Capítulo I

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"Mantente firme. Respira hondo.

Apunta y dispara."

Solté la cuerda, que vibró en cuanto liberó la tensión acumulada.

Justo entre los ojos. Una declaración de guerra.

Me colgué el arco en el hombro y subí al lomo de Koray, que corrió como el viento, tan rápido como la flecha que acababa de disparar.

Me sujeté de la cadena alrededor de su cuello con firmeza. Si no conociera acerca de nudos me preocuparía por asfixiarlo con las cuerdas que tocaban el blanco pelaje de su garganta, pero había probado la seguridad de estas miles de veces ya.

Él supo qué hacer, salté hacia el suelo en cuanto me acercó lo suficiente a los cadentes que en ese momento —y para su mala suerte—, eran mi presa.

Rodé para reducir el impacto, saqué las dagas de mi cinturón y me acerque hacia el primero. Corté los tendones de sus piernas cuando intentó saltar sobre mí y asesté el golpe final cuando estuvo en el suelo. Dirigí mi mirada unos cuantos metros a la derecha, donde Koray atacaba rápido y certero, clavando sus afilados colmillos en las gargantas de los monstruos que osaban lanzarse a él.

En poco tiempo, acabamos con todos. Recuperé la flecha que había lanzado al primer cadente y la limpié con un pañuelo, para luego devolverla a mi carcaj. No podía tomarme el lujo de malgastar flechas de acero.

Revisé a Koray para asegurarme que todo estaba en orden. No tenía ni un rasguño, pero su pelaje estaba lleno de polvo y sangre negra como la brea, lo que evidenciaba que no era suya.

Volví a subirme a su lomo en cuanto terminé de revisar mis propias heridas; no era nada grave, una poción sería suficiente. Koray comenzó a trotar con dirección a Insomnia.

La recompensa serviría para alimentarnos por al menos unos cuantos días.

En el camino de vuelta, mientras veía pasar el desierto sumergida en mis pensamientos, deseé que las almas de las desafortunadas personas que los cadentes antes fueron, por fin pudieran descansar en paz.

Llegamos a la entrada de la ciudad capital. Mostré mi licencia de cazadora, lo cual serviría como identificación. Me dieron la bienvenida y me dejaron pasar.

Pero noté algo extraño en el rostro de los custodios, ¿acaso eran nuevos?

Conocía a los guardias desde hace años, salía tan seguido que en algunas ocasiones incluso me dejaban entrar sin pedirme una identificación . ¿Qué les habría pasado?

Me encogí de hombros, probablemente sólo estaba siendo paranoica, pero mi mente siguió en estado de alerta durante un buen tramo del camino.

Nos dirigimos hacia el bar donde había aceptado el encargo. Era un lugar de mala muerte, la mayoría de los que estaban ahí no tenían un lugar a donde regresar ni gente que los extrañara si un día no regresaban.

Supongo que era lo mismo para mí.

Me acerqué a la barra y saludé al viejo Dorrin, un soldado retirado que ahora se hacía cargo del establecimiento, "El Inmortal", nombrado en honor a Cor el Inmortal, la persona que él más admiraba.

—¿Cómo estuvo el trabajo de hoy, Nivia? —preguntó Dorrin, mientras le acercaba un plato de carne a Koray.

—Igual de fácil que siempre, ya lo sabes.

—Supongo que después de tantos años, la pregunta sobra —dijo él, riéndose con desparpajo—. ¿Lo de siempre?

Asentí y tomé asiento en una de las sillas frente a la barra. Unos minutos más tarde, Dorrin trajo con él un té de ginseng, un tazón lleno de terrones de azúcar y la recompensa del encargo. Le agradecí con una sonrisa.

The Throne of Winter Dawn - Final Fantasy XVWhere stories live. Discover now