Noche de pasión

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Por: almarianna

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Por: almarianna


Era de madrugada. Se encontraba sola en aquella habitación de hotel donde había acordado encontrarse con él. Nunca antes lo había visto, aunque venían hablando hacía semanas. Sabía que lo que estaba haciendo estaba mal. Ella era casada. No obstante, su matrimonio estaba muerto. Las obligaciones, los hijos, los problemas de dinero, todo contribuyó a que su vida amorosa —y sexual—, cayera en picada. Jamás había pensado que engañaría a su marido, pero tampoco nunca imaginó que estaría en esa situación. Lo amaba en verdad, pero también necesitaba sentirse viva, deseada... mujer.

Estaba retrasado. Hacía media hora que debía estar con aquella mujer que, a través de conversaciones casuales por medio de un chat, había despertado en su interior una llama que hacía años estaba apagada. Sabía que ella era casada, lo cual era alivio, ya que eso le permitía no sentirse tan mal. Después de todo, él también engañaría a su esposa. No era lo que en verdad quería hacer. Cuando había jurado estar con ella y serle fiel, había sido sincero. Quería una vida a su lado para siempre, hasta el final. Sin embargo, cada día que pasaba la sentía más lejos y no había demasiado que pudiese hacer él para evitar que la distancia entre ellos aumentase cada día.

Esa noche, noche que quedaría siempre guardada en secreto, se permitiría a sí mismo desatar la pasión contenida. Dejaría salir todos los anhelos, su deseo y encontraría consuelo aunque fuese en brazos ajenos. Ya era tiempo de ocuparse de él, ¿no?

Entró con sigilo. La luz se encontraba apagada. Así lo había solicitado ella cuando finalmente pusieron fecha de encuentro. Seguramente, era una forma de no sentirlo tan real, de vivirlo como si fuese una mera fantasía. Él estuvo de acuerdo, claro. Al fin y al cabo, amaba a su mujer y tampoco quería tomar consciencia del engaño. "Es solo una noche", se repitió a sí mismo mientras avanzó hasta la cama y se metió dentro.

Ella lo oyó acercarse y su corazón latió con fuerza anticipándose a lo que vendría. Sintió su calor como brasa ardiente y se dejó envolver, casi sin preludios, en la pasión que pronto despertó en ella con sus caricias y besos. Era extraño, pero en cuanto estuvieron juntos, ya no hubo culpa ni reproche. Simplemente, se dejó llevar por las emociones que ese hombre sí lograba generar en ella.

Nunca había esperado sentirse tan pleno en la cama con otra mujer, pero ahora se daba cuenta de que estaba equivocado. Sus cuerpos se amoldaban a la perfección como si hubiesen sido creados para estar juntos. La besó, la acarició, llevándola poco a poco al borde de la locura. Se posicionó entre sus muslos decidido a llegar hasta el final. Con sumo cuidado, se introdujo en ella despacio gozando de cada centímetro de él que se deslizaba en su interior. La oyó gemir y ese sonido le resultó paradisíaco. Sí, aún podía hacer gozar a una mujer. El problema no era suyo.

Lo recibió gustosa dentro de ella, anhelante, desesperada por sentir lo que su marido no lograba provocarle hacía tiempo. Su recuerdo pasó fugaz por su mente para luego ser empujado a un rincón a causa de las increíbles sensaciones que ese desconocido le brindaba. "Dios, esto es lo que siempre quise", pensó entre jadeos. ¿Por qué había esperado tanto en hacerlo? Por lealtad, claro. Sin embargo, también necesitaba la emoción de ser tomada de esa forma, con absoluto desenfreno. Ser estimulada como nunca a disfrutar a pleno de su sexualidad.

El aire en la habitación pronto se volvió asfixiante. Cuerpos calientes y sudados que bailaban al ritmo de una pasión nunca antes experimentada. El orgasmo fue descomunal para ambos y entre gemidos y jadeos, quedaron por completo exhaustos y extasiados. En ese momento, no lo dijeron, pero ninguno de los dos estuvo seguro de que esa noche no volvería a repetirse. Ahora que habían descubierto el desenfreno de pasión que podía desencadenarse bajo esas sábanas, no estaban dispuestos a renunciar a ello. Continuaron besándose, ya con más calma y entre susurros, acordaron un nuevo encuentro. Mismo lugar, misma habitación, mismas normas.

Esa noche él se marchó más relajado, pero de camino a su casa, la culpa comenzó a torturarlo. Hacía años que merecía ser feliz, aunque fuese con otra persona, pero eso no quitaba la sensación de traición que albergaba su corazón. Entró a su habitación dispuesto a regresar a la cama de donde sabía jamás debió haber salido y sin poder evitarlo, rodeó con su brazo a su esposa. La sintió estremecerse y acto seguido, darse la vuelta para abrazarlo con fuerza. "¡Dios, ¿qué hice?", se recriminó con arrolladora culpa al oír sus sollozos contra su pecho. Quiso preguntarle qué le sucedía, pero temía que la voz se le quebrara en medio de la pregunta. Entonces, optó por quedarse callado y ofrecerle el consuelo de sus brazos.

Ya en su cama, ella aguardó a que su marido regresara del trabajo. Lo que hacía unas horas le había ofrecido tanto placer, ahora no hacía más que atormentarla. Había engañado al amor de su vida y eso era algo que jamás se perdonaría. De pronto, lo sintió acostarse a su lado y rodearla con su fuerte brazo. Sin poder evitarlo, dio la vuelta para sentirlo más cerca. Necesitaba de la contención que solo él podía ofrecerle. Los sollozos no tardaron en aparecer y se sintió agradecida de que no le preguntase nada. No creía estar en condiciones de responderle. Entonces, supo que no volvería a ver a ese hombre. Nada era más importante que lo que tenía en ese momento.

Ambos se durmieron con la seguridad plena de que ahora sí se encontraban donde siempre habían pertenecido. Lo que nunca supieron —ni sabrían— era que esa noche habían compartido mucho más que un abrazo. Habían compartido una noche de pasión en aquella habitación de hotel. Esa noche, lo habían compartido todo.

Antología: Érase una vez una estrellaWhere stories live. Discover now