Capítulo 1

22 0 0
                                    

De tantos tropezones con la maleta, ya sentía que no llegaba. Eso de que te pongan los vuelos en conexión con un margen de horario tan corto entre ellos hace que se te suba el estrés y de pasada la adrenalina. Definitivamente no estaba en mi mejor condición física pero estaba segura de que todo iba a valer la pena. ¿Qué tanto iba a importar eso cuando por fin iba a estar con el amor de mi vida? Pues nada. Y eso me emocionaba. Sentía que por fin todo estaba encajando a la perfección, cada parte, por más pequeña que pareciese. Estaba llena de esperanza. Llevaba más de medio año esperando por ello, quizá hasta más, siendo sincera.

Toda mi vida, o por lo menos desde que tengo memoria, había anhelado y soñado con el día en que por fin me iría de ahí. En mi mente creé mil y un escenarios de cómo pasaría, pero nunca se me cruzó ese. Muchos dijeron que era una decisión impulsiva y hasta arriesgada pero, como siempre, no hice caso. Yo sólo metí mi vida entera en una maleta. Bueno, dos y una mochila. Y huí. Sí, creo que esa fue la palabra correcta: huir.

Recién había terminado la universidad y estaba cansada, no, harta de la misma rutina, las mismas personas, el mismo lugar. Mi pequeño barrio me vio nacer y crecer, y guarda un rincón especial en mi corazón pero dentro de mí siempre supe que no pertenecía a él. Estar en constante movimiento es lo que me hace ser, lo que me motiva y me mantiene avanzando. Así que era un gran paso para mí. No sólo hablando de adultez y esas cosas que francamente me aterran, sino, también para volver a encontrar mi verdadera yo.

Llegar justo a tiempo a la puerta de abordaje hizo que soltara un gran suspiro. Estaba sucediendo. Era el último tramo, el último empujón para estar del otro lado. Sonreía tanto. Avancé por el pasillo, subí al avión y me dejé caer en el asiento. No había nadie a mi lado y lo agradecía porque estaba segura que iba a derramar lágrimas de felicidad. Me puse los audífonos y miré al exterior. Todo iba a estar bien.

¿Entonces por qué estoy aquí? ¿Por qué no he podido salir de mi cama ni arrastrándome el último par de días? ¿Por qué he llorado tanto? Corazón roto podría ser la respuesta, pero creo que aquí entraría mejor el término "sueños rotos". Me punzaba en cada parte de mi alma, sentía que había hecho las cosas mal. Pero al mismo tiempo mi mente reafirmaba: diste todo.

Si no estaba durmiendo, estaba llorando. Así han transcurrido los días desde que llegué. Caminar de regreso por el aeropuerto seis meses después de haber partido, pero sin el mismo brillo en los ojos fue brutal. Jalaba con fuerzas mis maletas, tratando de que la muñeca que traía abrazada no se cayera. Siempre la llevo a todos lados, me recuerda quién soy. En esos momentos necesitaba aferrarme a ella, así como lo estoy haciendo ahora mientras estoy tirada en mi habitación. Visualicé a mis padres esperar por mí en el área de llegadas. Su expresión cambió al verme que estoy de regreso, no podían creerlo y yo tampoco. Sus rostros volvieron a cambiar cuando vieron las corrientes de agua que bajaban por mis mejillas. Mi madre me abrazó, como diciendo "bienvenida a casa", pero el lugar se sentía extraño, aún lo percibo así. No es que no lo reconociera, más bien yo había cambiado. Había perdido gran parte de mí, pero había descubierto y adquirido nuevas piezas que aún estoy logrando descifrar.

Estamos a mediados de Julio, pleno verano. Todos mis amigos están saliendo, divirtiéndose. Lo sé porque les mentí antes. No sólo he dormido y llorado, en ratos checo mi celular, la pantalla me recibe con fotos y publicaciones de gente que quiero, se ven tan felices. Y no tienen la menor idea de que he vuelto.

Regresar no fue fácil. Eso es un hecho. Mucho menos cuando días antes había perdido lo que más quería en ese momento: a ella. Sentía que un año de relación se nos había escapado entre los dedos y no pude hacer nada al respecto. En ocasiones me culpaba, justo como lo hago ahorita. ¿Y si todo hubiera sido diferente? Sí, había cosas que no podía cambiar pero ¿y si...? Ya. Me estoy martirizando. O al menos eso dice Alex, mi hermana. Quién a pesar de ser la menor tiene más madurez y sabiduría en su meñique que yo en todo mi cuerpo.

Siempre, AmeliaTempat cerita menjadi hidup. Temukan sekarang