Capítulo XI

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Capítulo XI: Locked Away.

Capítulo XI: Locked Away

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Fuego.

Aquello fue lo primero que Lena vio cuando abrió los ojos. Desorientada, con los músculos agarrotados y un incesante dolor en la parte baja de la espalda, trató de incorporarse. Colocó ambas palmas contra el piso de cemento sobre el que estaba tirada para impulsar su débil cuerpo hacia arriba.

Le ardían los pulmones, sus brazos no tenían demasiada fuerza y sus ojos y nariz picaban debido al olor a chamuscado que había en el aire de aquel lugar.

Miró a su alrededor y se dio cuenta de que estaba en una especie de calabozo. Se hallaba entre tres columnas de cemento y la que debía ser la cuarta pared, era una reja con gruesos barrotes de hierro que la mantenían cautiva.

Más allá de ellos, fuego.

Había fuego por todo el pasillo central frente al calabozo. Las llamas eran voraces y se elevaban con violencia hasta el techo, empezando a extenderse hacia el interior de los demás calabozos alrededor del suyo que podía vislumbrar desde su posición en el incómodo suelo.

No podía entender lo que sucedía y tampoco digería que estaba en peligro mortal justo allí, donde se encontraba: encerrada en una inmunda cárcel. Fue cuando intentó ponerse de pie y avanzar hacia los barrotes, que notó los toscos grilletes de acero alrededor de sus muñecas y tobillos.

Tenía la carne alrededor de estos amoratada y abierta, como si hubiese tirado de ellos hasta desgarrarse la nívea piel, en busca de liberarse de ellos. Pero eso no la detuvo de ponerse en pie como podía y tratar de avanzar. Fue ahí cuando notó el grillete alrededor de su cuello que apretaba su garganta y que apenas le permitía respirar con dificultad.

Estaba amarrada, sujeta como un perro a unas cadenas pesadas, que a su vez, estaban sujetas a la pared y la privaban de poder escapar de aquel destino trágico, de terminar siendo consumida por las llamas. Llamas que en ese momento se abrían paso hacia su celda buscando darle un horrible final a su vida. Sintió las lágrimas deslizarse por sus mejillas y el oxígeno empezar a escasear.

Aquel era el fin. Iba a morir.

Sintió un escalofrío subirle por la espina dorsal al tiempo en que empezaba a toser en busca de aire para poder respirar.

Pero, supo que no saldría de aquello cuando las primeras llamas la tocaron. Primero fueron sus dedos. La sensación de resquemor era tan horrible que su voz se rompió en un fuerte alarido. Luego el fuego subió por su cabello y brazos, quemándola, haciéndola gritar y llorar debido al crudo dolor.

Sentía su piel hervir y pelarse a medida que el fuego se extendía por su cuerpo; el calor de las llamas la abrazaba, mientras rogaba silenciosamente porque aquello terminara y se retorcía en su lugar entre espasmos. Su carne, consumiéndose y fundiéndose. Entre tanta agonía y dolor, sintió que moría de la manera más lenta y fatídica que existía. Su carne ardía en demasía como para que su débil y maltratado cuerpo pudiera soportarlo, por lo que su mente se desconectó de su cuerpo unos minutos, sin dejarla procesar el dolor aberrante que sentía.

La Niña de las Pesadillas.Where stories live. Discover now