Epílogo

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"Ven a quebrarme hasta abajo, entiérrame, entiérrame

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"Ven a quebrarme hasta abajo, entiérrame, entiérrame. He terminado contigo.

Mira mis ojos, me estas matando me estas matando. Todo lo que quería, eras tú." – 30 Seconds To Mars.

En el ascensor parecía faltar el oxígeno, solo existía el denso vapor humano.

Andrea se apoyaba contra sus paredes, sosteniendo una caja de sándwiches. Miraba fijo el tablero del elevador, como los números titilaban a medida que el cubículo descendía.

Cuando llegó a la esquina, vio como el muro del Jefferson se alzaba inminente hacia el firmamento. Cruzó decidida para luego adentrarse en aquel terreno solitario, habitado por almas extinguidas, y abandonadas.

Se sentía vacía, el suceso del día anterior la había dejado muda, nublada... Aquella mañana en la oficina no conversó con nadie, ni le contestó las incontables preguntas que le hacía Carina. Nada, su mente solo pensaba en una cosa.

Avanzó entre los nichos, y se adentró en la densa bruma que recaía en aquel lugar. En un momento dado, saludo al jardinero, que la miró sorprendido. Seguramente se preguntaba por qué aquella chica volvía allí, después de lo que le había dicho. Pero a ella ya no le importaba el saber que Mariano había sido una alucinación de su esquizofrénica cabeza, o una imagen espectral del hombre que yacía enterrado.

Andrea había elegido el cementerio, disfrutaba de sus aromas, de sus flores, de los sepulcros grises y los panteones abandonados en medio de aquel bosquecillo de abetos. Disfrutaba de los gatos solitarios, de los pájaros que la observaban, siempre tan atentos a sus movimientos.

Bajó las escaleras de dos en dos, cerca de ahí se podía apreciar el gran terreno blanco de tumbas.

Cuando apoyó su último pie en el césped mojado, su pulso se detuvo, su respiración dejó de funcionar... Reconocería ese saco negro hasta en sueños, su pelo marrón se esparcía hacia todas partes, y desde la distancia apreció los tulipanes blancos.

Y más allá de todo lo que sabía, de lo que sentía, avanzó por el sendero; sus pisadas resonaban en el silencio. Estaba cada vez más cerca, más próxima a su cuerpo. Y cuando llegó junto a él, murmuró:

―Hola, Mariano.


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El último aliento de las flores ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora