8: Venganza

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Las alas oscuras de Scarell'Azar se batían con fuerza, elevándolos a él y al monarca de Jezrel por encima de las nubes

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Las alas oscuras de Scarell'Azar se batían con fuerza, elevándolos a él y al monarca de Jezrel por encima de las nubes. Una bandada de cuervos los seguía, atraídos desde los bosques por la presencia de su rey. Con aquel plumaje negro como contraste, era más evidente el tono de azul del gripher.

El viento silbaba en los oídos de Israem Corvo mientras sobrevolaban las aguas espesas y viscosas del mar de podredumbre. El rey llevaba el cubrebocas por encima de la nariz, y aun así evitó respirar para evadir los gases que manaban del agua.

Una maniobra en forma de U los lanzó al fondo de las montañas del exilio, y con el mismo impulso de la caída doblegaron la fuerza gravitacional para ascender a lo más alto de aquellos picos; al otro lado, como si esas formaciones rocosas sirvieran de muro fronterizo, las nubes condensaban agua que caía en distintas cascadas a un océano cristalino que no se veía desde ningún otro punto del reino.

Viajaron sobre la civilización de Polaris hasta alcanzar una de sus joyas arquitectónicas: un edificio en forma de cúpula con un campanario encima: el internado de educación avanzada para la élite entre la nobleza.

Israel se asió con todavía más fuerza a las cadenas de Scar. La visión de Polaris era como ácido derramado en su estómago que encendía las chispas de ira que ocasionó el olor de él impregnado en su futura consorte.

Las garras del gripher se clavaron en el patio del internado haciendo temblar el suelo con el ímpetu de su aterrizaje. Las alas crearon una ventisca que arrasó con las pertenencias de los espectadores. Estudiantes, ataviados con uniformes grises, observaron con asombro al rey y su montura. Ninguno de ellos había visto en persona el azul de esos ojos, pero los reconocían de las leyendas; y pocos habían visto a un gripher de cerca, mucho menos a Scarell'Azar.

Israem avanzó hacia la entrada principal, ignorando las miradas curiosas. Ahí estaba la chica que buscaba.

Pero también estaban sus custodios.

El rey se bajó de su gripher; los cuervos, graznando como un reflejo de su humor, se desperdigaron en nubes de ataque dirigidas a los cuatro hombres que cuidaban de la presa.

Israem ni siquiera se sorprendió de que aquellos hombres fueron más leales a su señor que a la autoridad de la corona de los cuervos.

Las cadenas que aprisionaban a Scar de pronto ya no parecían un obstáculo cuando el rey las desprendió del collar y las enrolló en sus muñecas, haciéndolas girar como una extensión de su voluntad. Cada eslabón era un arma, cada giro de su muñeca un latigazo mortal.

El custodio más cercano, con su armadura bruñida y espada desenvainada, lanzó un par de tajos que barrieron la nube de cuervos y le abrieron camino hacia el rey. Pero antes de que pudiera asestar cualquier golpe, las cadenas se enroscaron alrededor de su espada, aprisionándolo al punto en que la espada voló de sus manos.

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