El temor a los entierros prematuros.

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El miedo que lord Nigellus tenía a ser sepultado vivo fue un temor muy real en la sociedad de la época

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El miedo que lord Nigellus tenía a ser sepultado vivo fue un temor muy real en la sociedad de la época. Un estudio realizado por los cementerios en 1896 concluyó que alrededor de un dos por ciento de personas habían sido enterradas con vida.

     Por este motivo se organizó un sistema de hospitales para los muertos, en los que los cuerpos quedaban en observación —por si despertaban— hasta que se empezaran a descomponer. Un libro de 1740, Mortae incertae signa  —Señales de muerte inciertas— provocó cambios en las leyes europeas. En muchos estados alemanes se decretó que había que esperar entre uno y dos días después del fallecimiento antes de enterrar a alguien. En 1788 el médico austríaco Johann Frank recomendó que los cadáveres se mantuviesen sobre la tierra durante dos o tres días para esperar el comienzo de la putrefacción, el único indicio seguro de la muerte. Para ello cada ciudad debería contar con una casa comunitaria para los occisos, de modo que los cuerpos pudiesen ser controlados hasta ser declarados oficialmente muertos.

     El primer «Asilo para la vida dudosa» se inauguró en Weimar en 1792, donde se mantenían los cadáveres en un ambiente cálido. El «Munich Leichenhaus» tenía dos secciones: una para los muertos comunes y otra más lujosa para las clases pudientes, cuyo coste multiplicaba por cinco la anterior. Además, si se pagaba una entrada la gente podía visitar el mortuario para ver las flores y los muertos.

     Los cadáveres tenían cuerdas amarradas a los dedos, que se conectaban a un gran armonio con fuelles para que si alguien despertaba lo pudiesen escuchar. Sin embargo, era habitual que sonara porque con los gases de la putrefacción los cuerpos se movían y el mecanismo se activaba.

     Durante la época victoriana esta angustia por ser enterrados vivos se hizo más acuciante. Este miedo llevó a que Edgar Allan Poe, del otro lado del océano, escribiera en 1844 su obra El entierro prematuro. Y a que Hans Christian Andersen dejase en su mesa de noche una nota escrita que decía: «Solo parezco muerto». Un caso más extremo fue el del famoso payaso Joseph Grimaldi, que dejó especificado que le cortaran la cabeza antes de sepultarlo, última voluntad que su familia cumplió.

     Si deseáis saber más podéis leer el artículo de la BBC titulado Lo que quizá no sabías de los entierros prematuros, de fecha 20 de diciembre de 2014.

DESTINO DE CORTESANA.Where stories live. Discover now