Exorcismus

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¿Recuerdas a la anciana del metro en "Bloom"? Aquí tienes la respuesta, presta especial atención a lo que ocurre en la estación Diderot

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¿Recuerdas a la anciana del metro en "Bloom"? Aquí tienes la respuesta, presta especial atención a lo que ocurre en la estación Diderot.

Advertencia: Sucesos paranormales.

La noche que ahora se alzaba sobre la ciudad de los pecados podría parecer un suceso irrelevante para un subterráneo con baja afluencia, esa estación en especial pocas veces veía a los cientos de miles de personas que esperaban impacientes en otras zonas de Averville. Cuando el destino era la calle Diderot, pocas personas deseaban volver a casa.

La misma suerte corría la estación casi abandonada con el mismo nombre, dejada a la deriva en el paso de los años, sin tanto cuidado como lo tendrían el resto de destinos a los que una misma unidad siempre llegaba. Esa era la única línea del metro capaz de acercar a alguien a los confines de ese lugar maldito, víctima de las más terribles tragedias, hogar de los criminales más repudiados... y la zona de trabajo de alguien que miraba impaciente el reloj de números rojos, esperando por la llegada de ese vagón en silencio.

Oculto entre las sombras, fuera de la vista de ese par de inútiles guardias que llevaban horas cotilleando entre ellos para matar el tiempo, el hombre admiraba la profunda oscuridad del túnel mientras jugaba con un objeto sagrado entre sus manos. Si la abuela lo mirase, lo golpearía de nuevo en las palmas con la vieja y astillada vara de madera por atreverse a tomar el rosario de esa manera. Con algo de suerte, esa noche ofendería a Dios lo suficiente para permanecer otro día en el infierno que era esa ciudad en la tierra. Escupió a un lado para verse librado de la mala suerte que le encantaba predecir a los gitanos, sacudiéndose de encima el escalofrío que sintió al mirar las luces irrumpir en ese abismo. Era hora de irse, los ángeles sabrían si a casa o al infierno cuando terminase su trabajo.

Estuvo a punto de moverse en dirección al vagón, pero volvió a agazaparse entre las sombras al vislumbrar movimiento, camuflado gracias a la vieja gabardina que había perdido el color bajo tantos terribles días y encuentros. Un par de chicos salieron de ahí a trompicones y hechos un desastre, encendiendo todas sus alarmas al ver sangre y golpes, cuchicheando entre ellos hasta que cambiaron abruptamente de dirección al mirar a los guardias. Una cabellera rubia y una azabache se perdieron rumbo a los pasillos abandonados, llenándolo de alivio al pensar que quizá solo eran un par idiotas metiéndose en problemas... si hubiese sido por lo que temió al principio, no estarían con vida.

Esa cosa no desperdiciaba nada cuando lo tenía.

Admiró los ligeros rastros de sangre bajo sus botas al avanzar, quizá una pelea o un escape, lo que sea que haya sido, esos mocosos debían agradarle a alguien para haber sobrevivido bajo esas luces que titilaron cuando él puso un pie en ese lugar. El vagón solo albergaba a un pasajero, una señora mayor víctima del cansancio al verse encorvada hacia adelante, ligeramente regordeta y que se movía apenas con el andar de la inercia. El silencio fue tan solo interrumpido y adornado por la mecánica voz que anunciaba la siguiente estación de vuelta a la civilización, acompañado por el chirrido de avance hasta que se convirtió en un zumbido constante. El hombre permaneció de pie, en una postura firme y con la cabeza gacha, sirviéndose como presa para que el momento llegase.

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