El espejo de la mansión Hampton

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⚠️Advertencia: Paranoia/Delirios, autolesión, sangre/lesiones.

La mansión Hampton era célebre entre sus conocidos por sus espectaculares fiestas en las frías noches de octubre donde los trajes extravagantes y las máscaras se hacían presentes

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La mansión Hampton era célebre entre sus conocidos por sus espectaculares fiestas en las frías noches de octubre donde los trajes extravagantes y las máscaras se hacían presentes. Lady Elizabeth Hampton era la afortunada anfitriona de un evento que despertaba el interés de la ciudad, la envidia de la muchedumbre y corría como la pólvora entre la élite de Averville, ser invitado a ellas era el pase para pertenecer al nivel más alto de las permanentes sonrisas de la cima de esa cadena alimenticia llamada sociedad. Como cada año, la noche transcurría entre halagos y glamurosas botellas, entre secretos y críticas ocultas en risas estridentes. La felicidad era acompañada por collares de perlas y billeteras abiertas, rodeando a la familia Hampton que celebraba el cumpleaños de lady Elizabeth.

Pocos notaban que ella se excusaba para desaparecer más veces de las que su compañía consideraba correcta, pues bromeaba con ir a retocarse la nariz por temor a que ésta se cayera, provocando risas desdichadas, pero estaba lejos de mentir. Algo ocurría en el silencio, tras las paredes de esa habitación que recibía su ansiedad, que le mostraba un desesperante y bello reflejo. Elizabeth era bella como una flor de mayo, pero elegante y vanidosa como todas y cada una de las rosas. Ansiaba los halagos, vivía de adulaciones, del recuerdo constante de que no había mujer en la tierra que se comparase a la perfecta forma de su rostro y al estrecho camino que seguía su cintura, sin embargo, estaba cansada de lo sosa que era la labia de los hombres que intentaban cortejarla, lo frívolos y secos que eran aquellos que hablaban de sus ojos sin mirarlos, decidió que no podía continuar dependiendo de sus palabras. Alguien le había regalado un espejo, aquel como en los cuentos de hadas, uno que murmuraba cosas que Elizabeth al principio no comprendía, pero de las que ahora dependía.

Estaba segura de que el espejo se había enamorado de ella, que finalmente había encontrado a aquel que la adoraba como se merecía, al único que podía equiparar sus palabras con su belleza. Eran tan bellas, murmuradas con una voz tan suave, el espejo comparaba las mañanas de invierno con el frío de su piel, el brote de las rosas con sus mejillas, el carmín de sus labios con los pétalos de las mismas. Sí, era lo que merecía, y necesitaba escucharlo cada vez que los halagos de esos cientos de personas no conseguían llenarla. Nadie la comparaba con las flores o el invierno, nadie hablaba de algo más allá del color de sus ojos y lo costoso de sus vestidos. Corría a su habitación para escucharlo del mismo espejo, una vez, y otra... y otra. Hasta que su familia trató de detenerla, creyendo que había algo mal con ella.

Su madre reclamó entre dientes sus desapariciones, creyendo que la muy casquivana había dado rienda suelta a sus emociones con algún patán muerto de hambre, algún sirviente o criado, algún pobre diablo que le hubiese encantado el oído. Elizabeth la miró furiosa, indignada, profirió una maldición mientras aseguraba que no había hombre en la tierra capaz de seducir a su belleza. ¡Qué vergüenza! Escapó de su madre en ese momento, no necesitaba escucharla, corrió por las escaleras para buscar desesperadamente a su mantra, recogiendo su amplio vestido con ambas manos. ¿Quién se creía que era? ¡Ella que eclipsaba a la primavera! No, tenía que corroborarlo, tenía que volver a escucharlo. Se miró en el espejo y esperó por las palabras que debían recibirla para callarle la boca al vientre del que había nacido.

Pero no hubo más que silencio.

