4 | Una familia disfuncional y una pantera enfadada

858 103 291
                                    


De camino a casa, Vivi y yo nos detenemos en un puesto de comida callejera y nos sentamos en un banco tenuemente iluminado por las luces de las farolas. Las calles empedradas están húmedas debido a la leve llovizna que debió asolar la ciudad en algún punto de la madrugada. El puesto de comida, que nos atrae como una polilla a la luz, está regentado por una familia calabresa cuyos únicos ingresos provienen de la suerte de que hordas de borrachos hambrientos se crucen con aquella diminuta furgoneta con carteles luminosos que desprende un atractivo olor a focaccia recién hecha. Ya están a punto de cerrar y, por sus caras y la forma en que nos atienden (con una leve esperanza de que haya más gente con nosotros o se nos ocurra pedir todo lo que tengan), es evidente que este fin de semana no ha ido tan bien como esperaban.

Vivi da un bocado a su porción de focaccia con queso y tomate y exhala un suspiro de placer. Repantingada en el banco, los bucles artificiales que se había hecho durante la tarde ahora están deshechos y el maquillaje luce levemente desvaído, como un cuadro que ha pasado demasiado tiempo al sol. Imito su gesto, agradecida por poder sentarme y descansar la pierna. Aunque intente hacer todo lo posible por ignorar su existencia, sigo teniendo una puñetera puñalada en el muslo y ya empieza a joderme la noche. Nunca pensé que me iba a acordar tanto de un objetivo como me estoy acordando de este capullo.

Si lo tuviera delante ahora mismo, le daría una patada. Con la pierna buena, claro.

No puedo negar que lo único que me apetece en este momento es regresar a casa, tomarme unos analgésicos y dormirme. Sin embargo, no puedo deshacerme de la sensación de que algo no encaja y estoy más alerta de lo normal. Que Vivi conozca a Carlo Ricci no es una buena señal, sino todo lo contrario. Solo hay dos tipos de personas que se relacionan con él: las que trabajan para él y las que están siendo extorsionadas por él. Y, si debo ser sincera, no quiero que Vivi sea ninguna de las dos.

Me prometo empezar a investigarlo el lunes. Sé que voy a actuar a las espaldas de Vivi y que no le va a hacer ninguna gracia, pero prefiero que se sienta traicionada por intentar ayudarla a que le ocurra algo malo.

De pronto, Vivi exhala un suspiro, abatida. Tal vez el alcohol le haya bajado de golpe, porque luce como si le hubieran dado la peor noticia de su vida.

—¿Qué te pasa, colibrí?

Ella niega enérgicamente con la cabeza, como si estuviera intentando sacudirse de toda esa negatividad que se ha adherido a ella.

—Nada, nada. Es solo que... de pronto me he acordado de mis hermanos. —Se acomoda en el banco y carraspea, incómoda—. ¿Sabes? Solíamos sentarnos los tres a comer en el jardín justo así, tirados en un banco y sin decir nada, solo disfrutando de la compañía del otro. Y joder, parece que fue hace mil años, que no valoré lo que tenía hasta que... en fin, hasta que todo se fue a la mierda.

Es la primera vez que Vivi me habla de su familia. Hasta ahora, se había limitado a ignorar cualquier pregunta referente a su vida personal con un encogimiento de hombros y una sonrisa antes de saltar a cualquier otro tema. No sé qué pensar de que me esté haciendo esta confesión justo ahora, cuando llevamos meses en un tira y afloja extraño en el cual ninguna cede y le cuenta a la otra su historia.

—Mi familia también tenía esa costumbre —admito, y me sorprende la facilidad con la que la verdad sale a la luz sin que tenga que forzar una mentira en medio de todo, cosa que suelo hacer todo el tiempo.

Vivi traga saliva y en ese momento me doy cuenta de lo mucho que se está esforzando para no llorar y me siento tan mal que estoy a punto de soltarlo todo. Aparto la mirada, conteniéndome. Ser una bocazas nunca me ha llevado por buen camino.

Fantasma [+18] - Dark romance seriesWhere stories live. Discover now