Capítulo 1: Tenemos que hablar

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"Los hombres son más prestos a devolver un agravio que un favor, porque la gratitud es una carga y la venganza un placer"

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"Los hombres son más prestos a devolver un agravio que un favor, porque la gratitud es una carga y la venganza un placer".

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Un hombre caminaba con unos elegantes mocasines en la penumbra de la noche. Contenía una pala en sus manos. Pocas estrellas iluminaban esa noche el cielo, prontamente caería una tormenta. El aire se respiraba húmedo y frío.

La estructura destartalada de un internado se vislumbró a lo lejos.

Caminaba con despotismo y entereza, sabiendo muy bien su camino, su lugar. Desprendía un aura perversa, vegantiva y lóbrega. Su pasear era pausado. Llevaba puesto un traje azul marino oscuro y en su cabello se apreciaban pequeñas canas.

Cuando llegó a la verja de entrada. Leyó el nombre de la institución en voz alta.

—Fennoith —Pronunció con aversión.

Observó la imagen que contemplaba sus ojos. Fennoith nunca fue una institución caracterizada por su belleza tanto en el exterior como interior. Jamás se preocuparon por cómo lucía, pero lo que tenía frente a él estaba peor que nunca: la naturaleza reclamaba lo que un día fue suyo; el césped y los hierbajos crecieron, apoderándose de buena parte del internado. Los maleantes y grafiteros habían roto cristales y garabateado los ladrillos.

El hombre, que se encontraba de espaldas apreciando donde un día estuvo como profesor, acechó el interior del bosque que Fennoith contenía. El instituto que un día fue para alumnos problemáticos, estaba apartado de la civilización, donde debían acceder por una montaña y su gran bosque. Puso rumbo al interior del corazón de los árboles.

Caminó durante algunos largos minutos. El crujir de las hojas muertas y las ramas secas era muy pronunciado. Con determinación se detuvo en un punto fijo y miró con vehemencia la tierra oscura bajo sus pies. Clavó la pala en la tierra y cavó. Continuó así hasta que vio asomarse un cadáver esquelético y putrefacto. En su cráneo se percibió que falleció por rotura con un objeto contundente.

—Enterrado cuál perro sucio —dijo—. Cinco años bajo tierra, consumido por los insectos y gusanos.

Se puso de cuclillas y se apreció así mismo.

—Pagaran por lo que me hicieron. Laura Jenkins... —Pronunció con resquemor—. Victoria Massey... Tremendas hijas de putas. Todos ellos lo son.

Recordó el momento de su propia muerte, golpeado con gran fuerza con un bate de beisbol, examinando cómo se llevaban su cuerpo inerte al bosque mientras Laura miraba a Caym enterrarlo sin miramientos.

Tapó su cadáver con la misma tierra que apartó a un lado. Hecho aquello, se marchó del bosque sin mirar atrás.

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Las bulliciosas calles de la ciudad junto a sus transeúntes que caminaban con prisa, se apartaban de las figuras de dos parejas en mitad de la avenida. Ambos vestidos a conjunto con ropa oscura. Él con su clásica gabardina negra y ella con una blusa del mismo color acompañada de una falda plisada corta. Su cabello negro caía por su espalda.

El infierno entre nosotros © #3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora