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Sintió que su corazón latía fuera de su pecho. Hace un par de minutos estaba en medio de los trámites para matricularse y ahora estaba abriendo los brazos como un águila para que la costurera comprobará su envergadura. Se sentía como una muñeca, pero no como una Barbie. Más como una muñeca que tendría una niña pequeña con el pelo cortado y manchas de marcador. El color naranja no era lisonjeiro.

Nota mental: nunca ir a la cárcel. Se reío mientras pensaba en todas las razones absurdas por las que la gente iba a la cárcel en un libro que leyó sobre hechos aleatorios. La costurera la miró antes de suspirar y sujetarla. Ya que era muy criticona, Monserrat le daba muchas razones para que hablar. Ella evitó contacto visual para que su vergüenza no fuera obvia.

"Había otra chica aquí que pidió este mismo uniforme. Me pregunté '¿no es una escuela solo para hombres?' pero ya sabes, los tiempos están cambiando. José María Root no es la misma escuela que solía ser".

"La convirtieron en una escuela mixta, señora. Así que sí, es mucho mejor ahora que tenemos la oportunidad de infiltrarnos".

"Lo veo", murmuró mientras colocaba el alfiler entre sus labios para abrir y colocar la tela que agrupaba las piernas de Monserrat. "Entonces, ¿qué te hizo querer ir allí? Además de la idea de que cambiarías el mundo. ¿Eres una de esas feministas radicales que están pasando el país por tormenta?" algo en su tono era ridículo. Pero, por un segundo, la curiosidad danzaba el mambo en sus ojos.

En lugar de responder, frunció los labios y miró hacia abajo. La costurera negó con la cabeza, "Ah, ya veo. Eres. Sabes, muchas de esas noticias son pura locura. No te vas a poder encontrar un esposo de esa manera. Mira a la vecina Bibiana," bajo la voz cuando entra otro cliente, " empezó a escuchar toda esa basura de las revistas y se convirtió en una replicante humana", se rió para sí misma. "Espanta a las cucarachas. Pensándolo bien, podría necesitar que venga a visitar a mi suegra conmigo".

Monserrat dio un sonrisa satisfecha cuando la costurera le indicó que se bajara del taburete en el que la tenía. Comprobando la parte de atrás de la falda, se mordió el labio inferior en pensamiento. La señorita la examinó de cerca. "Gracias, señora. Se ve muy bien".

Ella le sonrió a Monserrat y le devolvió su ropa normal, "Toma en cuenta lo que dije, señorita Ángel".

"Oh, lo ere", se quitó los zapatos para deslizar sus pantalones acampanados de nuevo. "Simplemente no creo que necesite uno. ¿Por qué depender de un hombre rico cuando podrías ser una mujer rica?"

Eva Samper. Ella era una plétora de cosas. Habladora, dedicada, intensa y, por desgracia, cansona. Monserrat no pudo evitar sentirse culpable por pensarlo, especialmente porque solo se conocían desde hace cuatro horas. El dicho podría haber sido muy cierto en este caso: la distancia hace que el corazón se encariñe.

Sintió que mañana iba a ser un día aún más difícil que este. Contempló pasar más tiempo de vinculación o dar un paso adelante de una vez para intentar hacerse conocidos de unos chicos amigables en la José María. La primera opción era considerablemente mejor por la extroversión de Eva. El pensar en iniciar una conversación con una persona nueva la hacía temblar.

Al mismo tiempo, no quería que Eva fuera su única amiga. No sabía si estaba prendida por las polas que se habia tomado o si sus pensamientos ansiosos habían reventado un recipiente en lo profundo de su cráneo. Eva parecía superficial, lo tomó en cuenta recordando las chicas que había conocido en sus colegios anteriores. Se hacía cara de juiciosa, pero en lugar del efecto habitual de sentirse bienvenida, se sintió ahuyentada por su actitud cautelosa. Las chicas reservadas, la mayoría de las veces que las había cruzado, eran matonas.

la teoría del creador,  (la primera vez)Where stories live. Discover now