Capítulo 8

18.4K 1.4K 235
                                    


THIAGO

Kam era un calco de su madre. No solo físicamente, sino que también se sentía superior a mi hermano y a mí. Odiaba que una parte de mí hubiese esperado que siguiese siendo la misma de antes, pero esa Kamila ya no existía. La hermosa chica no era nada más que eso, una hermosa chica, al igual que su madre. Un bonito rostro sin nada dentro. Sentía lástima por ese niño que debía vivir en aquella casa rodeado de gente superficial y fría. Kam era la princesa de hielo, tal y como todos decían, y yo no pensaba intentar buscar algo que demostrase lo contrario.

Dejé de escucharla en cuanto dijo que no podía ir con mi hermano a la ferretería. No pensaba desperdiciar mi tiempo con ella, tenía cosas mucho más importantes que hacer y la primera era organizar los entrenamientos para el próximo partido de baloncesto.

Después de terminar con el jardín, me metí en la cocina y saqué todos los quesos que había en la nevera. Esa era otra de las cosas que había tenido que aprender muy joven, a cocinar. Desde que mi madre había empezado a hacer turnos extra en el hospital, fui yo el que me encargué de preparar la cena y acostar a mi hermano por las noches. Hoy mi madre tenía turno de noche, por lo que empecé a cocinar algo mientras ella se duchaba para ir al hospital.

Taylor se había pasado el día metido en su habitación. No es que me importase mucho lo que hacía, pero entre los dos se había creado cierta aura de tensión desde que habíamos llegado. Verlo jugar al billar con Kam y ese buen rollo que se traían me cabreaba sobremanera. No estaba de acuerdo en que esos dos volviesen a ser amigos. No estaba bien. Mi hermano me debía al menos eso. No podía perdonarla sin más, eso no funcionaba así.

—Eso huele de maravilla, cariño —dijo mi madre entrando en la cocina con la chaqueta ya puesta.

Estaba preparando mi receta de macarrones con queso, la primera receta que había aprendido a hacer. Mientras esperaba que el parmesano, el queso azul y el cheddar se derritiesen en la sartén, observé cómo mi madre iba de un lugar a otro buscando Dios sabe qué.

—¿Qué haces, mamá? —le dije mientras me llevaba un pedazo de queso a la boca.

—Estoy buscando la cartilla de vacunación de Taylor.

La observé con el ceño fruncido. En ese instante mi hermano hizo acto de presencia y se sentó en la mesa, observando a nuestra madre igual que estaba haciendo yo. Mi madre tenía el pelo marrón claro y los ojos verdosos como los míos. Nos parecíamos mucho, aunque ella era muy bajita en comparación con mi hermano y conmigo, y obviamente mucho más guapa. No comprendía por qué no había sido capaz de rehacer su vida con un hombre que valiese la pena, pero no podía juzgarla, había dejado de confiar en los hombres y era comprensible que prefiriese estar sola.

—Taylor, levanta y ayúdame —le dijo frustrada a mi hermano mientras abría y cerraba los cajones. Les di la espalda mientras seguía cocinando. Mi hermano se puso de pie y empezó a rebuscar por los cajones con desgana.

—¿Para qué demonios os piden ahora la cartilla de vacunación? —preguntó mi madre, apartándose un mechón de pelo de la cara y abriendo el último cajón de la cocina.

«Menudo lugar para guardar la cartilla», pensé, aunque no lo dije en voz alta.

—Les van a hacer a todos un reconocimiento médico —contesté removiendo los macarrones y llevándome el botellín de cerveza a los labios—. Al parecer ahora es obligatorio hacérselo a todos los deportistas que compiten.

—¡Aquí esta! —dijo mi madre con los ojos iluminados de alivio, y quitándole el polvo a una cartilla que seguramente llevaba allí metida desde antes de que nos fuéramos siete años atrás—. Procura no perderla —le advirtió a mi hermano dándole un beso en la mejilla. Luego se acercó a mí—. Volveré de madrugada. No os paséis con las cervezas y, por favor, no os quedéis hasta las tantas con la Xbox, que mañana tenéis clase —añadió mirando a Taylor y apuntándolo con un dedo.

DÍMELO BAJITODonde viven las historias. Descúbrelo ahora