerme el canuto entre los dientes pues ni consigo respirar bien por la nariz, ni tampoco reciben mis pulmones el suficiente aire por la boca.
Llego a la parte de arriba, me impulso con los brazos escondiendo entre mis labios un grito de dolor por el esfuerzo que tengo que hacer. Antes de dejar que mi mejilla golpee contra la hierba que en la parte alta del acantilado. El frescor suave de la brisa me ayuda a comprobar que algunos de mis cabellos ya están secos y cuando elevo la mirada se encuentro con esa maravillosa sorpresa que me tenían preparada. No hay nada al otro lado de la isla. Es un pequeño y mísero islote con un acantilado como trampa para perder fuerzas en la subida y yo, tonta de mí, le he regalado mi primer fallo en esta batalla.
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Obsoletas
Science FictionLa muerte de Dseta ha logrado cambiar radicalmente la vida de Xi. Ahora, es una obsoleta, y como tal, tendrá que descubrir el mundo que ha estado soportando Qoppa durante todo este tiempo. Continuación de Griegas.