Capítulo 10. La vieja sensación

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Connor Lynx poseía talentos; en realidad, eran pocos, pero se jactaba de ellos con creces porque eran el fruto de su labor, de sus ilusiones y, desafortunadamente, de una pizca de desesperación

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Connor Lynx poseía talentos; en realidad, eran pocos, pero se jactaba de ellos con creces porque eran el fruto de su labor, de sus ilusiones y, desafortunadamente, de una pizca de desesperación.

Correr era algo que le daba vida. Esa sensación de velocidad que lo sacudía hasta la médula, la embriagante gloria cada vez que atravesaba la línea de meta, era tan regocijante... hasta que el peso de la responsabilidad le caía encima. Todavía tenía una deuda, y no podría disfrutar de nada con plenitud hasta pagarla.

Pero como tampoco podía permitirse colapsar bajo la presión, se refugiaba en otra de sus pasiones: el dibujo. Se sentaba en un desordenado escritorio dentro de su bodega y en un cuaderno garabateaba modelos de coches, prototipos de carrocerías que a sus ojos eran obras de arte automotrices y, para un profesional, una simple ilustración de un aficionado.

Borró algunos de los trazos que hizo con el lápiz, sintiendo que no podía expresar con claridad sus ideas en el papel. Tenía algo más en mente; no era algo malo, en lo absoluto, pero sí un distractor.

—¡Mierda! —masculló, pero no con enojo, sino más bien con algo de divertimento. Aventó el lápiz al escritorio y se puso en pie.

Se dirigió hacia su pequeña sala de estar y agarró una flor seca que había dejado botada sobre la mesa frente al viejo sofá en donde a veces Jos o Mickey se quedaban a dormir.

Aquella flor era parte del gran distractor.

La había encontrado en la parte trasera de la camioneta del chico de la florería; Jeremy, dijo que era su nombre. A primera vista, no era la persona más atractiva en Altamira, de hecho, no destacaba por nada en especial... Hasta que lo observabas con cuidado. Connor no pudo evitarlo, cuando Jeremy se orilló junto a su Corvette con el neumático pinchado y lo ayudó a cambiarlo tras una serie de ruegos y un trato barato, lo miró de cerca, lo examinó hasta notar el más ínfimo detalle. Lo primero que llamó su atención fue el color de sus ojos, de un azul intenso, tal vez demasiado; luego su cabello castaño rojizo que llevaba un poco más largo que la mayoría de los otros chicos y, por último, su carácter, esa fortaleza que se reflejaba en todas y cada una de sus expresiones corporales y faciales. Revelaba tanto, pero a la vez nada, como si tuviera su rol muy bien practicado. Oficialmente estaba intrigado con él y se percató de que comenzaba a rayar en la obsesión cuando fue a buscarlo en la florería Eve.

Y ahora aquí estaba, sosteniendo una flor roja marchita entre sus dedos. Increíblemente, fue Mickey quien le dijo qué especie era.

«¡Oh! Es una camelia», reveló su joven compañero de equipo cuando lo encontró observando la planta antes de que pereciera del todo.

«¿Cómo lo sabes?», le preguntó, intrigado.

«Son las favoritas de mi mamá, pero ella las prefiere blancas».

Connor jamás se había planteado cuál era su flor favorita, no era el tipo de cosas que se le preguntaba a un hombre porque la gente de mente pequeña pensaban que eso debilitaba su masculinidad. Pero ahora lo tenía claro, sus favoritas eran las camelias rojas.

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