Elizabeth se miró a sí misma mientras negaba, esperando por una respuesta, comenzando a pedirle a esa voz que volviera para adorarla. Palmeó el espejo desesperada, tan pesado que no podría moverlo, tan grande que podía admirar cada centímetro de su espantosa piel asustada, con el color perdido y los ojos desorbitados. Negó. Negó. Continuó negando al sacudir la cabeza y se tocó la cara. ¿Había perdido su belleza? ¿Su madre se la había robado? ¡Su madre, su maldita madre! Lady Hampton derramó lágrimas frente al espejo al no poder escucharlo.

—¡Toma mi alma, toma mis joyas, toma a cada persona en esta casa! ¡Pero háblame, adórame, murmura de nuevo esas bellas palabras!

Un silencio desesperante envolvió esa habitación a la que apenas llegaban los murmullos de una fiesta olvidada de las horas y la noche, continuaban las risas y las bromas, del disfrute entre el tiempo en el que lady Elizabeth no apareció. Irritada por la traición de esa insolente que ignoraba la celebración en su honor, la madre envió a sus criadas a buscarla en cada rincón.

Y unos minutos después, a mitad de ese ambiente de gozo, un horroroso grito desgarró la paz de los invitados. Agudos, fuertes, cada uno de los testigos fue capaz de imaginarse esas gargantas abriéndose por el esfuerzo aterrado que provino de ellas, atestiguando la forma en la que algo cayó por las escaleras mientras gritaba. La música se apagó, los jadeos sorprendidos fueron cubiertos por manos trémulas antes de que las miradas curiosas se acercaran y el primer grito entre la audiencia horrorizada ocurriera. El cuerpo de una criada yacía tendido, con piernas y brazos en ángulos imposibles, con la boca abierta y los ojos blancos, algo horrible había en esa quijada rota y profundamente negra.

Los murmullos se elevaron, ningún invitado comprendía lo que estaba ocurriendo, hasta que la primera dama que presenció la estruendosa caída comenzó a retroceder mientras gritaba, capturando la atención de los presentes cuando su desesperación fue tan grande que comenzó a arañarse la cara mientras suplicaba que la dejaran en paz. Los hombres trataron de ayudarla, pero otra mujer comenzó a gritar, después dos más, y una reacción en cadena provocó que un mar de gritos fuese lo único que se escuchaba entre caballeros desesperados al ver a sus acompañantes arrancarse el rostro... hasta que no pudieron más.

Empezaron a estrellar sus cabezas contra las columnas, contra el suelo entre charcos de sangre y narices destrozadas, con los ojos en blanco y la quijada descomunalmente abierta, con espantosos sonidos saliendo de ellas mientras lloraban por terminar el suplicio que duró horas, un espectáculo de horror en el que los hombres enloquecieron, varios de ellos no soportaron la brutalidad de la escena y acabaron con sus vidas en ese mismo momento. Hubo súplicas, maldiciones, cuerpos retorcidos que se quebraron la espalda y miradas en una sola dirección.

Finalmente, en la mansión Hampton reinó el silencio. Entre pilas de cuerpos y charcos, pero con la falta de lady Elizabeth... y un espejo.

El mismo que se rumora que ahora se exhibe en un museo, esperando a que alguien se atreva a quitarle el velo para hablarle.

Y recordarle qué bello es su reflejo. 

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¡Feliz Halloween 2021! Un poco adelantado, pero felizmente disponible hasta el 4 de noviembre de este mismo año antes de volver a desaparecer para continuar con este juego esporádico de un ir y venir de leyendas.

Recuerden que en Patreon ya están disponibles dos historias más de Halloween este año y ambas están más cerca de las historias que conocemos... ambientadas en la época actual y contándonos un par de secretos. Por ejemplo, les daré uno que Patreon conoce: 

Jeremy y Sebastian han estado en la mansión Hampton.

Nos leemos con una nueva historia en Crainte el próximo año.

Nos leemos con una nueva historia en Crainte el próximo año

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