CAPÍTULO II.

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Siento sobre mi cara algunos rayos de sol que me indican que ya ha amanecido. Abro mis ojos y me asusto, pero pronto me tranquilizo a mí misma. «Ya no estoy en casa», pienso para mí misma. Me incorporo y miro hacia la ventana. Se siente a los pájaros cantar tan despreocupados que siento una paz interior que me lleva a tranquilizarme aún más.

Me levanto de la cama y busco el albornoz que me dejó ayer Grey, no sin antes recordar el pequeño altercado que tuvimos por la noche en su habitación. ¿Por qué diantres tiene una pistola? Me pongo la prenda encima de mi ropa y al instante siento que un aroma me envuelve, como si llevase su olor impregnado por todas partes. Es un olor especial, como si llevase su propia esencia, algo particular que es difícil de olvidar.

Decido que es hora de salir y ver qué aspecto tiene por la mañana. Me dirijo hacia la puerta y la abro con cuidado. Lo veo ahí, sentado en un sillón y leyendo un periódico. Salgo de la habitación donde he estado durmiendo, cerrando la puerta cuidadosamente.

―Esto es increíble, no saben ni resolver un caso en condiciones. Son una panda de inútiles. ¿No se dan cuenta de la posición en la que estaba la víctima, ni de los síntomas claros que aparentaba? ―Suspira exasperado.

Me quedo durante un rato anonadada, sin saber que decir. No sé de qué está hablando. Carraspeo un poco y baja el periódico, mirándome. Hasta ahora no me había dado cuenta del color de sus ojos. Son de un azul aguamarina, tan intensos y bellos ―no como los míos, azules grisáceos―. Su pelo moreno sigue despeinado, como si le fastidiase pasarse tan solo un peine por sus cabellos, y su piel es clara, tan blanca que es raro que sea de este pueblo, donde la gente es tan morena ―un claro ejemplo: Martin―.

―Ah, estabas ahí. Creí que la señorita seguía dormida ―me dice en tono despectivo e intentando burlarse de mí.

―Pues sí, necesitaba recupérame del susto que me dio ayer un psicópata que intentó dispararme.

―Ese psicópata no intentaba dispararte, sólo que no hicieses cosas raras. Además la culpa la tienes tú.

―¿Yo? ¿Perdona? Te expliqué que me olvidé mis cosas en el coche, no iba a hacer cosas raras. Además, no eres mi tipo. Eres un borde y una persona extraña.

―Y ahí lo que todo el mundo saca en conclusión de mí: borde y extraño. Eres una gran detective, te aplaudo. ―Se pone en pie y me da un aplauso, sonriendo de nuevo con esas malditas comisuras que le salen.

―¿Te han dicho alguna vez que eres insoportable?

―Es una de mis cualidades ―me contesta, poniéndose delante de mí y mirándome atentamente.

―No me pones nerviosa. Ahí va otra deducción: seguro que tienes a todas loquitas. El solitario y misterioso Grey.

―Jason Grey. Eres buena.

―Ya, lo sé, es una de mis cualidades ―le digo, repitiendo la misma frase que me ha dedicado antes―. Por cierto, ¿de que hablabas antes? De un tal asesinato o algo me ha parecido oír.

Aparta su mirada escrutadora, lo que hace que ahora pueda respirar con tranquilidad sin sentir sus profundos ojos azules sobre mí, y empieza a hablar ensimismado, mirando un punto en la nada.

―Un caso de asesinato que se produjo hace dos días. El inspector Elmestes pésimo en su trabajo y se ha equivocado con sus deducciones.

―¿Acaso tú lo habrías hecho mejor?

―Atenta. ―Me pasa una fotografía y varios objetos metidos en una bolsa.

―Por favor, Jason, dime que no los has robado de la escena del crimen.

Silvery River ©  DISPONIBLE EN AMAZONDove le storie prendono vita. Scoprilo ora