31. El insomnio de Maia.

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Abro los ojos vagamente. Puedo notar una tenue luz a lo lejos pero no logro diferenciar de dónde viene hasta que me acomodo en la cama y descubro que Maia no está acostada a mi lado;  está sentada en una esquina de la habitación con los audífonos puestos mientras dibuja concentradamente en uno de sus cuadernos. De vez en cuando mueve un poco el rostro al ritmo de la música para luego maldecir por lo bajo sobre alguna línea que quedó mal plasmada en la hoja. 

Yo me quedo durante unos cuantos segundos observándola antes de levantarme de la cama. El reloj marca las tres de la mañana; todo está en completo silencio a pesar de que puedo escuchar de manera remota la música que suena por los audífonos de la muchacha. 

Maia no se da cuenta de que me he despertado hasta que pongo un pie afuera de la cama. Ella se quita los audífonos de golpe y de manera instintiva abre sus brazos para que yo me recueste en el espacio que deja para mí. 

Dejo caer mi cuerpo a la oscura alfombra y segundos después dejo que mi cabeza choque suavemente con su pecho mientras a mi alrededor sus piernas funcionan de barrera. Los brazos de Maia pasean por mis hombros hasta estómago donde no tarda en entrelazar nuestras manos. 

— ¿Te desperté?— pregunta en un susurro. Yo suelto un enorme bostezo y niego con el rostro.

— ¿Qué estabas dibujando?

Maia coge el cuaderno que había apartado a un lado hace tan sólo unos segundos atrás y ni siquiera puedo describir la perfección en aquel dibujo. 

— ¿Eres tú?— pregunto sorprendida. El rostro de la muchacha que está dibujando es idéntico al de Maia a excepción por uno que otro lunar en su rostro y unos cuantos cabellos demasiado ondulados. 

Maia se tensa un poco y niega con el rostro, provocando que yo frunza el ceño. Me acomodo en mi lugar y me salgo del agarre de Maia solamente para girarme en su dirección y obervarla con cierta expresión de confusión en el rostro.

— Valerie..— murmura insegura— ¿qué me dirías si te dijera que quiero conocer a mi mamá?

Yo me quedo completamente helada; de un minuto a otro se me han acabado las respuestas y las maneras de entablar una posible conversación. Es como si mi sangre se hubiera congelado y ni siquiera se porqué. 

¿Qué de malo tiene que Maia quiera conocer a su madre?

Ah, sí,  lo olvidaba; Maia no tiene madre. 

— Maia...— antes de que yo pueda decir algo, Maia se levanta de golpe para ir a rebuscar entre las cosas de su velador hasta que logra encontrar una pequeña fotografía que no tarda en entregarme; no hay duda que la mujer de aquella fotografía es su madre— ¿cómo es posible...?— comienzo algo insegura.

— Soy mayor de edad, ¿no?— levanta una ceja en mi dirección— tengo derecho a saber cosas. 

— Pensé que tus padres te habían abandonado— frunzo levemente el entrecejo.

No sé qué decirle a Maia realmente; no es como si fuera mi posición opinar sobre lo que quiere hacer ella con la información que maneja, pero aún así, no puedo actuar como si la situación no fuera preocupante. 

Estamos hablando de una mujer que la abandonó, ¿qué le hace pensar que quiere verla? E incluso si quisiera ver a Maia probablemente ya lo habría hecho; se habría acercado hace muchos años atrás. 

Ahora Maia está grande; tiene mayoría de edad y en cuestión de meses se irá a una universidad que está completamente lejos de aquí, porque, ¿a quien quiero engañar? Es realmente talentosa y cualquier institución tendría suerte de tenerla. 

La chica nubladaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora