Capítulo 2. Dudar

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Emma tenía 8 años, y estaba a punto de ser despertada bruscamente por Callagan, el mortífago a quien Voldemort le había encargado su enseñanza antes que desapareciese.

-Levántate.

Emma se sentó y empezó a vestirse rápidamente. Sabía lo que pasaba cuando hacía enojar a Vincent.

Salió de su cuarto de prisa, con la varita en mano. Por esos días veían las maldiciones imperdonables, Callagan quería que las dominara bien. -«Es lo esencial para cualquier mortífago -había dicho-. Nunca es muy temprano para aprenderlas». Llegó a la sala.

-Guarda eso, hoy vamos a repasar historia.

De todas las materias, era la que más aburría a Emma, aunque tenía bastantes cosas que agradecerle. Gracias a eso, había podido leer los cuentos mágicos, con la excusa de conocer más la cultura. Estos libros habían sido su único consuelo y a lo cuales debía el conservar aún la cordura.

-¡Mal! ¡Crucio! -Había dado la respuesta incorrecta-. ¿Cómo puedes pretender ser una digna hija de tu padre si no sabes las cosas más básicas?

Bufando como un rinoceronte, Callagan observó a la niña temblando en el suelo.

-Bien, algo fácil -dijo recobrando la calma-. ¿Cuál es el mago más poderoso que haya existido?

-Lord Voldemort. -respondió Emma, levantándose.

Eso sí sabía, había que ser estúpido para no saberlo.

-Dejemos historia, ya está bien por hoy. Empecemos con transfiguración y algunos encantamientos.

Emma se arremangó y sacó su varita.

-¡Sin eso! -gritó dando un manotazo a la mesa-. Sabes que solo la puedes usar todavía para maldiciones mayores. Y después también tendrás que dejarla para eso.

Emma rodó los ojos, dejó su varita a un lado, y se concentró en el ratón que tenía enfrente. Tenía la esperanza que le dejara usarla, ya casi no lo hacía. Cada vez usaba más sus manos. Era algo molesto, con la varita todo era más sencillo, más directo; apenas si tenía que pensarlo.

Después de dos horas. También dejaron esas materias de lado.

-Ahora comienza lo divertido. Ven, tengo algo especial para ti.

El mortífago se encaminó a un cuarto y le quitó el cerrojo.

-Después de ti.

Emma se adelantó y vio en el interior un hombre de unos 40 años, atado a una silla. Estaba consciente, y observaba con terror a ambos.

-Hoy practicaremos la última maldición imperdonable -dijo Callagan, paseándose por la habitación-. Has demostrado un buen desempeño tanto con Imperius como con Cruciatus. Ahora vamos con Avada Kedavra.

Un escalofrío recorrió la espalda de Emma.

-Ya sabes la teoría, la has visto antes. -Callagan había asesinado a los muggles con los que practicó las otras maldiciones-. Veámoste en acción.

Era cierto todo lo que había dicho, pero ella jamás había matado a alguien con su propia mano. Había torturado, sí. Pero ella también había sido torturada, era algo que se podía soportar. Y aunque aquel hombre nada tenía que ver con ella, no podía estar completamente indiferente al hecho de asesinarlo.

Quizás era su odio hacia Callagan, y que él le ordenara ahora a hacerlo, lo que hacía que catalogara el asesinato como algo sumamente despreciable. También podría ser que la mirada aterrada del hombre le recordara a ella misma de pequeña, cuando le tenía terror al mortífago. A lo mejor era el recuerdo de Spiky, un ratoncito blanco que había criado y alimentado, el amigo que había encontrado a los cuatro años, y al que Callagan había matado cuando hizo mal un hechizo. O tal vez lo que frenaba su mano era lo que habían formado en ella los libros que había leído, algo que tenía que ver con la moral, y el bien y el mal.

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La cuestión era que no podía hacerlo.

Pero su instructor observaba y comenzaba a impacientarse.

Emma alzó una mano, que simuló estaba firme y decidida, y pronunció las palabras.

Nada sucedió.

Probó cinco veces más, sin obtener resultado alguno. Conocía el hechizo. Por lo tanto sabía cómo estropearlo correctamente.

Callagan gruñó. -¡Vete a estudiar! ¡Lo quiero listo en una hora, maldita sea!

Emma subió hacia su habitación arrastrando los pies, pensando que después robaría algo de la cocina. Echó llave a su puerta y se dejó caer en su cama.

Iba a tener que lanzar la maldición tarde o temprano. Por lo menos tenía ahora tiempo para ella. Cogió un libro de debajo de la cama y empezó a leer.

Era un libro que había releído un montón de veces. Trataba de un niño mago que buscaba a su madre, pero al final se enteraba que la habían decapitado por bruja.

La primera vez que lo leyó, lloró. Ella conocía la historia del niño, era lógico que le entristeciera que él estuviera triste. Pero al señor que se encontraba en el piso de abajo no lo conocía de nada ¿Por qué habría de afectarle entonces que muriera? La gente moría todos los días ¿Qué importaba que fuera ella la causante? Estar muerto es estar muerto. Además, temía lo que pudiera pasarle si se negaba: lo había intentado una vez, fue demasiado horrible para ponerlo por escrito. No había ninguna razón para poner en riesgo su bienestar por aquel extraño.

Fue así como salió de su cuarto y bajó hasta donde se encontraba el hombre. Callagan no estaba ahí, quizás estaba durmiendo en su habitación. En ese caso mejor esperar a que despertara.

Estaba a punto de irse cuando un sonido a sus espaldas llamó su atención. El señor intentaba hablar a través de la mordaza.

Esto llamó su curiosidad sobremanera. Jamás había hablado con alguien que no fuera Callagan. No es que los muggles se pusieran muy conversadores cuando eran controlados o torturados, solían ponerse gritones.

Se acercó a él y le dejó libre la boca.

-Niña, por favor. Te lo ruego. Libérame -dijo desesperado, en voz ronca y baja.

-No.

-Por favor. Tengo un hijo, un hijo pequeño, de cinco años. No tiene madre. Soy lo único que tiene, debe estar esperándome. Tengo que volver.

Entonces Emma se quedó pensando. Sabía lo que era no tener padre ni madre. No tener alguien que se preocupara por ti. Y no podía asegurarlo, pero por lo que se leía en los libros, tener eso era algo hermoso. No estaba segura de querer ser la culpable del dolor de un niño.

Sin embargo, aquello no era suficiente. No conocía al niño tampoco. Y las personas podían mentir.

-¿Por qué habría de ayudar a un sucio muggle como usted y ponerme a mí en riesgo?

-Porque eres una niña. No creo que seas cruel como el hombre que vive contigo. No son así los niños. -Emma entrecerró los ojos y frunció el ceño. Podía ser cruel, quizás no lo disfrutara, pero podía serlo-. Necesito que me dejes volver con mi hijo. Imagínate lo que sentirá si ya nunca vuelvo, creerá que lo abandoné. -Unas gruesas lágrimas brotaron de los ojos del señor-. Lo amo. Él me ama. No puedo morir, vivo por él.

Y entonces, algo se movió en el interior de Emma. Ahí, frente a sus ojos, estaba lo que antes deseaba con todas sus fuerzas, solo que no le pertenecía. Él amaba a su hijo. No podía asesinarlo, ya no. No podía destruir aquello tan hermoso.

Emma Ryddle (Hija de Voldemort)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora