Capítulo 3: Desastre

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Advertencia: +18

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La noche anterior también lo había sentido. En una pesadilla que lo involucraba a él y a cierto demonio, había despertado envuelto en sudor, con un dolor punzante entre las piernas, mareado y gritando su nombre. El torbellino en su vientre había tardado horas en irse y tuvo que levantarse a tomar una ducha de agua fría por el sofoco, que no quería desaparecer de su cuerpo. Si Aziraphale hubiera comprendido lo que le sucedía, no habría llorado por casi dos horas, y no habría llorado más al notar que estaba llorando. Porque todo aquello que le sucedía no estaba mal, solo era diferente. Diferente a su antiguo ser completamente angelical. Algo que ya no era por más que quisiera aferrarse a ello. Ahora podía sentir todo el repertorio de emociones que alguna vez le habían parecido incomprensibles. Odio, furia, tristeza, desilusión, lujuria, impotencia... Todo lo que alguna vez habia sido propiedad exclusiva de su enemigo demoníaco ahora también le pertenecía, y no tenía idea de como afrontarse a ello.
Así que se enojó. Casi sin poder evitarlo cayó en una espiral de ira y dejó de salir, de leer, de hablarle a Crowley por semanas. Lo evitó lo más que pudo, cerró la librería con un milagro y se prohibió salir.
La última vez que lo había hecho había sentido la necesidad de herir a una mujer que le gritaba innecesariamente a un niño, y luego se había llevado las manos a la cabeza, exhausto de escuchar y sentir el odio que se desprendía de las personas. Era mucho mayor al amor que solía sentir a diario. No podía con ello. Lo invadía por todos lados, provenía de jóvenes, adultos y ancianos, no cesaban. No podía aguantarlo. Se odiaban entre todos, desplazaban a la poca bondad que encontraba y hacían de su ser un jueguete energético que se hundía en la miseria. Ya no quería, y tampoco quería hacerles daño, porque algo todavía le decía que era su deber amarlos a pesar de todo. Porque son humanos, no saben lo que hacen, por favor, por favor deténganse... Nunca había entendido las palabras de Jesús tan bien como ahora lo hacía.

Y las grandes olas de calor que arrasaban con su cuerpo no hacían más que aumentar.

La primera vez había sido en el parque, junto a Crowley. Una pareja de adolescentes se besaba con pasión frente a ellos, y el muchacho disimuladamente pasaba una mano por debajo de la blusa de su novia, haciéndola gemir. Con las mejillas sonrosadas, Aziraphale no fue capaz de decirle al demonio lo que le sucedía, y tampoco lo comprendía del todo, así que, temeroso de que el pelirrojo pudiera sentirlo tambien, decidió huir, poniendo una tonta excusa de ordenar algunos libros.

La segunda vez había sido peor.

El cabello de Crowley había crecido desde el fallido armagedón, y al igual que hacía casi quince años atrás, había decidido dejarlo llegar hasta sus hombros, dándole una apariencia despreocupada, encantadora. Sexy. Muy sexy con aquella chaqueta de cuero y esos pantalones de mujer entallados.
El ángel no podía evitar suspirar cada vez que su pareja pasaba sus largos dedos por su cabello, acomodando algún que otro mechón rebelde detrás de su oreja. En especial ese mechón blanco que ahora se hallaba allí para siempre. Sin querer irse.
Por favor, era inevitable.

-¿Estás bien?

Le había preguntado la serpiente finalmente. El rubio llevaba casi diez minutos observándolo con un brillo extraño en los ojos, y una sonrisa a medio camino en su boca. Crowley pudo jurar que en algún momento lo había visto morder sus labios, pero prefirió creer que lo había imaginado. Ahora podía sentir el amor de Aziraphale en el aire, pero también había algo que le era conocido, algo sutil y extraño, caluroso, abrasador, que comenzaba a tomar lugar. Algo que no podía estar sintiendo su ángel... ¿cierto?

-Sí, todo está bien, querido.

Pero su cuerpo no demostraba lo mismo. Las manos del rubio se movían inquietas, se apretaban, y de nuevo aquella mirada invasora, que parecía ser de rayos x. Los ojos azules recorrían su cuerpo del delgado, y Aziraphale había rechazado todas y cada una de las insinuaciones del demonio. Aquello era lo más extraño. Crowley sabía que al ángel le parecían incomodas sus demostraciones, pero él necesitaba tocarlo, besarlo, tomarlo en sus brazos. Había decidido no extralimitarse, y el rubio había intentado también aceptar sus roces. No era que no le agradaran, solo que había algo en la forma en que el pelirrojo lo tocaba que le hacia sentir débil. Y ahora con sus auras unidas y sus sensaciones a flor de piel, no podia imaginar lo que aquellos labios rasposos podrían provocar en él. Tenía miedo de averiguarlo. Pero nunca antes le había negado un beso a Crowley... Lo estaba matando. Ver aquella duda en los ojos amarillos simplemente lo hacía enojarse más consigo mismo.

Caída libre - Good Omens FanficDonde viven las historias. Descúbrelo ahora