Microrrelato de terror: ¿Quién puede meterse en la mente de un bebé?

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─Es algo normal, no tienen de qué preocuparse ─les había dicho el pediatra. Sin embargo, Helena no podía evitar que se le congelara la sangre cuando el niño se quedaba mirando a la nada en dirección al pasillo, cerca del techo, y saludaba con la manita.

Era muy pequeño; solo hacía eso cuando veía a alguien, aún no tenía raciocinio para inventarse cosas. Por suerte su cerebro de adulta era incapaz de ver a la mujer que flotaba en el aire con un camisón blanco ensangrentado y tres heridas abiertas en el pecho, con una mirada siniestra y el pelo negro cayéndole en grasientos mechones por el rostro, esperando el momento idóneo para llevarse al niño.

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