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Diego, con insomnio, suspiró de forma pesada en medio de la noche.

— ¿Estás bien? — preguntó Cristóbal desde su camilla, girando la cabeza con algo de dolor — ¿necesitas algo?

— Yo... no puedo dormir, estoy confundido.

Cristóbal guardó silencio.

— Tú conocías al Dragón de piedra y jamás me dijiste nada.

— Solo conocí a su personaje, jamás supe que era Garrido — reconoció el forense — para ser honesto fue mucho antes de conocerte, no creí que él volviera a aparecer en mi vida.

— Él no sabía que yo era el Toro — recordó Diego — cuando me vio, se paralizó por completo. Pudo matarme y no lo hizo — apretó con fuerza los puños — No lo entiendo.

— Tu vida y la de él se parecen mucho. Por lo que me contaste, Garrido te tenía mucho afecto, quizá cariño, puede que se haya identificado contigo.

Diego tragó saliva, dentro de él su corazón estaba lastimado por la pérdida su jefe.

— ¿Sabes cómo fue la vida de Garrido?

Cristóbal estaba a punto de decir que aquello ya no importaba, que lo olvidara y que se enfocara en otras cosas, cuando notó una pesada tristeza en los ojos de Diego, sin duda su amigo también se había encariñado con aquel dragón. El forense cerró los ojos, enderezó la cabeza y comenzó a narrar:

— Dragon de piedra, José Garrick Garrido Juárez, nació en Badiraguato, uno de los municipios más pobres de Sinaloa, aunque casi nunca habló de su infancia, deduzco que no tuvo hermanos y que sus padres estuvieron tentados a abortarlo debido a las duras condiciones que vivían en la más profunda de las pobrezas, pese a todo, decidieron continuar con el nacimiento.

Según contaba, no tuvo infancia, al poco tiempo de caminar comenzó a mendigar comida por las calles de tierra y polvo mientras que su madre hacía sopa de piedras para alimentarle y su padre aceptaba todo tipo de trabajos mal pagados con tal de traer unos centavos a la casa. Hubo días que solo él comía ya que sus padres le entregaban su propio alimento para que él no pasara hambre... y vaya que conoció el hambre. Aunque no le faltó amor, la pobreza le maltrataba con saña.

Poco a poco, los padres consideraron cruzar la frontera con el propósito de conseguir una vida mejor y salir adelante. Dudaron poco, ya que el hambre les daba valor. Por desgracia, antes de partir, el padre enfermó de gravedad y sin dinero para el doctor o para la medicina, animó a su esposa y a su hijo a seguir con el plan mientras él se quedaría esperando un milagro para sanar, rezando para que ellos llegaran con bien.

Así fue como la madre y el pequeño Garrido comenzaron a cruzar el norte del país junto con otras veinte personas que también buscaban librarse de esas malditas cadenas impuestas al nacer, durmiendo en las calles sucias, mendigando comida a los extraños que les ignoraban, orando para llegar con bien a una tierra desconocida.

El dragón alguna vez contó que en varias ocasiones su madre entregó su cuerpo por un plato de frijoles y agua para que él comiera. Cada vez que lo contaba sus ojos se empañaban, su voz temblaba y sus puños se cerraban. Supongo fue por eso que siempre que Garrido veía a alguien en necesidad no dudaba en ayudarle. Los traumas se graban en nuestra piel, sin duda.

Pese a todo, llegaron a Sonora, siempre que el Dragón llegaba a ese punto, guardaba silencio y tragaba saliva. Los recuerdos le dolían, no, no solo eso, le lastimaban. Solo cinco personas más llegaron al desértico estado, el resto había enfermado o se había quedado atrás en el camino. Ahí encontraron un punto de descanso hecho para migrantes donde se les daba comida, agua y un techo para descansar. Un doctor del lugar los revisó y encontró una desnutrición severa en ambos, pese a todas sus recomendaciones y advertencias, necesitaban continuar para conseguir dinero y regresar por su padre enfermo. La madre consiguió toda el agua embotellada que pudo y con una férrea determinación, se adentró en el desierto, encomendando a todos los santos su vida y la de su pequeño.

La lucha - Pugna DrakoneDonde viven las historias. Descúbrelo ahora