Siega de las ánimas

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I - La muerte llega

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I - La muerte llega

Cuando finalizó la siega,
bajo las penumbras,
su encorvada figura
esperaba con vehemencia
la sangrienta luna.

Al pasar las horas,
la oscuridad fatídica
se apoderó del día
y el fulgor rojizo
le llenó de regocijo.

Regresó, a recoger los huesos
de los últimos muertos.
Llegó, ululando en el viento, 
danzando entre los cuervos,
agitando los álamos,
espantando mi sueño...

Su eterna noche,
de voraces sombras,
trepaba por los rincones 
y los pequeños resplandores 
de los únicos velones,
no dieron larga vida a los salones.

La enmudecida velada,
que reinaba en la casa,
huyó asustada 
tras lastimeras pisadas
arrastrándose en la sala.
Condenada, entre mis sábanas,
por mi alma, yo rezaba. 

Le oí, 
cruzando el pasillo
y, tras el muro frío,
su agudo llanto, sobrevino.
Mi cuerpo íntegro fue recorrido 
por un gran escalofrío.

Vacilé, mas, mi brazo estiré. 
Por el suelo tanteé 
y un libro empuñé.
Ese, que no terminé de leer.
¡Qué más podría hacer!

Sola mi alma, 
en una oscura garganta, 
en la que quedó atrapada,
detrás de Poe, se escudaba.

Mas, no bastaron las plegarias,
para protegerme de la parca
y, al borde de mi cama,
vislumbré la danza
de un fino destello de plata.

II - Nace el cuervo

Las doce, el reloj marcó
y el pesado péndulo se paralizó,
mas, su tictac fantasma,
en la casa, 
todavía resonaba.

Aun viendo su hoz afilada,
el terror no se comparaba.
Lo que me asfixió, 
fue la hiel de su mirada.

El pánico me cercenaba 
y no volví a emitir palabras,
mientras sus gélidos dedos, 
mi piel, tocaban.

¡Oh! ¿Dónde anidará mi alma? 
Arrancada de mi cuerpo
por un torbellino violento,
era arrastrada a las tinieblas del infierno.

Desesperada, 
me aferré a su roída capa.
Me rendí en su regazo
y su silueta agazapada
no se inmutaba. 
Ante mis ruegos,
la muerte algo tramaba.

Con el chasquido de sus descarnados dedos,
cesó el terrible viento 
y cientos de pájaros negros 
graznaron con recelo.

Muchos se apiñaban 
en el marco de mi ventana.
Con su balada,
la muerte los llamaba
y el batir de sus alas
llegó hasta mis entrañas.
Me sentí encerrada, 
mi propia carne me aprisionaba.

Sus huesudas falanges  
desgarraron mi pecho, 
atesorando el nacimiento 
de un sinfín de aleteos...
Mi alma, cobrando vuelo.

El reflejo no mentiría.
Estaba libre el cuervo
que, con mis ojos negros,
me acosaba en el espejo.

Entonces, 
vestida de noche,
volé en la neblina
y perseguí en bandada, 
a la parca y su balada.

III - Fiesta y cosecha

Entre disfraces y picardías,
Halloween transcurría.
Los niños juntaban golosinas
y, bajo sus máscaras, 
soltaban risueñas risitas.

Pero, las horas devoraron el tiempo
y, entre penumbras y niebla, 
se fueron perdiendo, las aceras. 

Alcanzadas, las doce, 
las únicas, que vigilaron la noche, 
fueron las grandes calabazas
en los umbrales de las casas.

En los lindes del pueblo,
un singular tintineo 
y el rechinar de los hierros,  
anunciaron su ingreso.
Era momento, en el cementerio,
de despertar a los muertos.

Amante del dolor, 
obsesionado segador,
con su canto cautivador 
a los pálidos, levantó.

Frágiles rostros
abrieron sus ojos,
puertas del más allá,
que, atravesaron dichosos,
los espíritus del purgatorio.

Tras los pasos de la parca, 
el camposanto, abandonaban,
y las calles desoladas,
de almas se colmaban.
Al ritmo de su balada, 
en procesión celebraban,
del olvido, haber sido arrancadas. 

Deseé que, ningún pequeño
haya estado despierto, 
para resultar muerto, 
por ver fantasmal cortejo.

Todo estaría bien, 
si, bajo la lumbre dormían,
pues, si la oscuridad persistía, 
en terribles pesadillas,
los niños caerían.

Su danza descalza
se adueñó de las cuadras,
tejiendo ruedas y vueltas 
con sus endebles siluetas.

Rondaban las casas 
y husmeaban en las ventanas.
¿Quién guardaba el pecado más oscuro 
de ser revelado y juzgado entre los muertos de este mundo?

A merced de las ánimas,
burlas sufrieron. 
Tirados de sus tobillos,
al suelo cayeron.
Groseros, fabuladores o embusteros,
sintiendo sus fantasmales dedos 
en sus corrompidos cuerpos.

Durante horas,
la parca les cantó
y la siega de las ánimas 
con bailes, compensó.

En el mundo de los vivos, 
los cuervos vislumbramos,
un halo de luz, en el cielo, pintado.
La mayoría anidó en su manto 
y el resto vigilamos,
el paso de su cuerpo encorvado,
retornando al foso cegado.

Consigo se llevó la noche
y los antiguos penitentes,
amantes de lo oscuro, 
con ofrendas y coros,
escoltaron a los súbditos
hasta la humedad de sus sepulcros. 

IV - Mal sueño

Grazné al ver el alba,
que esta condena, me arrancaba.
En los cristales de una ventana, 
no creí lo que observaba. 
No hay más cuervo, 
sólo mi cara agobiada.

Y, dentro de aquella portada,
había una muchacha, muy acurrucada,
que, entre sábanas blancas, descansaba.

Dejó, al filo de su lecho,
un libro abierto, 
a punto de caer al suelo.
Fue ese golpe estrepitoso, 
el que me sacó del mal sueño.

En un simple reflejo, 
al abrir mis ojos,
me tomé el pecho.
Allí, no había ningún hueco.

La oscura magia 
había hecho su efecto,
maldiciendo mis sueños.

Era claro el llamado del Samhain.
Ya, los solsticios cambiarán,
y arropándole el menudo cuerpo,
sus cuervos vigías, llegarán.

Entre este mundo y el más allá,
la noche, la parca reinará:
sepulturas vacías, 
lápidas frías.
Noche y niebla,
oscuras tinieblas.
La hoz siega,  
los espíritus aligera.

Irán a su encuentro 
todas las ánimas
para bailar al ritmo 
de su inmortal balada.

Que así sea, 
por las buenas cosechas 
y el alivio de sus penas. 

Entre versos y otros tesoros: antologíaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora