CAPITULO 47

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Preludio al final

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Sucede que nada puede permanecer oculto por mucho tiempo. Tarde o temprano la verdad saldrá a la luz.

No es que hubiéramos deseado guardar el secreto de nuestra relación a Lorena, la madre de Alyssa. Esa no había sido nuestra intención. De hecho, días después que iniciamos nuestra relación, conversamos ese tema, sentía que su madre debía saberlo, pero, Alyssa pensó que aún no era el momento, debido a todo lo que había ocurrido.

Prometimos buscar el momento oportuno para contárselo. Pero, bueno... Las cosas nunca salen como las planeamos. No era el momento que esperaba, pero, para decir la verdad después de una mentira no existe la ocasión perfecta.

Alyssa regresó a mirar a la acera, su madre permanecía de pie allí. No podía diferenciar su rostro, talvez estaba enojada, o quizás decepcionada. Sea como sea, cualquiera de esas emociones estaba bien fundadas y ella tenía todo el derecho de sentirse así.

Existe una sensación en la que el pecho se te comprime de a pocos, las manos te sudan, el corazón late descontroladamente, sientes miedo, temor, tu cerebro empieza a idealizar diversos escenarios, posibles respuestas, posibles reacciones. Justo así era como me sentía.

Alyssa tomó mi mano. Estaba sentada al lado mío en el mueble de su casa. Había quedado mirando un punto fijo tratando de ordenar mis pensamientos. Regresé a mirarla. Dibujó una tierna sonrisa en su rostro, de algún modo conseguía calmarme. Ella era todo lo que había pedido. Estaba dispuesto a hacer cualquier cosa por ella. Le devolví una sonrisa.

— ¿Estás bien? —Preguntó sin desviar la mirada de mis ojos.

— Pues... Sí. Solo estoy pensando.

— ¿En qué?

Quedé en silencio unos segundos, ordenando mis ideas y respondí.

— De pequeño, solía ser muy temeroso, tomar decisiones se me hacía muy difícil. A menudo lloraba y sentía ansiedad, el miedo a equivocarme era muy grande. En psicología este particular miedo recibe el nombre de Atiquifobia y bueno, a tan corta edad empezaba a reflejarlo. Mi madre se dio cuenta de ello. Aunque no entendía la razón del porqué presentaba esa complejidad, reconocía el daño que me causaría en el futuro. Así que, a menudo, cuando veía que alguna decisión empezaba a atormentarme, se acercaba y me abrazaba fuerte, mientras acariciaba mi cabello en un intento casi exitoso de calmarme. Solía decirme que, era normal sentir miedo, y qué, de hecho, todos lo teníamos, pero solo los valientes podían hacerle frente. En cambio, los cobardes dejaban que sus miedos los dominara. Me enseñó que fallar es un paso necesario para alcanzar el éxito y que el confundirlo como fracaso era un error, ya qué, fracasar es permanecer estático, estancado, ser conformista y aceptar una realidad que no te hace feliz. Mientras que fallar y equivocarse es aprender y evolucionar, llegar a ser incluso mucho mejor que antes—di una leve exhalación y añadí—. Por eso, ella solía repetirme que antes de tomar una decisión aparentemente difícil, pensara en 3 cosas, la razón, el motivo y el beneficio. Eso me ayudaría a tomar la decisión correcta. Desde ese entonces hasta hoy continúo haciéndolo.

— ¿Es lo que piensas ahora?

— Sí.

— Y... ¿Qué es lo que harás? —preguntó temerosa.

— Sabes perfectamente que es lo que voy a hacer.

— No lo sé...

— ¿No lo sabes? —acaricié su mano—. Mi razón... eres tú. Mi motivación... eres tú. Mi beneficio o más bien, mi recompensa... eres tú... Sé bien lo que haré por ti—acaricié su mejilla.

Un Susurro En El SilencioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora