Capítulo 44: Podemos ser felices

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Capítulo 43:

Yo y Aaron parados frente a la playa. Un día nublado, el sol lentamente aparecía, aunque volvía a desaparecer.

-         - ¿Me amas aún?-. dijo él, sin poder expresarse con claridad-.

-        -  No.

-         - Entonces ya lo he perdido todo

-          -Sabes que aún te sigo amando. Y lo seguiré haciendo

-          -Te amo también

Me di la vuelta, y caminé. Aaron me miró con los ojos llorosos, mientras apretaba sus puños. Se sentía incomprendido, álgido, hábil. Triste también. A veces hay cosas que no puedes cambiar. Siempre sería lo mismo, Aaron siempre sería el mismo en el mismo lugar y en la misma vida.

Yo llevaba puesta una polera corta, blue jeans, zapatos. El cabello suelto ahora más castaño que antes, gafas de sol grandes para tapar mis lágrimas, también llevaba en mi espalda no una mochila, sino una carga.

Él me siguió, ignorando las miradas de hombres y mujeres que siempre lo perseguían, para él siempre estaban allí.

Tocó mi hombro, y me dirigió a su auto. Lo seguí, porque siempre lo hacía.

-          -Es tarde-. Dije mirando la hora en mi celular-.

-         - ¿Qué hora es?

-         - Son las ocho. Creo que debes llevarme a casa

-         - ¿Quieres irte a casa?

-        --  Sí.

-         -- Ok. Entonces te llevaré a tu casa.

Prendió el motor de su deportivo, y manejó por toda la costanera. Alguna gente volteaba a ver a Aaron Zygasil, y otros me miraban a mí.

Pasamos por el Perte Look, y cuando estuvimos cerca del motel, detuvo el auto.

-          Bájate.

-          -¿Planeas traerme a un motel?

-         - Exacto.

-         - Eres un maldito puerco del demonio!

-         - ¡Cállate! Hoy no quiero escuchar tus reclamos.

Me tomó del brazo luego de retirar las llaves, y me llevó a la habitación 304, la misma con la cual había estado con Julián, lo hizo con intención, como un tipo de venganza.

Soltó mi brazo luego de apretarlo bastante, y me empujó hacía la cama grande con cubrecama rojo y almohadones dorados.

-         - ¡Déjame! Déjame maldito!

Tomó mi rostro y me calló con un beso. Comencé a forcejearlo, pero fue inútil.

Con su mano, emprendió un camino hasta acariciar mi vientre a través la polera corta.  Sus besos comenzaron a subir de intensidad, entonces me rendí por completo.

Quitó mi polera de improviso, y comenzó a juguetear con mis sostenes negros. Continuamos besándonos, puse mi mano en su hombro y apreté.

Se sacó la polera negra, y pude tener otra vez aquel pecho sobre mí.

Porque el deseo era tan grande, que no podíamos soportarlo. No sabíamos que hacer, tenernos el uno al otro no era suficiente.

Abrió el cierre de su pantalón mientras abría los botones de mis jeans. Me ayudó a quitarlos, mientras se admiraba de mis bragas para sus adentros.

Tomó con su mano su hombría, y se adentró en mí con tanta delicadeza como jamás lo hizo. No era sólo follar o hacer el amor. Era algo más.

-          -Sólo esto se siente bien contigo-.dijo-.

Comenzó a moverse repentinamente, mientras me abrazaba o besaba, y mientras intentaba aprovechar cada instante junto a mí. Porque hoy era diferente, quedaban pocos días para que se casara, quedaban pocos días para estar juntos.

El deseo entre los dos crecía, y un placer que se acumulaba en mí vientre, hasta llegar a mis labios deseosos de los de él, y cuando me tocaba, yo me estremecía por completo.

Porque jamás sentiría eso con Julián, ni con nadie más.

Comenzó a gemir mientras también alcanzaba el placer máximo, y yo tenía los ojos cerrados, y él me admiraba en secreto.

Alcanzábamos el cielo, él no dejaba de moverse, y yo estaba tan excitada, y él me besaba una y otra vez, mis manos sobre su espalda, arañándola, y en su frente tenía sudor, y yo con mi mano, se la quité.

Amaba como me hacía sentir, lo amaba a él.

Cuando nos detuvimos, él se quedó exhausto, respiraba aceleradamente sobre mi pecho tapado con un brazier.

Yo también estaba cansada, agotada. Pero era un placer sucio, jamás podríamos sentirnos bien, completamente bien.

Y no dijimos palabra alguna. Era un silencio absoluto en la habitación 304 de un motel que anteriormente visité con Julián.

Entonces la respiración de Aaron se volvió a agitar, pero no era por placer ni cansancio. Lo contemplé, y se veía como un niño pequeño, un niño lleno de lujos y gente, pero desamparado.

Lloraba, tenía los ojos hinchados y rojos inyectados de sangre. Lloraba en mi pecho, y lágrimas se deslizaban hasta caer por mi vientre. Su mano tomaba mi brazo.

Nunca antes lo había visto llorar.

-         - ¿Me perdonas?-. dijo-.

Y miré el cielo, y quise llorar también.

-         - Perdóname, Nihal. He sido tan malo contigo

-         - Shh… no digas nada

-         - He sido tan malo… tan malo.  Nunca antes me había enamorado así, ni nunca antes había sido tan injusto con alguien que quiero… ¿Me perdonas? Espero que algún día lo hagas

-          -¿De qué sirve, Aaron? ¿De qué sirve que te perdone si igual te casarás con Elif? Si siempre seguiremos así, viéndonos a escondidas…

-          -Quiero que sepas que siempre te amaré. Te amo, te deseo tanto.

Callé y no quise responderle. Pero pareció afectarle más, y aunque sé con total claridad que intentó evitarlo, no pudo.

Continuó llorando.

Lo entendía, me puse en su lugar. Él quería a Christine, respetaba a Thomas, a pesar de no amar a Elif, le tenía mucho afecto.

Porque entendía todo el dolor que podría causar cuando alguien se pudiera enterar de esto, que a los ojos de los demás se vería sucio y denigrante. Pero no a nuestros ojos; porque nos queríamos, porque a pesar de que todo el mundo estuviese en contra de nosotros, seguíamos con la esperanza de que podríamos ser felices en algún lugar o en algún momento.

Y lloraba sin consuelo. Lloraba con un llanto amargo y ardiente. Lloraba sobre mi piel desnuda, y con su puño, apretaba levemente mi brazo intentando no herirme. Las lágrimas cristalinas caían de sus ojos azules, tan azules y hermosos. Y aquellas lágrimas se deslizaban por todo mi toráx, hasta mi vientre, y dejaban un camino marcado.

Le acariciaba el cabello claro. Pero no paraba de llorar.

Porque por más que llorara, por más que quisiéramos cambiar todo esto, jamás podríamos. Tampoco escaparíamos jamás.

-          -No puedo más… no puedo-.dijo entre sollozos-.

Entonces le miré con total resignación, y él también me miró.

-          -Sé que podemos… podremos ser felices.

Amor ProhibidoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora