1º En búsqueda de la Tierra Prometida -Julio 2016-

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Contexto:

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Contexto:

     Hace más de mil años el planeta Tierra se volvió inhabitable. El ser humano encontró la manera de sobrevivir, y nuestra raza se esparció a través de toda la galaxia, asentándose mayormente en bases espaciales, en búsqueda de un planeta como el nuestro: una tierra prometida que tal vez nunca encontremos, pero que nunca dejaremos de buscar.

Bases del concurso:

     Crear una historia corta de una sola parte de entre 500 y 1000 palabras. El plazo finaliza el 6 de agosto.

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     Atribución de la imagen: Concepción artística de Donald E. Davis del interior del Toro de Stanford. 

    By Don Davis [Public domain], via Wikimedia Commons

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                                                      La profecía

      —Es absurda, es falsa y además es una solemne insensatez —sentenció el hombre de tez morena y sienes plateadas, vestido con el uniforme negro característico de los científicos. Luego dedicó a sus interlocutores una mirada de displicencia.

     —¿Y eso por qué? —preguntó, cruzándose de brazos, un hombre bajo y de ojos rasgados enfundado en un mono de vuelo acolchado en hombros, codos y rodillas.

     El científico tomó aire y resopló, expresando así su muda protesta ante la incomodidad que le producía tener que explicar lo que consideraba una obviedad hasta para un niño de cinco años.

     —Porque carece de lógica, porque nunca ha sido confirmada en más de mil años de estéril búsqueda, y porque choca con los más elementales principios del sentido común.

     —Si hay algo a lo que, en nuestra larga y azarosa existencia, los humanos nos hemos resistido es a considerar los avances científicos como "única" fuente de conocimiento. Por mucho que te moleste, Belek, no todo se fundamenta en leyes y fórmulas matemáticas. Es lo único que digo.

     —¡Venga ya, Wataru! —protestó el aludido mientras lanzaba una mirada de incredulidad al techo de la sala de reposo—. ¿En serio pretendes equiparar datos falsables y creencias? No hablas en serio.

     —Pues a mí no me parece tan descabellado —terció una mujer alta vestida con una túnica clara ribeteada en tonos verdes y que hasta ese momento había permanecido en silencio—. No creo que nuestros cerebros procesen esos conceptos tan aparentemente distintos del modo en que afirmas, Belek, como si estuvieran recluidos en compartimentos estancos que les impiden interactuar entre sí.

     —"El todo es mayor que la suma de las partes" —señaló Wataru, apuntalando la idea expresada por la mujer mientras esbozaba una sonrisa irónica.

     —Soy consciente de ello, Consejera Nerelle —respondió el aludido—, pero esa interpretación holística de la realidad no debería servir de excusa para introducir en el debate la idea de que una "creencia" y un "hecho científico" nos aportan el mismo nivel de conocimiento. Y respecto a esa antiquísima máxima filosófica, Wataru, ni la niego ni la cuestiono, pero coincidirás conmigo en que tampoco cambia un hecho fundamental: que los humanos, condenados a vivir como nómadas espaciales desde hace cientos de años, hemos sido incapaces de revertir esa situación.

     —De momento —apostilló Wataru.

     Se produjo un largo silencio. A través del ancho ventanal de cristal polarizado, que ocupaba el fondo de la estancia, se apreciaba una vista impresionante de la estructura interna del toroide espacial. Este constituía un hábitat permanente, y también el único lugar del universo al que los tres tertulianos, pese a sus diferentes puntos de vista, podían llamar "hogar".

     —¿Cuánto más hemos de confiar en una profecía que se ha revelado como un hermoso y cada vez más utópico deseo? —Belek disparó su pregunta en un tono cargado de amargura. Era el tono de alguien que, tras apostar fuerte por una creencia socialmente aceptada, perdía su confianza en ella, por el motivo que fuera. Sus dos interlocutores supieron leer entre líneas el sufrimiento no expresado del científico.

     —Belek...

     —No, Consejera —cortó el hombre interponiendo entre ellos la palma de su mano a modo de escudo—, no necesito ser reconfortado. Tampoco busco consuelo ni aliento. Confío en la ciencia, y ella nos sacará del atolladero en el que nos encontramos. Hasta ahora siempre lo ha hecho, ¿no?

     —Nadie aquí está atacando el progreso científico, amigo mío —señaló Wataru—. Pero la ciencia no es incompatible con la creencia en una profecía en la que, por otro lado, muchos humanos aún creen.

     —¿Es que tú ya no crees en ella, Wataru? —preguntó Nerelle, sorprendida al oír que no se incluía entre quienes confiaban en encontrar la Tierra Prometida.

     —Se puede decir que, en este asunto, mi postura es escéptica, Consejera —respondió el piloto de una de las naves exploradoras con las que contaba el toroide. Estas se empleaban para estudiar de cerca los sistemas estelares que visitaban y sus posibilidades de albergar vida humana—. Creo en aquello que veo y puedo examinar, pero eso no significa que renuncie a estudiar cualquier opción planteada.

     —Las posibilidades de que se cumpla la profecía menguan a medida que pasan los años —anunció el científico con ánimo fúnebre—. Hace décadas que perdimos el contacto con el toroide más cercano, y cuanto más viajamos más nos separamos de los demás seres humanos. Generación tras generación, nos hemos ido acostumbrando a vivir en el espacio. En estas condiciones, ¿de verdad pensáis que, si mañana mismo se cumpliera la profecía y nos topáramos con un planeta similar a la Tierra, nuestra gente tendría el más mínimo deseo de abandonar el único hogar que ha conocido para encerrarse en un aburrido planeta que se limita a girar en torno a una estrella?

     —Ahí reside la importancia de mantener viva nuestra creencia en la profecía —insistió Nerelle con un brillo apasionado en la mirada—. Hoy muchos ven los antiguos registros de la Tierra y se ríen; no los toman en serio, o los consideran piezas de museo que nada tiene que ver con ellos y con sus vidas. Pero la mayoría aún somos conscientes de su auténtico valor. En esos registros del pasado se encuentra la clave para comprender quiénes somos y de dónde venimos. Y también a lo que jamás deberíamos renunciar.

     —Si existe alguna posibilidad de encontrar esa Tierra Prometida vuestra, será la ciencia la encargada de llevarlo a cabo. Aunque para ello sea necesario terraformar un planeta —sentenció Belek poniendo en sus palabras un énfasis equivalente al empleado por Nerelle.

     De pronto, se activó el sistema de comunicación y una voz computarizada anunció:

     «Atención, el hábitat está entrando en un sistema estelar. Se ha detectado un planeta con posibilidades de albergar vida humana. Que todo el personal de las naves de exploración se reúna con sus mandos.»

     Wataru se levantó y fue hacia la puerta, pero antes de salir miró atrás y lanzó a sus compañeros una mirada colmada de emoción contenida.



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