Príncipe con Beneficios

Capítulo Tres

Nueve horas después, dentro del vuelo, decidí que esta decisión no había sido la mejor, a pesar de lo que dijeran Hugh o Chris. Estaba harta del olor a aire enlatado del avión, un bebé no había parado de llorar por la mitad del vuelo, y estaba cansada de sentir que el descansabrazo de mi asiento se me estaba clavando en las costillas. Pero, aún más que el cansancio del vuelo no estaba lista para que el avión aterrizara. Mi madre estaría esperándome del otro lado del edificio, y no estaba segura de querer verla aún.

El verla de nuevo no era algo que estaba en mis planes. Después de tanto tiempo, ella nunca había mostrado señal alguna de querer regresar a los Estados Unidos, ni siquiera para vacacionar. Parecía que simplemente ser mi madre no le era lo suficientemente importante para regresar. Y eso dolía. Mucho. Apreté los dientes.

No puedes dejar a tu familia, así como así.

Mierda. Esto de cerrar círculos apestaba, y no lo decía de manera literal, porque el olor a avión comenzaba a sentirse asfixiante. No tenía idea de qué decirle. No podía preguntarle por qué se fue, aunque en realidad era lo único que quería saber.

De repente, sonó la voz del capitán anunciando que estábamos prontos a llegar. Comencé a sentir náuseas, y a pesar de que el avión aterrizara y los pasajeros comenzaran a salir del armatoste, la sensación de náusea no disminuyó. Al contrario. Traté de calmarme y respirar hondo cuando salí del avión. Pasé por aduana, y recogí mi equipaje con calma aparente, pero en realidad estaba hecha un nudo de nervios.

Si Hugh o Chris se me aparecieran de repente, los golpearía con lo primero que pudiera, inclusive la maleta. «¿En qué momento se me ocurrió escucharlos?».

Llegué a las últimas puertas de salida, y me quedé paralizada por un momento, sin poder cruzarlas. Respiré hondo, arreglé mi blusa y me paré derecha, «Tú puedes», pensé, antes de mover los pies y cruzar las puertas de cristal.

En el techo de la terminal había varias señales indicando a los pasajeros hacia dónde ir. Las bocinas del aeropuerto mencionaban varios nombres, y yo traté de no sentirme tan intimidada, sin mucho éxito, de los otros pasajeros que pasaban junto a mí, hablando en diversos idiomas, siendo el elegante acento inglés el predominante.

A pesar de todo, no podía creer que lo había logrado. ¡Estaba en Londres!, y más que nada, a punto de ver a mi madre después de tanto tiempo. Mi corazón latía con fuerza al buscarla, porque a pesar de temer verla, era inminente nuestro encuentro. Ella estaba ahí, en algún lugar.

No tardé mucho en verla. Mis ojos se llenaron de lágrimas. La extrañaba, mucho. También estaba molesta, porque su partida, y el ignorarme por meses, me había dolido bastante.

Mi madre destacaba entre la multitud de viajeros con maletas, no por estar sola, sino porque por naturaleza siempre resaltaba por su belleza natural. Misma que no había yo heredado, porque la vida así es. Éramos muy diferentes. Su cabello era castaño, no negro como el mío, era ondulado, no lacio. Su piel era mucho más clara, yo había heredado el tono bronceado de mi padre, que, como buen latino, tenía ese tono acaramelado en la piel. Lo único que había heredado de ella era el color de sus ojos: verde esmeralda.

Bueno, mi padre en algún momento de la vida, me había dicho que también había heredado su carácter, pero eso estaba por verse aún. Mi madre se veía casi igual, superdelgada, con algunos destellos en el cabello, supuse, por lo lejos que aún estaba, que eran canas, pero básicamente, la misma mujer que recordaba.

Sus ojos me encontraron, pero no sonrió, solo se abrieron sus labios antes de emprender el paso hacia mí.

—Emily —dijo, a modo de saludo, cuando estaba enfrente—. Noté un par de arrugas que nunca había visto y las ojeras debajo de los ojos. Era mi madre, a pesar de todo, era imposible no preocuparme. Una pesadez se hizo presente en mi pecho. Extendió la mano a modo de saludo—. ¿Cómo estás?