II Para todos, soy «Su Alteza Real», pero tú debes llamarme «Su Majestad»

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La tensión que se respira en toda la finca es abrumadora

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La tensión que se respira en toda la finca es abrumadora. Los días han pasado a una velocidad alarmante y ahora estamos aquí, ataviados con nuestras mejores galas, afinando los últimos detalles para recibir a uno de los Príncipes de Valaquia en el castillo de Presdet más remoto de todo el país.

La estructura medieval está ubicada en Presdetul, una pequeña aldea que apenas es habitada por menos de seiscientas personas. Pese a la cercanía que existe entre el pueblo y Brasovia —una ciudad bastante importante de Valaquia—, no hay mucha gente que quieran venir a pasar el tiempo por acá. El clima es bastante frío todo el año y los pantanos que rodean la aldea no ayudan en lo absoluto a que los turistas se sientan atraídos por el castillo o por el pueblo mismo.

No los culpo. Si yo no corriera tanto peligro alejándome de este lugar, probablemente ya me habría marchado. Habría convencido a mi madre de que nos largáramos a buscar suerte a alguna otra parte de Valaquia... o del mundo.

—Lyena... —La voz de Sanda me saca del ensimismamiento y la miro hacerme un gesto exasperado con ambas manos—. Dame eso.

Avergonzada por mi poca concentración, me acerco a ella con la bandeja repleta de pequeños canapés horneados que llevo entre los dedos, y se la entrego con cuidado.

—Tenemos que darnos prisa. El príncipe estará aquí en cualquier momento —urge, mirándome con severidad.

Me han enviado a ayudar en la cocina a disponer todo para el recibimiento del príncipe, pero Sanda no parece muy contenta de tenerme aquí. Estoy segura de que, de no ser porque realmente necesitan un par de manos extras, le gustaría pedirme que me marchara.

—¿Traigo el vino? —pregunto, sin mirarla directo a los ojos.

—Por favor —dice, al tiempo que coloca la bandeja que acabo de entregarle sobre una enorme mesa llena de los bocadillos más finos que he visto jamás—. Anton te dirá dónde encontrarlo.

Asiento, al tiempo que giro sobre mis talones para encaminarme a la cocina.

Ahí, me encuentro con un cocinero cubierto en sudor, corriendo de un lado a otro, lanzando órdenes a Alina y al resto de los chicos del servicio a los que nos han mandado a ayudarle.

Cuando termina de despotricar en contra de alguien que ha cortado mal un trozo de carne de venado, se vuelca hacia mí y me indica dónde puedo encontrar las botellas de vino que Bogdan trajo hace un par de días.

Me aseguro de llevarlas con mucho cuidado para no romperlas y, cuando se las entrego a Sanda, esta me dice que he terminado aquí y que debo ir a preguntarle a Mirela qué es lo que debo hacer ahora.

No soy estúpida. Sé que Sanda aún necesita la ayuda, pero está tan estresada, que parece querer hacerlo todo ella misma; así que le concedo lo que desea y me encamino fuera del enorme comedor.

Me tomo unos momentos para introducirme al baño a mojarme la cara y a acomodarme el velo que mi madre me ha confeccionado. La tela es elástica y, con ella, mi madre ha hecho una cofia en la que puedo meter todo mi cabello y, además, cuenta con una especie de velo, que luce similar al que utilizan las religiosas, con la que puedo cubrirme hasta el rostro si así lo deseo.

Sangre y niebla ©Where stories live. Discover now