36. La mejor compañía

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36. La mejor compañía

"Las Órdenes se dividen en diferentes niveles a los cuales los miembros acceden al acumular méritos, que en su mayoría son hacer cumplir la voluntad del hierofante o Resplandor, la cabeza que dirige. Por debajo de él están los Fulgores, que son nombrados según disponga el primero para ayudarle en su labor (hay Órdenes sin ninguno, otras tienen hasta cinco). En el siguiente escalón de poder están las llamas (se encargan de transmitir las órdenes superiores y desarrollar los proyectos para llevarlas a cabo), luego las pavesas (supervisan la realización de dichas acciones), Ascuas (dirigen la acción de los diferentes proyectos, como Ahmnosis en la casa de piedad) y en el último nivel las yescas (ejecutan todas las acciones que sean necesarias, subordinadas al resto de miembros). Estos rangos se subdividen a su vez en diferentes niveles según el tiempo que se lleve al servicio de la Orden y los méritos de sus actos. Y sí, sólo los dos últimos niveles se escriben con mayúscula, para remarcar su estatus.

Todas las Órdenes proveen de bienes a la población a cambio del privilegio de ser ellas quienes los obtienen y gestionan. De modo que cada partida de cazadores, cada casa de piedad, cada mercado, todo es propiedad de alguna de ellas. Las diferencias están en la interpretación que hacen de los textos sagrados, de modo que llevan a cabo su función según su punto de vista. Los Hijos de Sekhu, que tienen a los mejores constructores, consideran que para hacer más caluroso el mundo deben grandes obras para cobijar a la humanidad. El Círculo de Avatares abarca a los mejores cazadores (y proveedores de piel) y por el contrario, considera que debemos vivir en armonía con el mundo que hemos creado y alterarlo lo indispensable, pues somos herramientas de Ematón que él puede corromper para extender su influencia (todos somos avatares de ambos dioses, pues contenemos fragmentos de sus divinas presencias en nuestro interior. En nuestra mano está a que parte le damos más fuerza). Las creencias de los Centinelas del Subhielo (los más destacados pescadores y quienes suministran la grasa de las antorchas) se basan en que el fuego de Rajhut está en todos nosotros y debemos encontrar nuestro camino a partir de nuestras obras personales, sin maestros que nos lo indiquen, mientras que los Tallistas de Espadas Celestes (los mejores herreros, aunque sólo trabajen plata) insisten en que la vida es movimiento y debemos estar siempre en acción para generar todo el calor posible. Suena similar a los Hijos de Sekhu, pero los Tallistas consideran el enfoque de éstos limitado. Esta distribución no implica que los Centinelas no tengan constructores, o que los Tallistas no salgan a cazar. Tan sólo hay gente más especializada que ellos a la que recurrir cuando la población necesita algo, y eso es conocido por todo Emet."

No me gusta estar en la casa de piedad. Aunque sea el único sitio donde se nos permite alojarnos, el ambiente me sobrepasa. Por un lado están los resentidos con la suerte que les ha tocado, que guardan su ira soltándola en pequeñas bocanadas como único remedio que se les ocurre ante su infortunio. Son los más problemáticos y a los que se debe evitar. Otros recurren a la pena y la lástima, pronunciando discursos agónicos y fatalistas sobre nuestro fin por la cercanía a Ematón, algunos incluso luciendo sus dedos u orejas amputados, arrebatados por la congelación, como signo inequívoco de sus auspicios. Algunos optan por intentar ignorar su suerte y centrarse en el presente, buscando comida, aunque con el tiempo suelen ser arrastrados por los segundos. Por último, un ínfimo grupo opta por hacer oídos sordos al mundo y aferrarse al clavo ardiendo de la fe y las segundas oportunidades, fijando sus ojos en las capas negras de las Órdenes.

La convivencia es tan tensa que me veo obligada a salir de forma continua, agobiada por la atmósfera de sensaciones negativas y vibrantes como si estuviera en un antro viciado de humo de tabaco. Incluso Tatóh tiene que recurrir a su meditación con mayor frecuencia.

