1ª PARTE: DIARIO DE UN DETECTIVE

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INTRODUCCIÓN


El anciano se abrió paso entre el gentío que se agolpaba bajo el pórtico de la Catedral del Renacer: extendió el brazo desde el soportal, aunque era evidente que llovía a mares. Meneó la cabeza, y abrió su paraguas para sorpresa de todos los presentes, para internarse en las calles con paso rápido. Ese era un artilugio muy poco frecuente en Kashall'Faer, rescatado de alguna ruina del mundo antiguo, y reparado con retales de cuero.

Eran detalles como ese los que hacían que sus vecinos le viesen como una persona extravagante, pero a Dumban Te'ar le importaba bien poco lo que pensasen los demás. Es una de esas cualidades que uno desarrolla con la edad: aún recordaba lo orgulloso que se había exhibido por aquellas calles el día que obtuvo la toga de Historiador Mayor del Reino, con solo veintitrés años. Pero aquella arrogancia propia de la juventud se fue difuminando tras cuarenta años ejerciendo: en ese tiempo, su ego tuvo que lidiar con una creciente fama que hizo su nombre conocido de un extremo a otro de Geadia, algo que al principio estaba bien, pero no poder salir de casa sin ser reconocido pronto perdió su gracia.

A sus sesenta y cuatro años de edad, después de haber recibido todos los reconocimientos habidos y por haber, comprendía que el mejor premio a su carrera eran todos sus trabajos. Aunque tenía que reconocer que la fama le abrió muchas puertas, algo que le permitió crear un extenso catálogo de tratados históricos; más de cien ensayos llevaban su firma, y ese sí que era un buen motivo de orgullo. Y si la parca le daba tregua durante unos cuantos años, podría dejar algo más a la posteridad.

A sus años no podía evitar tener pensamientos ominosos cuando acudía a un entierro. Era algo que le ponía de muy mal humor, y más en ese día: acababa de recibir un paquete importante, algo que llevaba mucho buscando, y la interrupción le restaba tiempo: no podía permitir que la muerte le alcanzase antes de terminar su último texto. Aunque tenía que reconocer que la muerte del Rey Vermin II podría tener consecuencias para su trabajo. Le preocupaba que el próximo monarca, Keinfor Kholler'ar, recortase la asignación a su departamento y con ello mermase su capacidad de investigación: sin ir más lejos, sin ese dinero jamás hubiese podido sobornar a un guardia del Campamento Cinco.

Las bases asentadas en las ruinas de Faer eran una gran fuente de recursos para un historiador, pues en sus patrullas los guardias solían encontrar objetos valiosos. Como el diario que le acababan de enviar, y que había tenido que dejar de lado para ver a un viejo muerto: y es que ni aunque se hubiese tratado de uno de los Diarios Recóngitos habría tenido tanta expectación. A estas alturas, ¿a quién le pueden interesar más historias sobre Arzon o la Guerra del Fin? Miles de historiadores, en todo Devafonte, habían escrito cientos de millones de libros sobre el tema: Dumban incluido, con la diferencia de que los suyos habían sido reconocidos incluso por la iglesia. Un episodio del que no se sentía muy orgulloso, pero uno no puede morder la mano que le da de comer.

Y esa era una de las razones por las que prefería trabajar sobre temas menos comprometidos, aunque igual de relevantes para entender el pasado. Como era el caso de Siurde Maquen'ar: o tal vez fuese Xurde, no lo tenía claro pues lo había visto escrito de las dos formas. Lo que no le cabía duda era que ese nombre estaba ligado a una serie de acontecimientos relacionados con la derrota de Vesh Kharden, totalmente ajenos a los Héroes del Fin. Solo tenía vagas referencias, de documentos rescatados en las ruinas, sobre algo llamado Proyecto Salvación: una misión secreta del ejercito y encomendada a un grupo especial denominado Ventalen.

Tras décadas investigando solo había conseguido un nombre ligado a este grupo y cuando un guardia del Campamento Cinco se puso en contacto con él e hizo referencia a ese nombre, casi se desmayó de la emoción.

Recordar esto, hizo que apretase el paso para llegar a su casa cuanto antes. Dobló la última esquina antes y contuvo una maldición. Uno de los problemas de ser famoso por adquirir objetos aparentemente inútiles por grandes cantidades de dinero, era la asiduidad con la que alguien llamaba a su puerta para venderle cualquier baratija que encontraba en las ruinas. Y cuando no estaba en casa, le esperaban a la puerta, como fue el caso.


-Una calculadora muy bonita -dijo Dumban, al acercarse a la puerta, sin dar opción al hombre que le esperaba a hablar: solo de un vistazo reconoció el objeto que pretendía endosarle, y carecía de valor histórico. Continuó al ver que el tipo pretendía responder, mientras manipulaba la cerradura-. Tal vez algún ingeniero nerb le dé medio drekeg por ella: tal vez el doble si consigue que funcione. Pero hágalo antes del toque de queda, la guardia hoy no está de buen humor. Buenas noches. -Entró a la vez que plegaba el paraguas y dio un portazo tras él: luego se oyó como echaba varios cerrojos.


Sin importarle si el tipo hacía caso de su consejo o no, se dirigió a su estudio dejando caer el paraguas y el abrigo al suelo. Entró en la habitación, atestadas de objetos y torres de libros: él estaba seguro de que en algún momento tuvo muebles, pero ya no tenía claro a que distancia se encontraban de su mesa, ni le importaba: ese sería problema del próximo propietario. Se sentó en la mesa, el único espacio organizado de toda la estancia, y contempló el paquete que descansaba sobre su mesa: un trozo de tela gris, llena de manchurrones, amarradoa por un cordel deshilachado.

El historiador maldijo al guardia por su poco cuidado, y rezó por que al menos el diario estuviese en buenas condiciones. Cortó el cordel con un abrecartas y retiró el retal con mucho cuidado dejando a la vista el objeto de su deseo: no es que estuviese en las mejores condiciones, pero se temía que eso era algo que no podía achacar al guardia, sino al paso del tiempo. El manuscrito tenía tapas de cartón negro, doblado y corroído, unidas por una espiral metálica oxidada. Con unas pinzas retiró la tapa muy despacio, pero a la mitad del recorrido dejó de avanzar debido al óxido y se quedó con un trozo de cartón en la mano.

Maldijo por lo bajo y volvió a intentarlo, esta vez con éxito. Respiró aliviado al ver que las hojas estaban en mejores condiciones: amarillas, y dobladas en los extremos, pero eran legibles y aparte de crujir al tocarlas, no parecía que fuesen a deshacerse.

Con las manos temblorosas cogió sus gafas de encima de la mesa y se las puso: estaba a punto de descubrir si lo que había considerado una vía muerta durante los últimos quince años, tenía una solución o no; si tenía una última historia que desvelar o si ya podía prepararse para ir a hacer compañía al viejo cascarrabias de Vermin.

Las primeras páginas dieron respuesta a una de sus dudas: el autor del diario era Xurde Maquen'ar, lo que quería decir que Siurde era un error o más bien que respondía a una transcripción fonética. Esa forma de pronunciar la equis era propia del estoriano, una lengua que muchos creían dialecto del narvin, pero que en realidad tenía unas raíces propias y bien diferenciadas: sin duda este hombre era de origen estoriano.

Descartó rápido estas cábalas que no le levaban a ningún lado e inició la lectura esperando encontrar algo relevante de lo que parecía ser un diario común...,

DEVAFONTE: LAS CRÓNICAS PERDIDASWhere stories live. Discover now