El sanatorio se situaba en la parte alta de la ciudad, como todo lo importante. Era uno de los edificios más grandes y viejos, con la imponente fachada de mármol y los tejados dorados de sus torres reluciendo contra el gris oscuro del cielo como la hoja de una espada que refleja la luz. Sus puertas, hechas de metal negro en forma de enormes lanzas, fueron bloqueadas tan pronto como las atravesaron. Como Nyrel conocía bien el lugar, se dirigió a la izquierda, donde quedaba la sala en la que siempre recibían a los heridos más leves.
—¿Estás segura de poder ayudar? —preguntó Cecille.
Nyrel apenas le echó un vistazo. Le resultaba extraño ver a la enérgica mujer convertida en un manojo de nervios. No la culpaba. Cecille estaba acostumbrada a dirigir la ciudad con mano de hierro, pero no a enfrentarse en primera línea al horror. Era un privilegio el poder paralizarse por la muerte. Como sanadora, Nyrel estaba comprometida a preocuparse solo por la vida. Sabía bien cuál era el momento para sentarse a lamentarlo. No era ese.
—Es solo una infección —murmuró, concentrada en dejarlo sobre la cama con suavidad. En cierta forma, eso era todo—. Y se me dan bien las heridas.
—Un hombre acaba de convertirse en cenizas en mitad de la plaza.
No fue la alcaldesa quien habló, sino el ayudante principal del jefe de guardias, Daevel Goblen. Y él la odiaba, aunque no siempre había sido así. Deseó que Barem hubiera ido con ellos.
—Una infección por magia oscura de la que no sé tanto, pero que sin duda es letal si no se hace nada —puntualizó. Soltó la energía del viento—. Si nos deshacemos de lo que la provoca estará bien. No como antes, aunque sí vivo. Ya es bastante después de ser tocado por un profanador.
—No hay profanadores tan lejos de la Serpiente.
Ella frunció el ceño, también la alcaldesa.
—¡La Fosa, Daevel, la Fosa! —espetó Cecille, haciendo a su vez un gesto sobre el cuerpo como si se limpiara—. No invoques el mal.
—Este se habrá perdido —señaló Nyrel en tono socarrón al guardia regañado.
Un nuevo quejido de dolor la obligó a olvidarse del guardia para atender al panadero aterrorizado. Se quitó uno de los guantes para posar una mano en una de las mejillas marcadas solo por arañazos, y se tomó un momento para descifrar su energía. Los ojos de la sanadora se estrecharon hasta que el aura de Tahik, un capullo amarillo traslúcido en torno a su cuerpo, dejó de ser una barrera lisa e impoluta para mostrar su verdadero patrón, único para cada individuo.
Analizó cada línea hasta encontrar un punto más frágil, solo entonces tiró de un hilo de su propia energía para enredarla en la de él, sin unirse del todo para que su dolor no llegara hasta ella. Al instante, un perfecto mapa del cuerpo masculino se desplegó en su mente, junto a la estructura interna del aura bajo piel. Podía verlo todo, ya fuera vena, músculo o hueso; la sangre fluyendo en su interior, cada fragmento que componía el todo. Si forzaba la visión, podría ver mucho más. Junto a la sangre corría la magia, impulsada por el órgano que la generaba: el corazón.
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Cánticos de sangre y bruma
FantasyLa bruja Nyrelle tiene dos caminos: acabar en la hoguera por ayudar a los licántropos o ser devorada por ellos. *** Nacer como un brujo en Drisen es si...