Antes de todo

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Narrado por Darek Steiner:

Pasado...

A veces fantaseaba con que era un superhéroe que no le tenía miedo a nada. Podía volar alto, más alto que los edificios, y los monstruos temblaban al verme llegar. Pero bastaba con que llegara a casa para que mi capa desapareciera y me volviera tan pequeñito como el niño de 6 años que soy.

Papá era grande, más grande que cualquiera que hubiera visto, y cuando hablaba fuerte, su voz hacía que las ventanas temblaran, así como lo hacía yo. Cuando estaba enojado, sus ojos eran como rayos que me traspasaban. Y yo me preguntaba si había hecho algo malo, aún y cuando ni siquiera había abierto la boca.

Quise decirle a papá que me enseñara a ser un buen superhéroe, pero él siempre se pareció más al malo que hace que los niños lloren.

Los demás niños no se veían adoloridos como yo. Ellos portaban anchas sonrisas mientras corrían por todo el patio de la escuela al jugar con su grupo de amigos. Pero yo no me veía como ellos.

No tenía permitido hacer amigos, tampoco jugar, tampoco correr, tampoco sonreír. Y todavía no entendía por qué, aunque lo que en realidad me detenía a hacer todas esas cosas era el temor que me daba ver a papá enfadado. Nunca más quería verlo así.

«¿Hay algo mal en mí?»

Con la punta del dedo índice me tocaba la muñeca, la yema rozaba justo en la línea rojiza y rugosa que marcaba el lugar donde las cuerdas me habían mordido la piel. Me ardía cada vez que pasaba el dedo, pero nada me dolía más que la intensidad de los pensamientos que caían uno tras otro.

«Mamá dijo que fue mi culpa, pero, ¿qué hice mal?», esa pregunta me la repetía como un mantra que no traía consuelo, solo más dolor «Hice que papá enfureciera, por eso me hizo todo eso» «Mamá tiene razón, fue mi culpa» «Soy el culpable»

Cerré los ojos, dejando que los recuerdos de la noche anterior fluyeran a través de mí como una corriente eléctrica: solo quería salir al parque, pero cuando entré a la cocina de la casa y se lo dije a papá, él se enfureció de una manera aterradora. Lo próximo que recordé fue las cuerdas apretando, el pánico agitándome la respiración, las súplicas que me salieron de la boca, cada una apuntada a mamá y el dolor que me quedó palpitando en el cuerpo cuando todo acabó.

«¿Querer ir al parque dolía tanto?» «¿A todos los niños que vienen conmigo a la escuela le hacen lo mismo por querer ir al parque?»

—Ojalá que no —me respondí a mí mismo.

Muy despacio fui abriendo los ojos. Con un nuevo aliento, me bajé la manga del suéter y metí el dedo pulgar en el hueco que yo mismo le había hecho a la tela para así ocultar las heridas en mis muñecas.

Para mis adentros repasé lo que me dijo mamá esta mañana al traerme:

«Si en la escuela te preguntan por las heridas de la cara, dirás que te caíste de la bicicleta, que pedaleaste muy fuerte, los frenos fallaron y te lanzaste de ella. Eso es lo que dirás».

Eso fue lo que le dije a la maestra y pareció creerme porque no hizo más preguntas. Yo deseé que siguiera preguntando, quizás así podría haberle dicho que le estaba mintiendo.

Desde la posición en la que estaba, sentado en una esquina del patio, podía ver a todos los niños yendo de un lado a otro.

Empecé a mover la mirada hasta que a lo lejos me topé con el rostro sonriente de la niña que siempre parecía jugar con el viento antes de venir a la escuela, ya que su cabello eran como un montón de hilos de lanas que se escapan de un suéter, todo revuelto y salvaje. Ella se encontraba jugando sola con un par de tacitas a las que llenaba de tierra y pretendía que era comida. Detecté sus labios moverse y justo en ese momento otra niña se acercó a ella y sin dudarlo le ofreció una de sus creaciones. La niña que se le unió se sentó a su lado y juntas empezaron a jugar. Supongo que el peso de la mirada que le dediqué fue mucho para ella, puesto que de un segundo para otro nuestros ojos chocaron. Sus ojos negros se hicieron más grandes y se mantuvieron ensartado en los míos por un segundo que me dejó sin aliento, pero en cuanto un lado de su boca se curvó en una sonrisa, todo a mi alrededor se iluminó.

Ella me estaba sonriendo a mí, a alguien que nunca recibía ninguna sonrisa.

Yo sé que debería sonreírle de vuelta, eso es lo que hacen los demás niños, ¿no? Entonces, La presencia de papá se hizo presente de forma invisible y su voz me susurró un frívolo:

«Tienes prohibido hacer amigos, Steiner»

Así que, aunque los latidos del corazón de repente se me aceleraron, algo en el estómago se sintió raro, como cuando fui muy rápido en ese columpio el otro día, me paré. No le devolví la sonrisa y solo caminé lejos, lo más lejos que pudiera. No miré atrás, a pesar de esto pude sentir la confusión de su mirada clavándoseme en la espalda.

No era la primera vez que la veía y tampoco quería que fuera la última.

Había algo extraño en esa niña, porque cada vez que la veía no necesitaba ninguna capa para sentirme un superhéroe, me bastaba con que me mirara para sentirme con superpoderes, y eso me asustaba tanto como las fuertes pisadas de papá. 

No acercarse a DarekWhere stories live. Discover now