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Lo mejor que se me ocurre es pasear por las calles para explorar, pero el frío es un emperador que cobra tributos muy elevados por caminar en sus dominios. Sólo con salir se me corta la respiración, y ya ni siquiera recuerdo que es no tener los dedos ateridos. Para compensarlo, empiezo a andar tan rápido como puedo mientras me froto con los brazos, esperando que el calor que generen mis músculos me escude. Cualquier soplo de calidez es un regalo.

Las calles están despejadas la mayoría del tiempo. He viajado por muchos lugares, pero en pocos me he sentido tan a disgusto. No sólo por el clima, que es en sí mismo una invitación a no vivir aquí, sino por la cultura de esta gente, que les hace venerar ciegamente a unos y despreciar a otros bajo un ideal tan abstracto y controvertido como es la pureza. Ni siquiera podemos caminar por las calles si hay alguien de las Órdenes de demasiado nivel si no le acompañan los pertinentes embajadores sociales. Los religiosos nos miran con una mezcla de asco y pena, como si una peste nos estuviera devastando. No soporto ese ego gigante, y aún menos tener que callarme cuando me chistan como a un perro para que me largue de la vista. Pero he visto lo que le pasa a los que se revelan: les marcan con una pintura blanca en la frente y les prohíben el paso a todos los edificios de la ciudad, hasta que mueren de frío. Una lepra social en toda regla, y cuando recogen el cadáver tieso después lo incineran, para que al menos genere calor y sirva a Rajhut. ¡Es que no le encuentro ningún sentido! Nunca me ha gustado esa palabra: pureza. Para que algo sea puro, tiene que estar aislado, separado con barreras del resto del mundo para que este no influya en él. Es una situación irreal e insostenible. Por eso muchos experimentos no tienen aplicación real: las condiciones puras (que en Chaelgrim se llamarían "ideales") se pueden conseguir solo en los laboratorios, y a veces en escenarios teóricos que no podemos alcanzar todavía. Pero en el mundo hay demasiadas variables e interconexiones, lo que lo hace incontrolable. Si vives, te tienes que ensuciar.

Divago mucho, pero eso es en parte porque no tengo nada que hacer. Además la tinta de mi bolígrafo se ha congelado y me cuesta mucho escribir, porque debo frotar durante un largo rato hasta que se fluidifica. A falta de nada mejor que hacer, sigo el ejemplo de Tatóh y me dirijo al templo más cercano por dos razones: para aislarme del ambiente gélido y para aprender sobre el dogma que impera en este mundo. Llevo haciéndolo ya varias veces (aquí el sol no se pone nunca, así que en verdad solo llevo un día aquí, uno literalmente muy largo).

Me atienden un par de sacerdotisas con una toga negra que les cubre hasta las rodillas, lo cual significa que son yescas, novicias que ingresaron hace poco y se hallan en el nivel más bajo de las Órdenes (igual que Ahmnosis). El resto de su cuerpo está tapado con botas cuyos cordones se entrelazan desordenados como enredaderas a lo largo de todo el calzado. De una emana cansancio, se nota que lleva ya tiempo y está ansiosa porque llegue su turno libre. La otra se muestra más receptiva en cuanto me ve, con una disposición digna de un comerciante. Imagino que está sonriendo por sus agradables efluvios emocionales, aunque la máscara de plata se interpone entre nosotras.

—La luz de Rajhut caldee tu cuerpo, Samantha.

—Igualmente, Nemei.

Me gusta Nemei. Quizás sea por su actitud y el escaso tiempo que lleva al servicio de su hierofante, pero hace las cosas como piensa que deberían ser. En vez de apartar a los mejhim, les tiende una mano y les ayuda con sus escasos recursos, lo que suele traducirse en entrar al templo a rezar. La costumbre y el hastío aún no han doblegado su espíritu, como le ha pasado a la mayoría de habitantes. Para mí estar cerca de ella es una inyección de moral, una ducha caliente que se vierte sobre mi cuerpo.

—¿Vas a seguir donde lo dejaste? —me pregunta con voz alegre.

—Sí.

—Acompáñame entonces. Enseguida vuelvo —le comenta a su compañera, que asiente por reflejo sin siquiera mirarnos.

La última respuestaWhere stories live. Discover now