10 | Todo por la rata

261 26 26
                                    

El más mínimo error puede suponer el principio de una cadena. Eslabones que caen uno tras otro, como las fichas del dominó, derribándolo todo a su paso. Y yo estoy aprendiendo esa lección por las malas.

Soy la reina de las imbéciles.

Detenida frente a la puerta de mi apartamento, me debato entre huir o abrir la puerta y enfrentarme a lo que sea que me espere al otro lado.

En el suelo, justo en el borde de la alfombrilla, hay un diminuto trozo de nailon casi transparente y muy difícil de detectar. Siempre lo pongo en la puerta antes de salir. De ese modo sé si alguien ha entrado en mi apartamento. Y nunca, bajo ninguna circunstancia, olvido ponerlo.

Esto solo puede significar dos cosas: o bien estoy siendo descuidada o hay alguien en el interior. Me llevo la mano a la espalda solo para descubrir que, lógicamente, la pistola no está ahí. La tengo en la mochila que dejé olvidada encima de la cama. Lo único que llevo encima es un bolso diminuto cuya cadena, si las circunstancias son propicias, podría servirme para estrangular a alguien. Pero eso requiere fuerza, ganas y que el idiota no se resista demasiado. Además, el ruido es un factor a tener en cuenta. He descubierto que estas puñeteras paredes son de papel a base de oír al vecino gemir como si lo estuvieran partiendo por la mitad.

Está más que claro que, si existieran las olimpiadas de la mala suerte, yo estaría en un merecido primer puesto. Se cargan a mi mejor amiga, me tiro a dos polis y se cuelan en mi apartamento. Ya solo falta que se descuelgue una lámpara del pasillo y me dé en la cabeza, por rematar. O que el gato de la vecina de enfrente decida que ya ha tolerado mi presencia durante suficiente tiempo y me arañe la cara. O que el vecino de al lado decida hacer una fiesta. Otra, quiero decir, porque ayer debió pensar que mi amenaza no era lo suficientemente explícita como para detener sus ansias de meter la salchicha en algún rinconcito y se dedicó a hacer la fiesta más escandalosa de la historia para después dedicarse a trajinarse a una chica durante tantas horas que me planteé seriamente el asesinato como primera opción.

Se me agita la respiración y repaso mentalmente la arquitectura de mi apartamento. Hay pocos puntos ciegos, pero son suficientes para que me disparen nada más entrar. Creo.

Me mudo tan a menudo que a veces es difícil recordar todo lo que hay en los nuevos pisos francos.

Aunque pienso seriamente en dar media vuelta y pirarme, sé que no voy a ser capaz de abandonar a Spars. Así que, armándome de valor, tomo una fuerte bocanada de aire y decido que voy a entrar y a enfrentarme a lo que me encuentre al otro lado.

Introduzco la llave en la cerradura con cuidado, tratando de que no haga demasiado ruido al abrirse. Aunque, evidentemente, si hay alguien al otro lado debe estar mirando fijamente la puerta y se dará cuenta de que estoy ahí haciendo el idiota, pero mejor prevenir. Abro la puerta con el pie y me oculto tras el marco, pero no se oye nada al otro lado. Me asomo un poco, preparada para escuchar el clic del seguro de una pistola. Me detengo el tiempo suficiente para escuchar, pero nada. Silencio absoluto.

El apartamento está a oscuras y no hay nadie a la vista. Recorro la estancia con la mirada y, cuando me atrevo a entrar, cierro la puerta a mi espalda. No tardo en descubrir que, efectivamente, estoy sola y que no hay nada fuera de su sitio, al menos no a la vista.

Doy una vuelta por mi habitación, por el baño e incluso miro en el armario, solo por si acaso. Es entonces cuando reparo en el sobre marrón situado en la mesa de café. Me acerco cautelosamente y leo el título escrito en letra cursiva.

Jaina.

Mi nombre.

No un número ni una de las identidades falsas que uso cada vez que lo necesito.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesWhere stories live. Discover now