3º Misión en Trappist-1 -Diciembre 2017-

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----Consigna----

     "Un grupo de científicos ha emprendido el primer viaje interestelar a los planetas que orbitan TRAPPIST-1. Su misión: encontrar el nuevo mundo que dará cobijo a la humanidad.

     Sin embargo, cuando están a punto de llegar, reciben un mensaje proveniente de uno de los planetas de aquel sistema, el cual los ha dejado sorprendidos".

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                                                            Creencia

     La pantalla principal, situada en la pared frontal del puente de la nave, se activó de repente y sin la intervención de ningún miembro de la tripulación. Varias frases fueron apareciendo en ella poco a poco:

     «¡Atención! Bioseñales detectadas: cero.

...

     Iniciando análisis de bioescáneres para corregir posibles fallos de funcionamiento.

...

     Análisis concluido: bioescáneres operando al 100%.

...

     Ejecutando protocolo de seguridad.»

     Unos segundos más tarde varias consolas, cuadros de iluminación y controles ambientales cobraban vida en la, hasta ese momento, inanimada sala de hibernación. Los tres tripulantes que habían permanecido en su interior desde el comienzo de la misión, a la espera de que la nave iniciara su viaje de regreso a la Tierra, fueron despertando poco a poco.

     A medida que superaban una primera fase normal de somnolencia y desorientación, en la cabeza de cada uno de ellos empezaron a surgir preguntas, aunque casi todas ellas podían resumirse en una sola: «¿Habremos encontrado un planeta habitable, o volvemos a casa con las manos vacías?»

     Si bien el procedimiento se hallaba automatizado, les resultó extraño que no aparecieran por allí el capitán o cualquiera de los otros dos tripulantes, ya fuera para darles la bienvenida o para ofrecerles información sobre la misión que llevaban a cabo. Unos más y otros menos, pero los seis miembros de la expedición científica se conocían antes de haber sido seleccionados. Con el paso del tiempo la curiosidad inicial se fue transformando en inquietud. Y antes de que cualquiera de ellos se hallara físicamente en condiciones de abandonar la estancia, el sentimiento predominante en el trío que acababa de despertar era ya de franca preocupación.

     Abandonaron la sala, pero no tuvieron que esperar mucho para ver respondida -al menos en parte- una de sus preguntas, si bien esa respuesta parcial hiciera surgir otras nuevas, y no menos inquietantes. Mientras avanzaban por uno de los dos corredores principales que atravesaban la nave de proa a popa, uno de ellos, el doctor Belière —médico y reputado exobiólogo—, el cual se había quedado un poco rezagado, lanzó un grito de alarma. Sus compañeros retrocedieron hasta donde el hombre se había detenido, frente a un pasillo lateral, hacia cuyo interior señalaba con una mano temblorosa. Se trataba de Dylben, un físico brillante, optimista y con muy buen talante; era uno de los tres miembros de la primera tripulación, a quienes los recién salidos de las cámaras de hibernación debían sustituir cuando aquellos los despertaran, una vez finalizada la primera fase de la expedición. El cuerpo del joven científico yacía sobre un gran charco de sangre, con la mirada perdida en algún punto de la pared. Un objeto metálico y puntiagudo sobresalía de su cuello por un lado.

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