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EL DESTINO jugó a su favor. Cuando se puso en contacto con la dirección del colégio de Bighorn, supo que una de las profesora embarazadas estaba hospitalizada y que necesitaban a alguien desesperadamente, para da las clases de cuarto. Era justo lo que quería de manera que aceptó. Le alegró saber que nadie dijo nada sobre las razones que había tenido para marcharse de la localidad. Tal vez alguno; lo recordaran, pero tenía buenos amigos que no creían en las terribles acusaciones que Sally había extendido. Sin embargo, Powell estaría allí.Y no quería pensar que aquel hecho hubiera


afectado su decisión de regresar a casa.

Llegó a su pueblo natal con emociones contradictorias. Habría dado cualquier cosa por ver la expresión de su padre cuando supo que ibaa regresar, con la intención de quedarse de forma permanente. Pero se sentía culpable porque no podía decirle cuál era la verdadera razón.

—Ahora podremos pasar juntos mucho tiempo —dijo—. De todas formas, Arizona era un sitio demasiado caluroso para mí.

—Bueno, si te gusta la nieve, has venido al lugar más adecuado.

Su padre sonrió y miró hacia la capa de varios centímetros de nieve que cubría el jardín delantero.

Antonia pasó el fin de semana guardando sus cosas, y empezó a trabajar el lunes siguiente. Le caía muy bien la directora, una mujer joven con ideas innovadoras acerca de la educación. Recordaba a dos de sus compañeras, que habían sido profesoras suyas en el instituto; ninguna parecía tener nada en contra de su regreso.

Y por supuesto, le gustaban las clases. Pasó el primer día aprendiendo los nombres de los alumnos. Pero una de ellas la emocionó particularmente. Maggie Long. Al observar el nombre pensó que podía tratarse de una coincidencia, pero cuando se levantó y vio sus ojos azules y su pelo corto supo quién era. Se parecía muchísimo a su madre, salvo por la mirada. Tenía la mirada de su padre.

Levantó la barbilla y miró a la niña. Pasó a su lado y caminó por el pasillo hasta que llegó al pupitre donde se encontraba Julie Ames. Sonrió, y la chica le devolvió la sonrisa. Recordaba muy bien a su padre, Danny Ames, con el que había estudiado. Su pelirroja hija se parecía mucho a él. La habría reconocido en cualquier parte.

Sacó sus apuntes y los miró por encima antes de abrir el libro y comenzar con la clase. Al cabo de un rato, añadió con una sonrisa:

—Quiero que el viernes me traigáis una redacción de una página en la que habléis sobre vosotros mismos. De esa manera, podré sabe algo sobre vosotros, puesto que no he tenido la oportunidad de -daros clase desde el principio del curso.

Julie levantó la mano.

—Señorita Hayes, la señorita Donalds siempre nos encargaba que uno de nosotros estuviera vigilando la clase cuando no se encontraba en ella. Elegía a uno distinto cada semana. ¿Piensa hacer lo mismo?

—Creo que es una buena idea, Julie. Puedes encargarte de ello la primera semana —dijo encantada.

El Pasado que nos une Donde viven las historias. Descúbrelo ahora