92: Las nubes giran sin aviso*

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Después de que Mu Hanzhang llegara de la corte, miró al propio Jing Shao practicando el manejo de espadas en el Lado Este, pero no veía a Xiao Huang en ningún lugar. Después de todo, Xiao Huang es un tigre, e incluso si no tiene agallas frente a ellos, aún seguía siendo muy feroz con los extraños, por ello Mu Hanzhang siempre le había prohibido que juegue fuera del Lado Este para que no lastime a otras personas.

Al ver que su Wang Fei había regresado, Jing Shao tomó su espada y se inclinó hacia adelante, esperando a que su Wang Fei le limpiara su sudoroso rostro.

—¿Dónde está Xiao Huang?—. Mu Hanzhang tomó el pañuelo de tela que le había entregado Zhi Xi y secó el sudor de Jing Shao con resignación.

—No lo sé—. Jing Shao entrecerró sus ojos con comodidad. —No quiere jugar conmigo, así que supongo que se fue a dormir.

Mu Hanzhang estaba un poco preocupado, así que le pidió a Yun Zhu que lo fuera a buscar.

Los dos se sentaron en el sofá que estaba después del corredor, y Miao Xi les trajo sopa de ciruelas agridulces.

—¿Por qué hoy volviste tan tarde?—. Jing Shao bebió de su plato toda la sopa de ciruelas agridulces, y dio un suspiro de alivio. Después miró codiciosamente las delgadas piernas ajenas, las acarició mientras hablaba, y se acostó rápidamente en ellas, mientras Mu Hanzhang no estaba prestándole atención.

Cuando Mu Hanzhang dejó su pequeño cuenco de sopa, vio a la cabeza extra grande que estaba en su regazo. Y pensó que quizás debido al aburrimiento de estos días en casa, Jing Shao se había vuelto cada vez más pegajoso con él, así que en cada oportunidad en la que Jun Qing tenía tiempo, Jing Shao se acercaba a él y lo tocaba. Por lo que sintiéndose impotente, tocó la parte superior del cabello ajeno y también se reclinó para hacerlo acostarse de una manera más cómoda: —El Padre Emperador me retuvo en la Sala de Estudio Imperial para hablar por un rato.

Con respecto a los asuntos comerciales por el mar, el Emperador Hong Zheng parecía muy interesado. Hace unos días, Mu Hanzhang le entregó los estatutos. Y después de mucho tiempo no hubo ningún movimiento, pero de repente fue llamado hoy y discutió muchos detalles sobre ello.

—Así que de este modo, el Emperador leyó con atención tus estatutos—. Jing Shao miró su hermosa barbilla.

—Bueno, tal vez el Padre Emperador ha tenido este plan desde hace mucho tiempo—. Mu Hanzhang recordó cuidadosamente la expresión que tuvo hoy el Emperador Hong Zheng, y parecía que estaba muy interesado en esto. Hay puertos en Jiangnan donde hacen escala los barcos extranjeros. Si alguien va a Jiangnan después de un tiempo, quizás pueda probar este tipo de negocio primero.

—¡Wang Fei, algo no está bien!

—¿Cuál es el problema?—. Mu Hanzhang frunció el ceño. De repente recordó que Yun Zhu había ido a buscar al tigre. ¿Podría ser que Xiao Huang se haya metido en problemas?

—¡Justo después de preguntar durante mucho tiempo supe que Xiao Huang ha ido al establo!—. Dijo Yun Zhu sin aliento.

—¿Qué?—. Jing Shao se sentó de inmediato, el tamaño actual de Xiao Huang ya no era pequeño, y un rugido suyo podría asustar a los gentiles caballos en el establo. Los caballos del Palacio son todos famosos corceles, y ellos se asustarían hasta la muerte creyendo que Xiao Huang los lastimaría.

Los dos siguieron apresuradamente a Yun Zhu al establo, y el criador de caballos se quedó fuera del establo con un rostro desolador mientras temblaba de miedo.

—¿Qué pasó? ¿Dónde está el tigre?—. Preguntó Jing Shao.

—Está... En el cobertizo de Xiao Hei—. La persona que criaba a los caballos casi estaba llorando. Cuando vio al tigre, él había estaba tan asustado que no podía moverse, y sólo lo vio entrar al exclusivo establo de Xiao Hei.

El flautista y el vaqueroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora