Tengo los ojos cansados. Creo que es la mezcla de falta de sueño y haber leído durante todo el día, aunque no sería la primera vez. Sólo nos quedan unos minutos para terminar.
— Oye, Vega — Tom viene a mi mesa, desperezándose disimuladamente — Vamos a tomar algo algunos compañeros, ¿te apuntas?
— Eh... Claro — Accedo. Es otra novedad para mí volver a tener una vida social.
— Iremos al pub de enfrente, te espero en la puerta.
— Vale, recojo mis cosas y voy.
Se despide con la mano y me fijo en su vestimenta mientras se aleja. Desde luego es de lo que no hay, aunque hay que tener verdadera confianza en ti mismo para llevar esos bermudas cortos y esos calcetines tan altos. Río para mis adentros.
— ¿Ya te vas? — Estoy metiendo el móvil en mi mochila cuando el respingo hace que se me caiga de las manos.
— Qué susto — Murmuro. Después intentando sacar una sonrisa miro hacia él. — Si, Rafa. Ya es la hora.
— Es cierto eso de que te asustas bastante — Ese gesto, el mismo de ayer. Pasa la lengua por sus labios, tan lentamente que soy incapaz de no seguirla. — Tendré que avisar antes de acercarme.
— Oh, no, tranquilo. Te acostumbrarás, mi vida es un susto permanente — Ha cogido mi móvil y me lo da — Gracias.
Se ríe abiertamente, mostrando su dentadura perfecta y con los ojos vivos. Me encanta ese sonido tan alegre, parece desprender energía.
— Nos vemos mañana, Vega. Ha sido un buen día, descansa. — Por su tono, parece más una especie de consejo que una frase al azar.
— De acuerdo, hasta mañana — Con un leve gesto de cabeza, cuelgo la mochila en mi espalda y me alejo a pasos rápidos. No puedo estar cerca de él tanto tiempo si no quiero que vea cómo consigue alterarme.
Además de Tom, también se apunta Ruth y un par de compañeros más que no reconozco todavía. Aunque me caen bien cuando charlo un poco con ellos. En la editorial todo el mundo parece tan normal como yo, gente sencilla.
Me cuentan algunos chismes, que si este está con aquella, que si ese otro se vio una noche con el de la tercera planta... y ese tipo de cosas. Como no conozco prácticamente a nadie no entro mucho en la conversación, aunque sí escucho divirtiéndome de veras, como hace tiempo no hacía.
Pero claro, me acompaña la mala suerte últimamente. Los veo enseguida, ¿es que no hay más sitios en esta ciudad? Sí, vale, es pequeña... pero no lo suficiente para que los encuentre allá donde vaya. Cruzan juntos, de la mano, y una especie de latigazo me fulmina la espina dorsal. Las piernas comienzan a temblarme.
— Tom, tengo que irme — Le digo enseguida. Se gira con gesto serio. — He olvidado algo que tengo que hacer.
— ¿Estás bien? — Responde extrañado— Te has puesto pálida.
— Eh... si, está todo bien. — Me levanto, aprovechando que se han sentado en una de las mesas más alejadas a la nuestra, no pueden verme — Hasta mañana a todos.
Dejo el dinero que me corresponde sobre la mesa y agarro mi mochila, alejándome todo lo rápido que puedo sin llamar demasiado la atención, aunque desde luego lo he hecho, siento la mirada de mis compañeros en la nuca.
La historia se repite una y otra vez, aunque no sea yo quien quiera hacerlo el destino los pone en mi camino. Llego a casa en menos de veinte minutos, algo más tranquila por el largo paseo.
— ¡Vega! — Papá me llama desde la cocina — ¿Puedes venir?
— Claro papá — Cuelgo la mochila, también mi chaqueta, y me dirijo hacia allí, respiro hondo primero, no quiero que vuelvan a verme mal, ya han aguantado bastante — ¿Qué pasa?
Los encuentro a los dos juntos, con los brazos entrelazados y esperándome con una sonrisa en la cara.
— Tenemos algo para ti — Dice mamá, con las cejas alzadas y expectante — Venga, dáselo ya, estoy más nerviosa que ella.
Papá asiente y mete la mano a su bolsillo, lentamente saca una llave solitaria, poniéndola frente a mi.
— ¿Qué significa...? — Observo la diminuta llave tambaleando y caigo en la cuenta — Vaya, me encantan las llaves, de hecho colecciono algunas... — Intento bromear dada la expectación, pero en sus caras solo percibo la ilusión de que descubra qué es de una vez, de repente caigo en la cuenta — ¡No! ¿No habréis sido capaces? — Abro mucho los ojos, su sonrisa se ensancha más si cabe — Pero, ¡estáis locos!
Agarro la llave y la observo, sin terminar de creérmelo. Sin duda es de un coche.
— ¿Para mí? — La muevo de una mano a otra — ¿Dónde está?
— Aparcado fuera — Papá se acerca hasta coger mis manos — ¿Quieres dar una vuelta?
Como respuesta pego un salto y corro hacia la puerta, estoy a punto de chocarme con unos cuantos muebles de camino, pero consigo sortearlos. Ellos me siguen y tengo que esperarlos, claro, no tengo ni idea de cuál es.
— Justo ese — Señala mamá hacia un coche pequeño, de color verde lima.
— ¡Es... como un huevo gigante, es perfecto! — Me tiro a los dos y los abrazo a la vez, de repente me separo — No teníais por qué hacerlo, no hacía falta... pero muchas gracias, ¡me encanta!
Esa noche nos damos una vuelta corta por el barrio. Es fácil de manejar, me conocen bien y saben que nunca me han gustado los coches grandes, se me da fatal aparcar con ellos, sin embargo este parece estar hecho para mí.
Cenando me doy cuenta de que se me han ido de la cabeza los problemas. Tan solo deseo que la próxima vez que me cruce con ellos sea capaz de quedarme donde estoy, no quiero seguir huyendo cuando aparezcan. He perdido seis años de mi vida, me niego a seguir haciéndolo.
Antes de dormir escribo, aunque no estoy tan inspirada como querría y no consigo completar más de un capitulo. Sí pongo música de fondo, suave y bajita como cuando era pequeña y mis padres lo hacían. Me acostumbré a quedarme dormida así y es lo que mejor me funciona.
Me acuesto pensando que ahora tengo una nueva motivación: mi trabajo. Y eso, poco a poco y aunque me cuesta, hace que por fin me quede dormida.
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Escrito en las estrellas.
RomanceVega vivía el cuento de hadas perfecto, o eso creía. De un día para otro su vida cambia y lo que creía un sueño se convierte en la peor pesadilla cuando es traicionada de la peor manera posible. Pierde toda esperanza en el amor y todo lo que conllev...